1280 almas de Jim Thompson




Idioma original: español
Título original: Pop. 1280
Año de publicación: 1964
Traducción: Antonio Prometeo Moya
Valoración: muy recomendable
Dibujos: Jordi Bernet
Portada: Xis 


Sinopsis
El título de 1280 almas alude al número de habitantes de la pequeña población de Pottsville; una localidad ficticia de USA donde se acercan las elecciones y el sheriff Nick Corey duda de su reelección. En primera instancia, Corey aparece como un hombre apático y simple. Sin embargo, a medida que se desarrolla la trama: descubres que no tiene escrúpulos. Es un ser ambicioso y corrupto que no duda en asesinar a quien se tercie si con ello obtiene su fin. En el marco familiar es donde muestra su cara más aterradora. La novela presenta un protagonista/narrador que no se inmuta lo más mínimo por sus actos, sino que llega a pensar que tiene que limpiar Pottsville de la escoria que la habita.


Reseña
Considerada como una de las mejores obras del autor, es una novela dura, cuyo realismo muestra su rostro más cruento. Nadie mejor que JT para retratar el lumpen social adentrándose en la psicología de sus personajes; de sus porqués más íntimos. 1280 almas demuestra que el sueño americano, como el de cualquier hijo de vecino, por lo general, es una pesadilla.

El sheriff Corey, para más inri, vive con su esposa y su cuñado, un discapacitado psíquico del que se mofa y al que utiliza, en el Palacio de Justicia. Su esposa, mujer feocia, desagradable y manipuladora, lo llevó al altar empleando artimañas deshonestas. Obviamente, le viene al pelo. Es como decir: «Quien a hierro mata, a hierro muere». Algo que no le importa demasiado porque alardea de superávit sexual. Se considera un macho con el arma preparada en cualquier situación; orgulloso de gustar a las mujeres.



No puedo hablar en profundidad de JT porque no conozco su obra en demasía. Pero el trato que nos da a las féminas en 1280 almas denota; que no nos aprecia mucho. Quizás esta forma de retratarnos esté relacionada con su etapa de vendedor a puerta fría; las amas de casa podemos ser verdaderas arpías con ellos. No es una novela femenina, pero tampoco, es que yo, escriba ficción para mujeres. No me han asustado sus salidas de tono. Más bien he analizado aquellas partes en las que reflexiona sobre la vida y el comportamiento humano...

…“—Encantado de conocerle, George —asentí—, y puede seguir llamándome Nick.
—Gracias, Nick —tomó otro trago de whisky—. Bueno, eso es lo que iba a preguntarle, Nick, algo que me preocupa mucho. ¿Puede disculparnos el hecho de que no podamos hacer otra cosa?
—Bueno —dije—, ¿disculpa usted a un poste por encajar en un hoyo? Es posible que haya una madriguera de conejos en el hoyo y que el poste los aplaste. Pero, ¿es culpa del poste el que entre en un agujero hecho para que encaje?
—No es un ejemplo muy exacto, Nick. Usted habla de objetos inanimados.
—¿Usted cree? —dije—. ¿No somos todos relativamente inanimados, George? ¿De cuanta libertad disponemos? Se nos controla por todas partes, nuestra estructura física, nuestra estructura mental, nuestro pasado; se nos moldea a todos en su sentido concreto, se nos determina para desempeñar cierto papel en la vida y, George, lo mejor es jugarlo, llenar el agujero o como mierda quiera usted decirlo, porque si no se derrumbarán los cielos y se nos caerán encima. Lo mejor es hacer lo que hacemos, porque si no, ocurrirá que nos lo harán a nosotros.
—¿Quiere decir usted que es cuestión de matar o ser muertos? —Barnes sacudió la cabeza—. Detesto pensar en eso, Nick.
—Puede que no me refiera a eso —dije—. Puede que no esté seguro De lo que quiero decir. Creo que me refiero principalmente a que no puede haber infierno personal, porque no hay pecados individuales. Todos son colectivos, George, todos compartimos los de los demás y los demás comparten los nuestros. O quizá, George, quiera decir que yo soy el Salvador, el Cristo en la Cruz que ha bajado a Pottsville porque Dios sabe que aquí me necesitan, y que voy por el mundo haciendo buenas obras para que la gente sepa que no tiene nada que temer, porque si se preocupan por el infierno no tendrán necesidad de buscarlo, Santo Dios, esto parece sensato, ¿no, George? Quiero decir que el deber no corre totalmente a cargo del individuo que lo acepta, tampoco la responsabilidad. Quiero decir que, bueno, George, ¿qué es peor? ¿El tipo que hace saltar una cerradura o el que llama al timbre? George echó atrás la cabeza y se echó a reír.
—¡Es asombroso, Nick! ¡Para morirse de risa¡ —Bueno, no es del todo original —dije—. Como dice el poema, no se puede culpar al cántaro de la torcedura que causó el desliz de la mano del alfarero. Así que dígame quien es peor, si el que jode la cerradura o el que llama al timbre, y yo le diré qué quedó torcido y quien hizo la torcedura.
—Pero... ¿y si es la misma persona quien hace ambas cosas?
—No es probable —dije—. Como tipo que tiene que asistir a muchas fiestas de órgano, y que me cuelguen si no me parece vivir en un paraíso de mentiras de vez en cuando, puedo decir que esos pequeños quehaceres se encuentran generalmente repartidos. Pero si no fuera éste el caso, George, entonces hemos establecido otro campo de obligaciones y responsabilidades. Porque el tipo tiene que comer para forzar la cerradura, ¿no? ¿Y de donde sale la comida? ”...



