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La bestia – Premio Planeta 2021




La bestia de Carmen Mola (tomada de la Ed. Planeta)


Corre el año 1834 y Madrid, una pequeña ciudad que trata de abrirse paso más allá de las murallas que la rodean, sufre una terrible epidemia de cólera. Pero la peste no es lo único que aterroriza a sus habitantes: en los arrabales aparecen cadáveres desmembrados de niñas que nadie reclama. Todos los rumores apuntan a la Bestia, un ser a quien nadie ha visto pero al que todos temen.


Cuando la pequeña Clara desaparece, su hermana Lucía, junto con Donoso, un policía tuerto, y Diego, un periodista buscavidas, inician una frenética cuenta atrás para encontrar a la niña con vida. En su camino tropiezan con fray Braulio, un monje guerrillero, y con un misterioso anillo de oro con dos mazas cruzadas que todo el mundo codicia y por el que algunos están dispuestos a matar.



 

Reseña personal


Desde mi punto de vista, La bestia, es un caballo de Troya que intenta atrapar a diferente público; de un lado, a lectores abigarrados habituados a las historias que, el marketing editorial denomina “literatura femenina”. De otro, a los leedores del popularmente apelado “realismo sucio”. Pero, al estar llena de descripciones detalladísimas –cuanto más, mejor— queda apartada del minimalismo de esta corriente. Encuadrada, por tanto, dentro de un realismo con énfasis en el contexto histórico y social de la época. Me atrevería a decir que, el verdadero género literario del manuscrito, es el naturalismo. Wikipedia nos lo aclara…

 


… “El naturalismo literario está basado en reproducir la realidad con una objetividad documental en todos sus aspectos, tanto en los más sublimes como los más vulgares, desagradables o sórdidos. Su máximo representante, teorizador e impulsor fue el escritor Émile Zola” …

 


Es evidente que, Mola, no es Zola ni de lejos. Sin embargo, gustará a los amantes de la “literatura femenina” que quieran experimentar con escenarios más sucios de lo habitual, hasta les cautivará y emocionará recordando las historias que nuestros mayores nos contaron alguna vez: esos tiempos añorados por tantas personas. Por el contrario, los apasionados del “realismo sucio” puro, tal vez, puedan cansarse de los minuciosos e innecesarios relatos encajados en las tramas principales como verdaderos ágapes para rellenar y finalizar el compendio con algo más de quinientas páginas. En ocasiones, La bestia, se convierte en un manual híperpedagógico de un viaje en el tiempo al Madrid del XIX. Quizá, Mola, pretenda hacernos ver cómo ha cambiado.


Se presenta en cuatro partes. La primera nos habla de la bestia, bestia: monstruo abominable que se encarga de secuestrar y descuartizar a niñas pequeñas de baja ráela; habitantes de los arrabales construidos fuera de las murallas de la ciudad.


Algunos flashes me recordaron a las descripciones empleadas por de Patrick Süskind en El perfume –aunque la misma se desarrolle en París un siglo antes—: la putrefacción, obscenidad y malignidad, contrastando con la pureza de las víctimas.


Esta primera historia –para mí la más interesante—, queda cuasi olvidada en el segundo y tercer libro donde las historietas se suceden, a veces, sin una guía lo suficientemente consistente como para darle la credibilidad que se persigue.


Es, por tanto, en esta parte central, donde se desarrollan la mayoría de personajes –entre ellos la bestia hermosa y carnívora como la flor de la portada—, algunos con más peso que otros, pero, que los autores, como patres familias, guillotinan a su antojo para dar paso a héroes desconocidos que te llevan al quid de la cuestión, el escenario religioso/político del período: los frailes contra el pueblo y los carlistas contra los isabelinos. Todo ello aderezado con los restos de nigromancias del medievo rivalizando con los adelantos científicos.


El tramo final da paso al ansiado desenlace que, como una nueva matrioska, nos muestra dos finales: el primero, el consecuente con los acontecimientos vividos. El segundo, el archiconocido, de lágrima fácil para conmover a la platea.


El estilo gramatical del volumen es sencillo con algunos grandilocuentes o inusuales calificativos que la adornan. Si bien, hay que resaltar que, en ocasiones, se utilizan expresiones e ideas inverosímiles para la época en cuestión –recordemos que la obra sucede, íntegramente, en el Madrid del año 1834—. Este hecho, disminuye el rigor histórico. La puntuación, opino que no es tan rigurosa como debería.

 


… “Clara tirita de frío en el rincón de su celda. La sangre ha empapado el jirón de vestido que le dio Miriam. Un coágulo se extiende desde la tela hasta su vagina cuando la separa y se mira con curiosidad los genitales. Le duelen las piernas como si estuvieran a punto de explotar, pero, más allá de ese dolor, no se nota diferente. En las Peñuelas, su madre le hablaba de la transformación que el menstruo obraría en ella: convertida en mujer, preparada para engendrar” …

Mola, Carmen. La Bestia (Autores Españoles e Iberoamericanos) (Spanish Edition) (p. 421). Editorial Planeta. Edición de Kindle.



Dudo que, en esa etapa, las madres hablaran a sus hijas –con diez años y del último escalón jerárquico social— de la menstruación, cuando a mediados del XX solía ser hasta pecado mencionarla. Actualmente, sí se les habla de la misma con naturalidad.


Otra expresión dudosa para la época es, por ejemplo, «hacer un francés» si nos atenemos a algunas fuentes que hablan de su origen.


 

…” Las francesas no le hacen ascos a nada, por algo le llaman «hacer el francés». Y la verdad es que nos lo deberíamos pensar porque a los hombres les gusta” …

Mola, Carmen. La Bestia (Autores Españoles e Iberoamericanos) (Spanish Edition) (p. 482). Editorial Planeta. Edición de Kindle.

 



Distinguí cuatro bestias. El cólera –que pasa desapercibido en un tortuoso teatro de cadáveres malolientes y aprensión—. El esclavo que –a modo de asistente de Drácula— secuestra y deja los cadáveres esparcidos por oscuros lugares pestilentes. La ejecutora –belleza y señora que, hace y deshace no como se le antoja sino como le ordenan—. La verdadera bestia, aquella que mueve los hilos cubierta de un tupido velo al que nunca se asoma.


Así mismo, hay que señalar los paralelismos que muestra la obra con los tiempos calamitosos que vivíamos en la fecha del galardón. Puesto que La bestia nos revelaba un Madrid pavoroso, en plena epidemia de cólera, en la realidad, vivíamos la violenta pandemia de la covid19. El mundo —implícito el jurado del Premio en cuestión— estaba altamente sensibilizado. Este hecho, unido a la ponderación femenina de los últimos años, pudo inclinar la balanza para que, La bestia, se hiciera con el Premio Planeta 2021.


Imagino al jurado revisando el manuscrito: «¿Cómo? Por fin una mujer se atreve a escribir sin pelos en la lengua, como los hombres. ¡Viva el feminismo!». ¡Cómo se quedarían al descubrir el pastel! Pues Carmen Mola son, como todos sabemos: Antonio Mercero, Agustín Martínez y Jorge Díaz, quienes con anterioridad habían publicado la trilogía de La novia gitana.


Del otro lado, los escritores, pudieron indicar todo lo contrario: «¡Jaque mate a todas las feministas! En una sociedad casposa, está mal visto que la pluma femenina sea tan minuciosa como depravada».


Carmen Mola es la bestia de las bestias porque en un solo cuerpo reúne tres cabezas pensantes. Hay que reconocer que, el folletín, tiene gancho. ¿Quién sabe si en la próxima edición será un solo cerebro con dos ovarios quien obtenga el trofeo, incluso sin ser guionista o presentadora/or de televisión?