XXIII
…“Me enderecé y me dirigí a la casa. Pero nada más dar el primer paso tropecé con una raíz y me di tal porrazo que quedé sin aliento. Durante un par de minutos me falto aire para quejarme, y cuando finalmente me las apañé para ponerme en pie no podía ir muy rápido. Así que tardé tal vez unos cinco minutos largos en llegar a la casa y en encontrar una ventana desde donde ver y oír. 
Pues señor, la cosa resultó muy graciosa, graciosísima, terriblemente graciosa. Porque lo que llamó mi atención no fue lo que sin duda habrás supuesto ya. Ni Rose asustada y aturdida, preguntándose qué coño habría salido mal. Ni Lennie y Myra sonrientes, rencorosos y divertidos. Ni nada que hubiera en la habitación, sino la nada precisamente. El vacío. La ausencia de objetos. Yo había estado en aquella casa cientos de veces, cientos de veces en aquella casa y en otras cien como ella. Pero aquélla fue la primera vez que vi lo que eran todas en realidad. Ni hogares, ni habitaciones humanas, ni nada. Sólo paredes de pino que encerraban el vacío. Sin cuadros, sin libros, sin nada que pudiera mirarse o sobre lo que reflexionar. Solo el vacío que me estaba calando en aquel lugar. De pronto dejó de existir en aquel punto concreto y se aposentó en todas partes, en todos los lugares como aquel. Y, súbitamente, el vacío se lleno de sonidos y volúmenes, de todos los sucesos implacables que los individuos habían conjurado en el vacío. Niñas indefensas que gritaban cuando sus propios padres se metían en la cama con ellas. Hombres que maltrataban a sus mujeres, mujeres que suplicaban piedad. Niños que se meaban en la cama de miedo y angustia, y madres que los castigaban dándoles a comer pimienta roja. Caras ojerosas, pálidas a causa de los parásitos intestinales, manchadas a causa del escorbuto. El hambre, la insatisfacción continua, las deudas que traen siempre los plazos. El cómo-comeremos, el cómo-dormiremos, el cómo-nos-taparemos-el-roñoso-culo. El tipo de ideas que persiguen y acosan cuando no se tiene más que eso y cuando se está mucho mejor muerto. Porque es el vacío el que piensa, y uno se encuentra ya muerto interiormente; y lo único que se hace es propagar el hedor y el hastío, las lagrimas, los gemidos, la tortura, el hambre, la vergüenza de la propia mortalidad. El propio vacío. Me estremecí y pensé en lo maravilloso que había sido nuestro Creador al crear algo tan repugnante y nauseabundo, tanto que cuando se comparaba con un asesinato éste resultaba mucho mejor. Sí, verdaderamente había sido una obra magna la suya, magnífica y misericordiosa.  ”...


Desde mi humilde punto de vista, El sheriff Nick Corey recoge un fragmento, bueno o malo, de cada alma que vive en Pottsville; de ahí su facultad camaleónica y su ambivalencia entre el bien y el mal en una sola persona: él mismo. No podemos pasar por alto que Pottsville es una localidad en la que nunca sucede nada, a menos que estudies con atención a sus habitantes: extremadamente xenófobos. Una inyección opiácea brutal que te incita a seguir leyendo: engancha.


©Anna Genovés

16/04/2016
Imágenes tomadas de la red

«Hay treinta y dos formas de escribir una historia y yo las he usado todas, pero sólo hay una trama: las cosas no son lo que parecen».

Jim Thompson



 


La señorita Merche

 

 

Merche olía a jabón

a flores recién cortadas

a deseo entre las piernas

a ternura deseada

 

 

Hacía tanto calor que no cantaban ni las chicharras. La sucursal estaba vacía y yo aburrido como una ostra. De repente, abrió la puerta y entró; una aparición celeste con pasos distinguidos de dama. Sus tacones repicaron en mis oídos.

 

―Buenos días joven. Quiero ingresar doscientos euros en mi libreta de ahorros ―dijo (con su voz modulada) haciendo hincapié en la dicción de las palabras agudas y esdrújulas.

 

Leí: «Mercedes Luján Ródenas». No me había equivocado. ¿Cómo iba a hacerlo? Su cabello taheño y su rostro de porcelana. Me puse como un flan. Era incapaz de contestar. La boca me temblaba y un ligero rubor enardeció mis mejillas.

 

***

 

Luces de colores se fundieron en mi cabeza y ahí estaba yo brincando frente a la Academia Levantinos donde íbamos los niños de casa bien descarriados...

 

― ¡Juanito! ¡Juanito! ―gritaron desde una de las ventanas―. Date prisa que ya viene.

 

―Ya voy. ¡No me pierdo su entrada! ―contesté mientras salía como un rayo entre los vehículos aparcados.

 

Y, ¡zas! Empapelé la luna frontal del Seiscientos que pasaba. El mundo cambió de color. Pasé de las tonalidades fuertes a la negrura más absoluta. Después, a los pasteles de las acuarelas de Sorolla.

 

―Ya vuelve en sí ―escuché que decían.

 

― ¿Y cómo ha vuelto? ―era la voz de mi madre.

 

Risas y lloros entre sábanas blancas de algodón almidonado y monjas con caras circunspectas que desconocían la sonrisa. Desde entonces, todas las mañanas desperté en esa nebulosa azucarada de ensoñaciones hermosas. Al final, descubrí que ese fluido que manchaba la cama podía surgir en cualquier momento.