 

©Anna Genovés

20 de marzo de 2022

 





Las 12 últimas lecturas

En años anteriores, subía una entrada con los libros que había leído y una reseña del que más me había impactado. Pero, en 2017, por motivos laborales, me fue imposible hacerla. De hecho, estoy tan apartada de la escritura, que me tortura pensarlo; es como si me hubiera sobrevenido un divorcio inesperado y doloroso.

Las entrañas gimen, las ideas fluyen, la novela terminada, a la espera de ser revisada, me grita constantemente: “Por favor, no me abandones”. Sin embargo, los días tienen veinticuatro horas, y, en esta época tardía de la vida, ahora que los impulsos comienzan a frustrarse y que deseaba entregarme en cuerpo y alma a esa pasión intrínseca en mi persona: la escritura. Un cortafuego ha paralizado cualquier pensamiento novelesco de mi hechura.

A veces, me despierto por la noche empapada en un sudor frío que congela la piel que me recubre y los huesos que me sujetan. La imposibilidad de plasmar en los folios níveos la imaginación que comprime mi cerebelo y aprisiona mi ensueño: es insoportable.

Sin embargo, todo llegará. Como dijo Jean Jacques Rousseau: “La paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces”.

A lo que iba… El listado de los últimos libros que he leído y el resumen de uno de ellos. Un compendio de lecturas dispares, tanto en temática como género. Todas las obras han sido de mi agrado, y, por uno u otro motivo, me han hecho reflexionar. Voy a reseñar Gomorra, de Roberto Saviano, por causas que desvelaré más adelante... Justo, en el sumario del mismo.

Las 12 últimas lecturas



1.                  Soy leyenda, de Richard Matheson. Si sois adictos a la Ciencia ficción, y aún no lo habéis leído… ¡Ya tardáis! Mientras lo examinaba, rememoraba las imágenes de su adaptación a la pantalla grande: El último hombre vivo. Un Charlton Heston encarnando al solitario e insensible Robert Neville invadía mi memoria. Muy recomendable.

2.                  Red Riding Quartet, de David Peace. Brutal. Una crónica periodística en la que se incluyen los asesinatos del Destripador de Yorkshire. Pese a tener una base real, personajes y trama son ficticios. El autor recorre el submundo de la corrupción policial, el crimen organizado y diversos asesinatos envueltos en la pedofilia de forma magistral. Muy recomendable.



3.                  Hannibal: el origen del mal, de Thomas Harris. Si todavía no conoces el horror de manera poética, no olvides degustar sus páginas. El escritor tiene una pluma ágil y majestuosa, de adjetivación y preciosismo, insuperable. Te atrapa desde la primera página. Dudo que la monstruosidad pueda describirse con mayor delicadeza. Caerás rendido a sus pies como un esclavo ante el látigo de su dueño. Obra maestra.

4.                  Llamada para el muerto, de John le Carré. Como todas las del autor, entretiene sin tener que pensar demasiado. Es la primera aparición de uno de sus personajes emblemáticos: George Smiley –agente del MI6—. De estilográfica dinámica y toques de ese humor tan British, te hará pasar un buen rato de principio a fin. Recomendable.

5.                  Llenos de vida, de John Fante. ¡Ufff…! Nada que ver con las anteriores, pero… ¡qué bien escribía! Una pequeña autobiografía en la que recrea la agradable/horrenda vida que llevaba en la década de los 50 como parte de la clase media americana de la época. Te trasmite esa gran mentira del sueño americano que, generación tras generación, te han hecho creer. Recomendable.



6.                  Las vírgenes suicidas, de Jeffrey Eugenides. Magistral. Un auténtico drama que te subyuga desde la primera línea. Maravillosamente llevada al cine por Sofía Coppola, narra la trágica vida de una familia de clase media americana compuesta por un quinteto de adolescentes y unos padres anticuados e intransigentes que llevan a sus cinco hijas –preciosas hadas de nacarada piel y ojos dulzones—, a consumar una serie de teatrales suicidios. Actual, y, desde mi punto de vista, de lectura obligada para los padres. Obra maestra.

7.                  Crímenes bestiales, de Patricia Highsmith. De plumaje impecable, la autora manifiesta su malestar ante la injusticia y las relaciones humanas. La fórmula que emplea Highsmith es muy original: los animales de compañía se rebelan contra sus amos, evidenciando el paralelismo entre las clases sometidas y los opresores. Un tema social que no ha llegado a sorprenderme como esperaba. Lejos de El talento de Mr. Ripley u otras novelas de la autora. No he conectado con el libro.

8.                  Los reyes del cool, de Don Wilson. Muy Tarantino. Un jugoso batido entre los film Pulp fiction y Kalifornia. El ascenso al imperio del narcotráfico de tres amigos: un pacifista, un marine y O, la amante de ambos. Contemporánea y trepidante, te muestra cómo el simple cultivo de maría, puede llevarte a la cima del poder. También habla de la piña que te pegas cuando la cumbre se derrumba bajo tus pies. Muy recomendable.

9.                  Cuentos paralelos –versión original y completa—, de Isaac Asimov. Si algo me ha enseñado esta novela, además de pasármelo pipa leyéndola, es que los errores ortotipográficos no deben menospreciar nuestro trabajo. Porque, tal como él indica, a modo de: “Errar es de humanos y si una obra vale, vale con errores y sin ellos”. Este libro tiene tantos fallos como genialidades. Asimov era engreído y no se cortaba en decirlo, del mismo modo, su ingenio queda patente en cada una de sus palabras. Muy recomendable.

10.               La dama del lago, de Raymond Chandler. Una de tantas novelas entretenidas y bien escritas, del fantástico genio del noir a la antigua. De por medio, su mítico detective: el entrañable Philip Marlowe. Un caso de desaparición que encierra a femmes fatales y crímenes insospechados que se agradecen desde el inicio. Entretiene, te hace sonreír y te gusta. Recomendable.



11.               Morfina, de Mijal Bulgakov. Un relato tan imprescindible como sui generis que te trasporta al mundo de los efectos secundarios de los morfinómanos, de tal manera que, en algún momento de la lectura, deseas introducirte un chute malévolo de amapola para experimentar en tus carnes las tan apetitosas como mortíferas alucinaciones. Adictiva. Muy recomendable.



12.               Gomorra, de Roberto Saviano. El estilo punzante, real y, en ocasiones, hasta poético, convierten la novela en la joya de la corona, aunque para ello debas pasearte por el fango más escabroso de la sociedad. Saviano juega con sus emociones de amor/odio hacia la tierra e incluso los amigos que lo vieron crecer; los sentimientos son como una marca de agua en todas las páginas. A veces, la lectura es tan densa que llega a asfixiarte. Las palabras cobran vida y te envuelven en su mortífera túnica.

Gomorra no es una crónica periodística o un simple ensayo de la Camorra napolitana y cartesiana; dueña y señora de uno de los barrios más peligrosos de Europa llamado Secondigliano. Es la Biblia con versos ensangrentados de todos y cada uno de sus miembros, familiares, conocidos, amigos de los conocidos, conocidos de los conocidos… los habitantes de Nápoles y alrededores llevan una cruz que los marca y los encadena al Sistema hasta que la Muerte los lleva por delante; sea bajo un árbol cuyas raíces tapizadas de cadáveres afloran, o troceado por irse de la lengua...

Reconozco que antes de leerla era fan de la serie y el film homónimos, de idéntico nombre. Esperaba que la novela fuera un fiel retrato de una de ellas. O, quizá, un cóctel entre ambas: nada más lejos de la realidad. Me di cuenta de inmediato.