 

Mis amigos miraban los calendarios con la foto de Nadiuska. Yo imaginaba siempre a Mercedes. Sus tacones de aguja, su cabello recogido con moño italiano, su insinuante Cruzado Mágico bajo las camisas de popelín recién planchadas y sus faldas de tubo ―con abertura trasera― resaltado el sensual balanceo de su pelvis.

 

Cuando llegaba al colegio, los maestros carraspeaban y el cura escondía las manos en los bolsillos de la sotana para calmar su rosario. Cada cual hacía sus cábalas: «¿Será una pervertida con cara de ángel o una ingenua con maneras de Femme Fatale?» Obviamente, era la única que te dejaba entrar en clase, aunque llevaras los pantalones unos centímetros por encima del suelo. Sonreía y te guiñaba un ojo mientras decía: «Mis queridos salvajes, ¡crecéis demasiado rápido!».

 

***

 

― ¿Le pasa algo? ―escuché de pronto.

 

―Nada, Señorita Merche ―contesté atribulado.

 

―Anda, ¡si eres mi Juanito! ¿Por qué no me lo has dicho antes?

 

Me había reconocido pese a que habían pasado más de tres décadas. Me sentí el hombre más afortunado de la Tierra. Entonces, recordé ese lapsus de vida que se repetía en mis sueños una y otra vez cuando me trasladaban al hospital resguardado entre sus brazos. Era ella. La señorita Merche: la profesora de Ciencias Naturales.

 


©Anna Genovés

Revisado el 3 de agosto de 2022

 


#relatos #letras #cultura #escribir #leer #vida #adolescencia

 

*Relato incluido en el libro de relatos La caja pública, Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 

 


La señorita Merche

by on 20:20:00
  La señorita Merche     Merche olía a jabón a flores recién cortadas a deseo entre las piernas a ternura deseada     Hacía tanto calor que ...

 

 

Mujeres maduras con hombres jóvenes

 

El hecho de tener una invitación de boda, incluye, a día de hoy, toda una serie de quebraderos de cabeza. ¿Qué me pongo, cómo me maquillo, qué regalo…? Al margen de estas vicisitudes, tradicionalmente, pensamos con un hombre de mayor edad que la mujer. Sin embargo, en las sociedades actuales, están normalizándose otros tipos de relaciones: matrimonios de homosexuales (gais o lesbianas), diferentes etnias, distintas religiones, y, ¿por qué no? Mujeres maduras con hombres jóvenes o viceversa.

El otro día, una amiga me comentó que había ido a una boda católica en la que la novia tenía 39a y el novio 24a. Pensé que los moldes se estaban rompiendo. Empero, mi amiga demonizó la unión: “¿Cómo un chico tan joven puede casarse con una cuarentona pudiendo ir con jovenzuelas? Está claro que es una cougar [1] –afirmó ridiculizando a la esposada—. Comprendí, que en la mayoría de ocasiones, somos las mujeres quienes fomentamos un hábito machista porque a la inversa, lo vemos normal, pues siempre ha sucedido.

Todo tipo de relación puede o no fracasar, al margen del sexo, edad y demás variables. Sólo hay que encontrar a tu media naranja. Hablamos de personas, no de géneros. Alguien afín a tus gustos y deseos.

Sexualmente, un hombre llega a su plenitud, en torno a los 30 años; mientras que una mujer tiene mayores fantasías sexuales entre los 27 y los 45. Respecto a la maternidad, puede existir el problema de infertilidad femenina. No obstante, podría darse esta circunstancia en los hombres. Todos sabemos, que la fecundidad en la hembra, desciende a la par que corre su reloj biológico: a los 20 años tiene un 25% de posibilidades de quedarse embarazada. A los 30 el 15%. Y a los 40, el 5%. No obstante, no todos los humanos desean ser padres. Y, si se quieren hijos, hay otros métodos: FIV o adopciones.

 

Como paradigma de este tipo de uniones, tenemos a la pareja Furness/Jackman. Hugh Jackman tiene 52a y Deborra-Lee Furness 65a. Llevan juntos desde 1996 y tienen dos hijos adoptivos. Para acallar las malas lenguas, precisaremos que HJ aporta mayor capital económico, y, encima, es uno de los hombres más deseados del globo terráqueo. Pero hay o habido otros casos entre las celebrities: Shakira/Piqué, Jennifer López/Casper Smart o un largo etcétera... ¿Entonces, por qué no entre los ciudadanos de a pie?

 

Estudios de la psicoanalista Margarita Solé, afirman que las parejas en las que él es más joven que ella, pueden ser tan sanas y equilibradas como a la inversa. Según el Instituto Nacional de Estadística, la proporción de matrimonios en el que la esposa es mayor que el hombre, ha pasado del 7,8% en 1976 al 16,4% en el 2010.

 

Clara Cortina, profesora del departamento de Ciencias Políticas y Sociales de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, comenta que, a partir de las segundas parejas, se dan mayor diferencia de edad, a favor de hombres o de mujeres. Las primeras parejas suelen unirse en el barrio o en la universidad. Mientras que las restantes, cuajan en el ámbito laboral o a través de grupos de amigos.

 

En la actualidad, las rupturas matrimoniales en España son muy elevadas. Antes, el divorcio no existía y el casamiento era para toda la vida. En 1990, se contabilizaron 59.538 desavenencias maritales. Mientras, que en 2011 se produjeron 117.179. Datos que no incluyen otros tipos de uniones. Las separaciones fomentan idilios de corta o larga duración. La persona se siente desvalida y la falta de cariño le hace ser más sensible, ante la posibilidad de un nuevo enamoramiento.