El manuscrito, que empieza y termina con el comercio; por un lado, la mercancía fresca: relojes, ordenadores, ropa de alta costura de los mejores modistos italianos… y un largo etcétera, previo almacenaje en lujosos palacetes reconvertidos en naves industriales e introducidos en contenedores que se mueven por el globo terráqueo como pacíficos arcángeles. Y por el otro, con el comercio muerto: auténticas Parcas que degüellan a quienes se ponen delante; me refiero a los residuos tóxicos y químicos que siembran el subsuelo de gran parte de nuestro querido y podrido planeta azul. Cosas de la globalización: los boss de la Camorra compran y venden de todo, inclusive tierras en el culo del mundo para enterrar la putrefacción de sus negocios.

El autor detalla tan esmeradamente cada suceso que, el lector, puede convulsar tras la lectura: no hay calificativo que explique cómo me sentía mientras leía; las mayores atrocidades del humano, tomaban forma. No era ficción, sino, por el contrario, la cruda realidad. Sin embargo, este efecto puede ser contraproducente. Al tener unas descripciones tan generosas y precisas, hay páginas prescindibles y otras cuya grandilocuencia, además de sorprenderte, te sacuden con una fuerza superior a los devastadores tsunamis que zarandean constantemente Indonesia.


…“El proyecto de almacenar los fardos en los pisos había sido ideado por algunos comerciantes chinos a raíz de que la autoridad portuaria de Nápoles presentara una delegación del Congreso estadounidense el plan sobre la seguridad. Este último prevé dividir el puerto en cuatro zonas —para cruceros, para cabotaje, para mercancías y para contenedores— y determinar los riesgos en cada una de ellas. Tras la publicación de este plan de seguridad, para evitar que se pudiese obligar la policía a intervenir, que los periódicos escribieran demasiado tiempo sobre la cuestión e incluso que algunas cámaras de televisión se colaran en busca de alguna escena jugosa, muchos empresarios chinos decidieron que había que cubrirlo todo de un mayor silencio. Debido, asimismo, a un incremento de los costes, había que hacer todavía más imperceptible la presencia de las mercancías. Hacerlas desaparecer en las naves alquiladas en rincones perdidos de la provincia, entre vertederos y campos de tabaco, presentaba el inconveniente de no eliminar el transporte por carretera. Por consiguiente, todos los días entraban al puerto y salían de él no más de diez furgonetas, cargadas de fardos hasta los topes. Solo tenían que recorrer unos metros para llegar a los garajes de los edificios situados frente al puerto. Entrar y salir, bastaba con eso.

Movimientos inexistentes, imperceptibles, perdidos en las maniobras cotidianas del tráfico rodado. Pisos alquilados. Con los tabiques derribados. Garajes que se comunicaban unos con otros, sótanos abarrotados hasta el techo de mercancías. Ningún propietario se atrevía a quejarse. Xian les había pagado todo: alquiler e indemnización por los derribos ilegales. Miles de fardos subían en un ascensor reconvertido en un montacargas. Una jaula de acero metida dentro de los edificios, que hacía deslizarse por sus raíles una plataforma que subía y bajaba continuamente. El trabajo se concentraba en unas horas. La elección de los fardos no era casual. Me tocó descargar a primeros de julio. Un trabajo que cunde, pero que no puedes hacer si no estás entrenado. Hacía un calor tremendamente húmedo. Nadie se atrevía a pedir un aparato de aire acondicionado. Nadie. Y no por miedo a represalias o por una cuestión cultural de obediencia y sumisión. Las personas que descargaban procedían de todos los rincones del mundo. De Ghana, de Costa de Marfil, de China, de Albania... y también de Nápoles, Calabria o Lucania. Nadie pedía nada; todos constataban que las mercancías no pasan calor y eso constituía una razón suficiente para no gastar dinero en acondicionadores.”…

Es pues, un libro hipnótico y minuciosamente argumentado, en el que el autor ha conjugado la expansión de la Camorra de los clanes napolitanos y cartesianos o El Sistema, nombre que actualmente reemplaza al clásico Crimen Organizado, con su política económico-financiera.

Me atrevo a decir que es irrepetible. ¿Quién mejor que Saviano, criado y partícipe de la misma en sus años mozos, podría describir tan escrupulosamente los horrores del Sistema? Nadie. En cierta medida es una obra autobiográfica escrita en primera persona, en la que, el autor, nos descubre los vericuetos y las atrocidades que estrangulan a los habitantes de la zona. ¡Que digo de la zona! Del mundo. Después de leer este documento, te sientes como una oruga que puede ser aplastada en cualquier momento por un puñado de mocosos de gatillo fácil y Kaláshnikov al hombro.

Saviano no habla de lo que todos sabemos a cerca de la Mafia: tráfico de drogas, prostitución, armas... Nos muestra con bravura un sistema perfectamente encajado, cuyos engranajes tienen aduanas y derechos de pernada, amén de un reguero de sanguinolentos cadáveres. El aceite que suaviza la monstruosa máquina es la sangre de los innumerables reventados que se cobra, por balas o cuchillos, por picadoras o toneladas de cal viva. Nadie está libre de pecado y se comercia con TODO. Sí. TODO en mayúsculas: industria textil, calzado, cadenas hoteleras y/o de alimentación, peluquerías, salones de belleza, restaurantes, electrónica, construcción, desperdicios, basura, órganos, personas. Hasta el quiosco del inválido de turno, tiene un hueco en los tentáculos del Sistema.

…”El riesgo de perder dinero no era comparable al beneficio obtenido, sobre todo si se comparaba con los intereses que habrían recibido si hubieran depositado el dinero en el banco. Los únicos inconvenientes eran de tipo organizativo:  menud hacían guardar los panes de coca a los pequeños inversores a fin de que no estuvieran almacenados siempre en el mismo sitio y de que resultara prácticamente imposible confiscarlos. Los clanes camorristas habían logrado ampliar así la circulación de capitales para invertir, implicando también a una pequeña burguesía alejada de los mecanismos delictivos, pero harta de confiar sus propios fondos a los bancos. Habían transformado, asimismo, la distribución al por menor. Los Nuvoletta-Polverino convirtieron las peluquerías y los centros de bronceado en los nuevos minoristas de la coca. Los beneficios del narcotráfico eran reinvertidos después, a través de algunos testaferros, en la adquisición de pisos, hoteles, participaciones en sociedades de servicios, colegios privados e incluso galerías de arte.”…




Al inicio de la reseña, me he referido a la novela como diferente a su film homónimo, y a su serie pareja. Desde mi humilde opinión, Saviano nos la ha jugado a todos. No escribió la obra y, casualidades de la vida, después le han comprado los derechos para la pantalla grande o la caja tonta, sino que la misma fue concebida para tales menesteres. De ahí su interminable crónica de datos y fechas como la eterna lista de los reyes aqueménidas. Y... ¿cómo no? La aparición de ese personaje ficticio, e hilo conductor del serial, llamado Ciro Di Marzio; alter ego del autor. A quien bautiza con el sobrenombre de L'immortale sabiendo que su obra pasaría a la posteridad como el Nuevo o Viejo Testamento. ¿Por qué? Porque el Sistema nunca morirá. O quizá porque del mismo modo que los Evangelios y su tocaya bíblica, tan distante en el tiempo y tan cercana en pecaminosidad, la Gomorra de Saviano puede pasar de mano en mano y convertirse en una obra infinita.