 

Pero se nos olvida algo… A lo largo de la historia, han existido uniones o deseos entre mujeres mayores que los hombres. Descartando la endogamia o los complejos de Edipo/Electra, la mitología griega lo recoge en la historia de Freda. La Antigua Roma, aceptaba estos matrimonios. Otros ejemplos…  Catalina la Grande con Alexander Zuboc (40 años más joven que ella). Los amantes de las escritoras Anaïs Nin o Sidonie Gabrielle Colette’s. Y un largo etcétera…

 

La atracción sensual o el amor, no conoce edad, género, color de piel o ideologías dispares.

 

©Anna Genovés

24/10/2014

Revisada el 1 de enero de 2021

Todos los derechos reservados a su autora

 

[1] Cougar es una expresión del argot inglés para definir a las mujeres que buscan una pareja bastante más joven. En el uso normal lingüístico significa "puma". Se establece un paralelismo con el mundo animal, es decir, con la caza de hombres más jóvenes (polos) por parte de estas mujeres (camisas).

 


 


Asylum

 

 

Cuando era joven,

casi una niña,

mi vida quedo truncada

y dejó de ser vida.

 

Era bonita e ingenua;

una flor recién nacida,

y los pétalos se truncaron

apareciendo estrías.

 

La sangre corría por mi cuerpo

mi corazón gemía.

 

Cuando era joven,

casi una niña,

mi vida quedó truncada

y dejó de ser vida.

 

 

 

Nos conocimos en un guateque. Éramos las reprimidas que no bailaban ni bebían: chicas del comediscos. Tú, la guapa. Yo, la fea. Los chavales huían de mí. A ti, te perseguían. Tan iguales por dentro y tan distintas por fuera. Nos hicimos amigas mediante un pacto a la vieja usanza: aguijoneamos los dedos y cruzamos nuestros hematíes. Fuimos hermanas de sangre hasta que me abandonaste por un chico. Entonces, dejé de hablarte, de mirarte, de reír tus gracias… Un día me arrojé a las vías del tren con un papelito en la mano que decía: «Tú tienes la culpa». 48 horas después, mi fotografía yacía sobre un féretro rodeado de pétalos floridos. Mi madre, de negro riguroso, no quería que oliera mal. Sin embargo, mis restos amputados se descomponían a marchas forzadas.

 

 

En el sepelio, mi ataúd se deslizaba con una camilla hidráulica entre los hermosos mausoleos de color ceniciento como tu rostro, hasta el nicho. Tu cuerpo tiritaba cuando lucieron los adobes que lo emparedaron. Te encerraste en casa. Dejaste de comer, de hablar, de soñar, de reír… no te apetecía nada. Por desgracia, tu familia conocía al director del psiquiátrico. Nadie te acompañó a las sesiones: acabaste sola. Agrietado el corazón que mutilaba tu alma. Cada vez que traspasabas la verja del sanatorio, los gritos de los confinados irrumpían en tus oídos: acufenos permanentes. Los enfermos andaban sueltos; hombres y mujeres deformes con caras enajenadas. No te gustaba ese lugar repleto de sufrimiento donde los muros sangraban.

 

 

Te metieron en una sala con azulejos blancos como la muerte; estabas muy asustada. Tenías una pesadilla recurrente: «Bajabas corriendo las escaleras de un garaje sin retorno. Yo te perseguía. Te atrapaba. Arrancaba tu carótida de un bocado; mi cara llena de gusanos. Mi sonrisa desdentada». Saliste de esos sacrílegos pensamientos, cuando entró el Dr. Mortem para conocerte y pautar la botica milagrosa que te devolvería la vida. Pero pasó el tiempo y no mejoraste. Atiborrada de barbitúricos, te convertiste en un muerto viviente. El psiquiatra decidió aplicarte terapia de electroshock. Tu cabeza estaba llena de babosas que se acoplaban a tu cráneo y succionaban tus pensamientos. Por último, te colocaron una esponja en la boca para que no sufrieras. La sacudida hizo que te retorcieras como en un mal ataque de epilepsia. No chillaste. Sin embargo, tus ojos se quedaron en blanco; parecías la niña del exorcista.

 

 

Cuatro meses después, te internaron en el sanatorio. Llevabas una bata blanca manchada de papilla. Te cortaron el cabello al uno, y lo poco que te quedada, lo arrancabas de cuajo a estirones. Unas ojeras profundas incrustadas en tus entrañas ensombrecieron tus facciones. Te vi desde arriba e imploré que me acompañaras; las cuencas vacías de mis ojos buscaban alguna lágrima perdida. Esta mañana, has aparecido ahorcada del techo de la sala común. La lengua fuera, los labios amoratados y el cuerpo rígido. Me he acercado a ti para consolarte: «Amiga, siempre estaremos juntas».

 

 

©Anna Genovés

Propiedad intelectual: 09/2013/2345

Rectificado el 28 de julio de 2022

 

* Dedicada a mi amiga Amparo Juárez (fallecida el 28 de abril de 1975 en accidente de tráfico)


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*Relato incluido en el libro de relatos La caja pública, Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 

 


Asylum

by on 17:17:00
  Asylum     Cuando era joven, casi una niña, mi vida quedo truncada y dejó de ser vida.   Era bonita e ingenua; una flor ...






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Este fin de semana tenéis la descarga 🙆🔊 GRATUITA de la novela ‘la concubina 111’. Si queréis echarle un vistazo, ya lo sabéis: mañana y pasado mañana –16 y 17 de julio—, GRATIS.


Me quedo con estas magnificas reseñas que le han hecho: puro entretenimiento que se lee y disfruta en unas horas. Muchas gracias 😊🌺






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La concubina 111

 


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La gata de angora

 


El amor traspasa fronteras

ella no quiere marchar

pero él la reclama

y, al final,

 se marcha sin hablar 

con su gata de angora

 


 

Marisa está frente a una hilera de nichos. De negro riguroso mirando una lápida con coronas semifrescas que rezan: “Fernando González Pérez. 1990-2020. Quererte fue fácil. Olvidarte, imposible”.


― ¿Cómo se te ha ocurrido dejarme en la flor de la vida? ―pregunta la joven viuda con lágrimas en los ojos.


Un viento gélido hace que las ramas de los cipreses aleteen. Las flores marchitas apostadas en el contenedor de basura, se sumergen en un torbellino que levanta una arenisca fina. Una gata blanca de angora se contonea por las tupidas medias de la plañidera y se aposenta entre sus zapatos, de tacón alto.


―No me digas que llegó tu hora y ya está. Estoy harta de oírtelo decir desde que te fuiste ―sigue en su particular memento, la compungida.


Se sienta en un banco de madera roída frente a la tumba. Acariciando a la gatita, como si ésta hubiera perdido a su partenaire y se consolaran mutuamente. Recuerda que conoció al que fue su esposo en la boda de una amiga. Sus miradas se cruzaron en la iglesia. Allí mismo, en la sacristía, se entregaron a una lujuria desmesurada. Unas semanas más tarde, se casaron. De eso hacía un año. Todo funcionaba de maravilla hasta que una tarde, Fernando, cayó fulminado. Un hombre fuerte y joven que nunca había estado enfermo. Desconsolada, llamó al 112 y después a la funeraria. No podía olvidar la imagen: lo sacaron en una bolsa con asas, como si fuera un violonchelo. El rellano de la finca era estrecho. Marisa cerró de golpe. Segundos después, escuchó un ruido seco y miró a través de la mirilla. ¡Qué horror! El cadáver embolsado había golpeado la puerta al intentar meterlo en el ascensor. Parecía que Fernando le dijera: «¡Todavía no me he ido mi amor!». Desde entonces, tenía pesadillas. Siempre la misma historia. Una voz de ultratumba la llamaba: «Marisa, Marisa. Ven conmigo». Repetía hasta la saciedad. Un día y otro día, y Marisa se acostumbró a ir al camposanto, a menudo. Hablaba con su Fernando como si lo tuviera al lado.


―No sé qué hacer. ¿Qué quieres ángel mío? ―insinúa Marisa sofocando su llanto en un pañuelo de hilo con las iniciales de su desafortunado marido bordadas en grana.


―Estoy solo y hace frío… ―hablan las tumbas mudas y las cruces pétreas.


―Tú ganas ―indica Marisa con los párpados entornados.


Abre el bolso, saca un botellín de Bezoya y un envase de Propanolol Hidrocloruro. Un betabloqueante que utilizaba su esposo ―doctor en psiquiatría― cuando iba a los simposios y tenía que hablar en público. Era hombre de acción y pocas palabras.


―Si cariño. Lo que tú digas. Sé que no sufriré ―sigue parloteando.


Las hojas gasifican un baile sepulcral, ligero.


―Además, estas pastillitas fresadas son muy hermosas. Como mis labios, dirías tú.


Seguido, coge un blíster y extrae las grageas. Las deja en su mano, mirándolas como abducida. La minina que ―con un iris verde y otro azul― ronronea. Le guiña un ojo.


― ¡Ay mi niña! Quieres tu parte. Deseas irte con Don Gato ―le da una. La felina la chupa hasta dejar un polvillo inocuo.


Marisa ve cómo se atonta y se deja caer de medio lado, maullando soñolienta mientras ella la acaricia. Hasta que su cola deja de moverse. Ha sido rápido e indoloro ―piensa.


Ella, hermosa como la porcelana fina, sigue el ritual con una parsimonia escalofriante. Se traga las píldoras.  Una, dos, tres… hasta llegar a la docena. Bebe agua y se tiende sobre el banco, mirando el cielo –diáfano, de un zafiro intenso—. Experimenta una felicidad inaudita: han desaparecido las preocupaciones. Ve el rostro de Fernando, sonriente. Alza la mano para tocarlo a la par que su corazón enmudece. Entra en una catarsis cuasi divina. Llega al Nirvana con los ojos entornados. Feliz.

 

***

 

Un año después, el piso tiene otros inquilinos. Durante el traslado, la nueva pareja encuentra una fotografía con un hombre y una mujer de perfil, besándose. La flamante novia, la mira y se sobresalta.


― ¿Qué te sucede, cariño? ―pregunta el hombre.


―Los perfiles me han mirado… ―contesta ella, blanca como un espectro.


― ¡Chorradas! Estás nerviosa. Es normal.