…”Al convertirse en un auténtico toxicómano el dinero nunca le llegaba, de modo que su camello le aconsejó que probara a vender en Mondragone, una ciudad sin mercado de droga. Aceptó, y empezó a vender delante del bar Domizia, hallando una clientela capaz de hacerle ganar en diez horas de trabajo lo que ganaba en seis meses como porquero. Bastó con una llamada telefónica del propietario del bar, hecha como se hace siempre por estos pagos, para que cesara la actividad. Se llama a un amigo, que llama a su primo, que se lo explica a su compadre, que le da la noticia a quien tiene que dársela. Un pasaje del que solo se conocen el punto inicial y final. A los pocos días, los hombres de los La Torre, los autoproclamados GAD, fueron   directamente a su casa. Para evitar que se escapara entre los cerdos y las búfalas, y obligarles, de ese modo, a perseguirle a través del fango y de la mierda, llamaron al timbre de su cuchitril haciéndose pasar por policías. Lo metieron en un coche y se pusieron en marcha. Pero el coche no tomó la dirección de la comisaría. En cuanto Hassa Fajry comprendió que le iban a matar tuvo una extraña reacción alérgica. Como si el miedo hubiera desencadenado un shock anafiláctico, su cuerpo empezó a hincharse; parecía que alguien le estuviera insuflando aire violentamente. El mismo Augusto La Torre, al relatar lo sucedido a los jueces, se mostraría aterrado ante aquella metamorfosis: los ojos del egipcio se hicieron minúsculos, como si el cráneo los estuviera aspirando, por sus poros emanaba un sudor denso, como de miel, y por la boca le salía una baba que parecía requesón. Lo mataron entre ocho, pero solo fueron siete los que dispararon. Un arrepentido, Mario Sperlongano, declararía posteriormente: ―Me parecía algo por completo inútil y estúpido disparar a un cuerpo sin vida. Sin embargo, siempre era así.

Augusto estaba como ebrio de su nombre, del símbolo de su nombre. Detrás de él, detrás de cada una de sus acciones, tenían que estar todos sus legionarios, los legionarios de la Camorra. Homicidios que podían haberse resuelto con muy pocos ejecutores ---uno, o, como máximo, dos— eran realizados, en cambio, por todos sus hombres de confianza.”…

Cuando acabé Gomorra estaba exhausta. Siempre he querido triunfar escribiendo y llevarme unos buenos cuartos por ello, y si digo lo contrario o me callo, miento. Pero no me gustaría estar en la piel de Saviano. Nunca cambiaría libertad por dinero.

Amarás u odiarás Gomorra, pero jamás la olvidarás. De lectura imprescindible para quienes tengan agallas.

@Anna Genovés
22/02/2018






La oreja en el suelo de James Hadley Chase

Biografía del autor

James Hadley Chase es uno de los seudónimos utilizados por el escritor inglés René Babrazon Raymond. Nació en Londres el 24 de diciembre de 1906. Falleció en Corseaux el 06 de febrero de 1985. Otros seudónimos: James L. Docherty, Ambrose Grant, y Raymond Marshall.

JHC era hijo de un coronel de la Armada Británica, cursó sus estudios en la King's School, en Rochester, Kent y más tarde en Calcuta. Dejó el hogar paterno a los 18 años y trabajó como librero, vendedor de enciclopedias y empresario literario antes de comenzar su carrera como escritor. En 1933 se casó con Sylvia Ray, con quien tuvo un hijo.


Durante la Segunda Guerra Mundial fue piloto de la Royal Air Force y editó el periódico de la RAF junto con David Langdon. Escribió principalmente novela negra; un prolífero autor que publicó casi un centenar de novelas.


Título: La oreja en el suelo
Título original: An Ear  tothe ground
Autor: James Hadley Chase
Primera edición: 1968
Editorial: Emecé
Traducción: Daniel Landes
Valoración: Muy recomendable

Sinopsis

Una banda de ladrones especializados en el robo de joyas llega a la costa de Florida con la intención de sustraer las alhajas de los multimillonarios que viven en la ciudad de Paradise City. Ignoran que se verán envueltos en la historia de un crimen pasional repleto de amargura, maldad, odio y celos, alrededor de una gargantilla de valor incalculable que posee la hija del magnate Sol Cohen: El collar Esmaldi.

Argumento y reseña

La oreja en el suelo parte de dos historias...