Pasan los días y la recién casada sigue intranquila. Experimenta sensaciones extrañas: ráfagas de aire, siluetas difuminadas, risas vagas… Una mañana se despierta ―puesta de somníferos hasta las cejas― y cepilla la melena en el espejo de la cómoda. De repente, chilla con todas sus fuerzas: la pareja del retrato está en la cama rodeada de gatitos. La mujer mima a una hembra de angora, nívea como el nácar. El hombre la señala con el índice, diciendo: «Eres nuestra». Los felinos saltan sobre ella y arañan su cara. La sangre gotea por sus pómulos y se introduce en su boca. La rodea un olor metálico con sabor ferroso que anuncia el peligro. Corre hasta la entrada, pero los pestillos se cierran. Gira hacia la alcoba y los espíritus le impiden el paso. Los objetos comienzan a volar. Unas sonrisas macabras se funden en sus oídos. Horas más tarde, el esposo encuentra su cadáver sobre el gres de la cocina junto a unas latas de comida para gatos, vacías. El cuerpo está ensangrentado; lleno de rasguños y acuchillado. Como si en un ataque de esquizofrenia, se hubiera rajado a sí misma. Lo extraño es que, en la finca, nadie tiene animales de compañía.



©Anna Genovés

Rectificada el 4 de julio de 2022


*Relato incluido en el libro de relatos La caja pública, Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 


La gata de angora

by on 18:18:00
  La gata de angora   El amor traspasa fronteras ella no quiere marchar pero él la reclama y, al final,   se marcha sin hablar  ...









Mundo basura


 



Mundo basura

Solo importa el dinero

Vales lo que tienes y ya está


 


Mundo basura

Nada que comer y nada que cantar

Ni juegos ni alegría, solo verdad

 



   Mundo basura

La muerte tiene un precio

Bomba de racimo o virus letal


 


Mundo basura

La indolencia nos consume

El fuego se apagará 




Mundo basura

Hipocresía regalada

Hacer la cobra es lo más


 


Mundo basura

Amistades peligrosas

Glenn Close se quedará


 


Mundo basura

Lujuria, tiranía y violencia

 Nada bueno quedará




Mundo basura

En el cielo hay nubes

En el infierno, mal

 



Mundo basura

Si odias la mentira

habrá soledad


 


Mundo basura

La vida en una botella

Que huye por el mar

 



Mundo basura

Rebaños de ovejas

Y peces que quieren volar

 

 



©Anna Genovés

Miércoles veintidós de junio de 2022

 

 





Mundo basura

by on 16:16:00
Mundo basura   Mundo basura Solo importa el dinero Vales lo que tienes y ya está   Mundo basura Nada que comer y nada que can...


 



Bella



Estaba sentada en una de las salitas del Tanatorio Municipal de Barcelona con un pantalón vaquero y una camisa negra con un dibujo chino en la espalda. Hablaba con la muerta y, aunque la gente pasara y le diera el pésame a la familia, ella seguía su plática como si nadie la oyera.



–Amiga –le decía—. Te he rehusado a propósito; prefería estar lejos de ti para no seguir enamorada y poseerte antes de tiempo, y, hacía tantos meses que no te veía, que había olvidado lo hermosa que eras. Da lo mismo que te metan en una caja de pino sencillo con una cruz discreta como siempre has querido, o que luzcas cubierta con un sudario que apenas deja entrever tu preciado rostro. Igualmente se antojan tus formas fuertes y equilibradas (pausa).


» No te enfades conmigo, solo digo la verdad. Tenías que llamarte Envidia en vez de Bella, ya que has sido de las personas más envidiadas que he conocido. De niña todos querían estar contigo, ahí me dieron el primer toque, pero lo pospuse. Tenías esa sonrisa tan natural, que me fue imposible llevarte conmigo. Eras un verdadero angelito (pausa).

 

Una señorona de pelo cardado y andares flamencos, se acerca y le pregunta—:

 

–Disculpe la indiscreción. Soy tía de nuestra querida Bella y no la conozco, como soy mayor olvido a las personas… ¿Quién es usted?

 

–Una amiga –contesta ella.

 

–¿Conocía mucho a Bella?

 

–Desde el día que abrió los ojos por primera vez, no la he dejado. He sido su sombra.

 

–Bueno, como aún es joven –la mujer sonríe de medio lado— habla de una forma que no llego a entender… pero se ve que la quería mucho.

 

–Tanto que cuando me dieron su nombre por segunda vez, dije que estaba saturada de trabajo y me marché por unos días al otro lado del mundo.

 

–Aún la entiendo menos.

 

–Dentro de poco, lo entenderá. No se preocupe –la anciana la mira de reojo y cambia de tema—:

 

–Mira que Bella era guapa, ¿verdad? –dice mirando el cadáver.

 

–Una de las más hermosas. Tocada por la mano divina, y, pese a tener una vida difícil, ha mantenido su gallardía innata. Sabe usted, la belleza nunca muere, solo cambia.

 

–Tiene razón. Bella era un encanto de persona, pero tuvo mala suerte.

 

–A veces, cuando se tienen demasiadas virtudes y naces en una familia…

 

–No se corte que nos hemos hecho amigas. Cuando se nace en una familia trabajadora y de pocos saberes. Cuanto más encantadora, peor lo tienes.

 

–¡Cuánta razón tiene, doña Mercè! 

 

–¡Ay! Si sabe mi nombre.

 

–¿Cómo no? Soy la persona más acompañada y, a la vez, la más solitaria. Sé cómo se llaman todos y, cuando me acompañan, en ocasiones, me duele. Con Bella me sucede.

 

–Entonces, es usted una persona con buena estrella porque siempre va escoltada.

 

–Si usted lo dice…

 

–Claro, mujer. Yo, fui una joven rodeada de gente y, a medida que fui envejeciendo me quedé sin compañía. Mis amistades pasaron a mejor vida y los jóvenes de la familia se olvidaron de la vejestoria de su tía.

 

–Bella sí la visitaba –mira el ataúd—. Era su tía preferida.  

 

A la anciana se le nubla la vista y en sus ojos velados, aparecen unos enormes lagrimones.

 

–No llore Mercè. Usted ha tenido una buena vida y tendrá una buena muerte. Fíjese en Bella, ella, aún era joven, y, al final, la ha atropellado un coche. Sabe, no pude evitarlo: era una orden y ya no podía posponerlo más, era la tercera vez que la nombraban; pero, por lo menos, desvié el vehículo para que su rostro siguiera hermoso.

 

–La verdad es que está muy arregladita. Hasta diría que está feliz –Mercè se seca los ojos.

 

–Lo está. En más de una ocasión me dijo que le pesaba la vida. Y fui yo quién tuve que animarla.

 

–Muchas gracias. Es usted una gran persona.

 

–Hago lo que puedo. Cuando escuché su nombre de nuevo, intenté cambiar de trabajo. Pero, no me dejaron. Lo mío es un servicio eterno y, por mucho que me empeñe, nunca podré evitarlo. Así que es mejor que no me encariñe con nadie. Mercè voy a dejarla.

 

–Hija, ¿qué no me ha dicho cómo se llama?

 

–Me llaman La dama de la hoz. Pero mi verdadero nombre es Muerte.

 

Mercè sufre un ictus que la fulmina. Una muerte rápida e indolora, según dicen.



©Anna Genovés

Ocho de junio de 2022

 

Bella

by on 18:18:00
  Bella Estaba sentada en una de las salitas del Tanatorio Municipal de Barcelona con un pantalón vaquero y una camisa negra con un dibujo...



El cuento de la criada, Margaret Atwood

Ficha bibliográfica

El cuento de la criada ePUB
Título original: The Handmaid's Tale
Margaret Atwood, 2001
Traducción: Elsa Mateo
Páginas: 1.203

Sinopsis de la novela

Amparándose en la coartada del terrorismo islámico, unos políticos teócratas se hacen con el poder y, como primera medida, suprimen la libertad de prensa y los derechos de las mujeres. Esta trama, inquietante y oscura, que bien podría encontrarse en cualquier obra actual, pertenece en realidad a esta novela escrita por Margaret Atwood a principios de los ochenta, en la que la afamada autora canadiense anticipó con llamativa premonición una amenaza latente en el mundo de hoy. En la República de Gilead, el cuerpo de Defred sólo sirve para procrear, tal como imponen las férreas normas establecidas por la dictadura puritana que domina el país. Si Defred se rebela o si, aceptando colaborar a regañadientes, no es capaz de concebir, le espera la muerte en ejecución pública o el destierro a unas Colonias en las que sucumbirá a la polución de los residuos tóxicos. Así, el régimen controla con mano de hierro hasta los más ínfimos detalles de la vida de las mujeres: su alimentación, su indumentaria, incluso su actividad sexual. Pero nadie, ni siquiera un gobierno despótico parapetado tras el supuesto mandato de un dios todopoderoso, puede gobernar el pensamiento de una persona. Y mucho menos su deseo. Los peligros inherentes al mezclar religión y política; el empeño de todo poder absoluto en someter a las mujeres como paso conducente a sojuzgar a toda la población; la fuerza incontenible del deseo como elemento transgresor: son tan sólo una muestra de los temas que aborda este relato desgarrador, aderezado con el sutil sarcasmo que constituye la seña de identidad de Margaret Atwood. Una escritora universal que, con el paso del tiempo, no deja de asombrarnos con la lucidez de sus ideas y la potencia de su prosa.

Sinopsis tomada de El cuento de la criada editado por la editorial Salmandra



Reseña de El cuento de la criada de Margaret Atwood

Llegué a su lectura después de haber escuchado las bondades de la actual serie televisiva y la película de 1990 basadas en la misma, ambas visionadas a posteriori.

Bajo esta tesitura, opino que todos los escritores desearíamos que un guion televisivo o cinematográfico reflejara el alma de nuestra obra. Esto, por suerte para la autora, es lo que le sucede a El cuento de la criada. Con el aditivo de que, sobre todo en la serie televisiva, la fuerza de las imágenes y las licencias de los guionistas, han edulcorado hasta tal punto la novela, que ha cautivado por completo a los espectadores. No es para menos.



La novela, narrada en primera persona por Defred, la protagonista, a modo de diario entrecortado donde la historia de su pasado se superpone a la del presente con una retahíla de flashbacks y algún que otro flashforward o su propia inventiva…, nos arrastra a las profundidades del abismo de una distopía que nos hace reflexionar acerca del horror del sometimiento. Margaret Atwood fundamenta su terrorífica historia, en cierta medida, desde la perspectiva de la religión panteísta que profesa.

La narración, sustentada en un futuro relativamente próximo –primer cuarto del siglo XXII—, te deja perplejo desde la primera página.

Es obvio que cause está sensación cuando descubres que los todopoderosos E.E.U.U. se han convertido en la república de Gilead: una sociedad patriarcal y arcaica gobernada por una teocracia puritana que enaltece las prácticas del Antiguo Testamento, en la que se han perdido la mayoría de libertades… Y, ¿qué decir la mujer? Las féminas han pasado de una floreciente emancipación, a una regresión absoluta donde solo sirven para cuidar la casa, hacer la compra y, ¿cómo no? Procrear.

Sin embargo, la concepción ha quedado reducida a un grupo minoritario de mujeres en edad de gestación; motivado por los medios anticonceptivos de la sociedad pre-apocalíptica y por los numerosos efectos secundarios de los agentes tóxicos post-apocalípticos. Hechos que han mermado la capacidad de fertilidad hasta cotas mínimas: el futuro de la Humanidad, peligra.


Con este panorama, imaginamos que a este grupo de mujeres tan especial, se las debe idolatrar: nada más lejos de la realidad. Se las educa en una especie de escuela monacal, tipo claustro ‘torquemanense’, donde todo es válido si no haces lo que te dicen; incluido destrozarte los pies a latigazos, darte descargas eléctricas, mantenerte arrodillada –en una día de lluvia copiosa— con los brazos en cruz y sujetando piedras en las manos…, o cualquier aberración que se les ocurra. Todo bajo dosificación de benzodiazepinas. A las chicas se las droga para que sean verdaderos lechales esperando el engorde antes de ir al matadero. La no concepción equivale a la muerte –por lo general, se las ahorca y sus cuerpos quedan a la intemperie en el muro que rodea Gilead—, o al destierro en las colonias.

El muro me hizo pensar en los guetos judíos de la Alemania nazi; en El cuento de la criada es la separación entre la República de Gilead o zona libre de guerras, de la otra sociedad… la infectada, la guerrera, la pecadora, la libre. Y en él, acaban colgados todos los que, por uno u otro motivo, desobedecen las leyes teocráticas impuestas por los gobernantes: una serie de comandantes con un poder absolutista y un ejército poderoso bajo su mando –a los soldados se les llama Ángeles o Guardianes, y a los gobernantes, Ojos.  El paralelismo con el A.T. está servido: los ángeles guardan a los mortales de cometer pecados y los ojos de Dios lo ven todo.


En las colonias acaban algunas mujeres que han intentado fugarse o que han infligido ciertas leyes; verdaderos campos de exterminio cubiertos por vertidos tóxicos al más puro Tercer Reich. No se las gasea: respiran vapores venenosos... También acaban en este lugar infernal, las no-mujeres; entre ellas las hembras maduras que no pueden engendrar o que han pertenecido o pertenecen a la resistencia. Os preguntaréis cómo a unas traidoras se las envía a las colonias y a otras se las ejecuta; la novela no lo aclara… Solo puedo decir: mejor morir ahorcada que sufrir una muerte lenta y agónica.

Es difícil de creer que, en un mundo tan férreo y con un ejército armado hasta las cejas, exista una resistencia. No obstante, como en toda guerra o régimen fascista, la hay. Lo mismo que un mercado negro y lugares prohibidos donde los mandatarios se saltan a la torera las leyes que ellos mismos han impuesto.

Os habrá llamado la atención el nombre de la protagonista: Defred. He aquí el quid de la cuestión: a las mujeres que pueden gestar, se las llama criadas en general, y, además de perder su nombre de pila e ir vestidas de rojo –para verlas desde lejos si se les ocurre escapar—, mientras perteneces a este grupo, adquieren distintos nombres… Dicho apelativo se compone de la preposición ‘de’ –en inglés ‘of’—, y el nombre propio del comandante al que sirven. De tal manera que si sirves a Fred, como el caso de la heroína de El cuento de la criada, te llamas Defred. Hay Deglen, Dewarren… 

¿Por qué? Porque, en la república de Gilead, al igual que en tiempos de los Patriarcas, las mujeres son tratadas como objetos que pertenecen a los hombres; amén de que hay una poligamia encubierta. Las criadas, no solo tienen un dueño, sino que después de parir pierden toda potestad sobre el neonato que pasa a ser hijo legítimo del comandante y su esposa. Al margen, si la criada puede volver a gestar, pasará a ser propiedad de otro comandante.


No todas las mujeres son Criadas. Dentro de la condición femenina existen distintas jerarquías… Las esposas de los comandantes, que siempre visten de azul, tienen la categoría más elevada, incluso pueden denigrar a las criadas, a las sirvientas o Marthas, a las ecoesposas o cónyuges de los hombres de menor rango que no pueden alcanzar la poligamia, y a las Tías o educadoras de las Criadas –con su look militar compuesto por un uniforme pardusco y un gorro tipo chef que les cubre el cabello.


Nunca mejor dicho: las criadas son concubinas violadas reiteradamente por el comandante de turno, vientres de alquiler sin paga extra, recipientes útiles solo para preñarse… y punto.

Por otro lado, el lenguaje del libro es adusto, pese a que la autora tiene una adjetivación magnífica y utiliza unos recursos literarios que embellecen el horror y demuestran la maestría de su pluma.

Creo que la novela presenta un desenlace abierto, lleno de suposiciones y con una prosa carente de ese remate perfecto del cuerpo de la misma. Incluso me atrevo a decir que tiene un final un tanto forzado, como para quitarse el manuscrito de encima: la madre que acaba de parir y siente un rechazo momentáneo por su vástago. Después de reflexionar he pensado: “Seguramente, la autora quería hacer una saga y al ver que no tenía la repercusión esperada en su momento, se reprimió. O quizá estamos ante una verdadera visionaria que ha sabido esperar pacientemente hasta que su libro ha dado los frutos deseados”.

Indudablemente, El cuento de la criada se ha convertido en un fenómeno de masas. En gran medida, por la puesta en escena de la serie homónima que emite el canal HULU y que en España difunde HBO. A fecha de hoy, se está pasando la segunda temporada y ya está firmada una tercera.

De lectura imprescindible: sin lugar a dudas, una obra maestra.





©Anna Genovés
8 de junio de 2018
Rectificada el 5 de junio de 2022



El revuelo que ha traído consigo el serial de la cadena HULU, que emitió hace poco la tercera temporada y tiene en marcha la cuarta, es inmenso...