Por un lado, narra las artimañitas de una banda de ladrones de guante blanco cuya especialidad es el robo de joyas. En este caso, de los multimillonarios afincados en la ciudad ficticia Paradise City de Florida; todas ellas guardadas en las inexpugnables cajas de caudales Raysons Safe Corporation. Tan fiables como las bancarias porque cada una tiene dos resortes conectados directamente con la policía en caso de no ser desactivados. Los lugares de los mismos se eligen al azar para cada cliente. Solo el dueño, el instalador y el director de la empresa saben donde se encuentran. Del mismo modo, consta de distintos haces luminosos que saltan si no se desactivan al entrar en la habitación donde se encuentra la caja fuerte.

La banda está compuesta por cuatro miembros: el Sr. y la Sra. Shelley –nombre falso que utiliza dicha pareja sin parentesco alguno—. Henry Shelley, rozando la senectud, tiene la apariencia de un aristócrata de Kentucky con las piernas de cigüeña; un estafador nato que contacta con las personas adecuadas para llevar a cabo los robos. Martha Shelley, una oronda mujer de inteligencia superior: el cerebro de la operación. JHC es un fetichista de las mujeres obesas jefas de las bandas delictivas. Gilda, sobrina de la anterior; joven, hermosa, descocada y contorsionista: el cebo perfecto. Johnny Robins, atractivo, flemático y un pelín violento: experto en abrir cajas fuertes.


…“El Coronel Henry Shelley tenía aspecto de aristócrata de Kentucky, viejo y refinado, poseedor de muchas hectáreas y muchos caballos de carrera, que se pasan la vida en los hipódromos o sentados en sus porches coloniales mirando cómo trabajan sus fieles negritos. Era alto y esbelto con un montón de pelo blanco, un poco largo, bigote blanco y descuidado, piel de pergamino amarillo, ojos grises hundidos y astutos y nariz larga y aguileña. Llevaba traje blanco liviano, corbatín y camisa de encaje. Sus pantalones, ajustados, terminaban en blandas botas mejicanas. Mirándolo, Abe tuvo que sonreír de pura admiración: la actuación era impecable, sin defectos. Frente a él parecía estar un hombre culto y rico: un anciano refinado, mundano, bondadoso, que cualquier hogar distinguido tendría orgullo en recibir. 
El Coronel Henry Shelley —claro que no era ese su verdadero nombre— era uno de los estafadores más distinguidos y astutos del mundo. Quince de sus sesenta y ocho años los había pasado entre rejas. Ganó una fortuna y la perdió. La lista de sus víctimas equivalía a la Guía Social. Shelley era un artista, pero no era previsor. El dinero se le escurría como agua entre los dedos viejos y aristocráticos. 
—Tengo el tipo que andas buscando, Henry —le decía Abe—. Tardé en encontrarlo, y no fue fácil. Si no te satisface, la cosa se complica. No puedo conseguirte nadie mejor. 
Henry Shelley sacudió la ceniza de su cigarro en el cenicero de Abe. 
—Ya sabes lo que queremos, Abe. Si dices que está bien, supongo que será cierto. Dime algo de él. 
Abe suspiró.”…

La otra historia cuenta la vida de Harry Lewis: encargado de una de las tiendas del magnate Sol Cohen. Harry es un hombre atractivo de físico similar al de Gregory Peck que enamora a la hija del jefazo: Lisa Cohen; una dama poco seductora y con una nariz prominente. Sin apenas darse cuenta, Harry, se ve envuelto en las redes de esta joven caprichosa que lo atrapa como la mismísima viuda negra. Al poco tiempo, se desposan. Meses después, Harry descubre que Lisa es poco menos que ninfómana; se convierte en un hombre estrangulado entre su esposa y su nueva posición laboral: gerente de ventas de unas parcelas familiares, donde solo trabaja la secretaria. Lisa tiene un accidente hípico y queda paralítica; entonces se convierte en una mujer insoportable. Harry, también por casualidad, encuentra una amiguita de quien se enamora perdidamente.

Pese a ello, Harry nunca se divorciará de Lisa por su dinero y porque se apiada de esa dama infeliz pese tener todo el oro del mundo. Entre sus joyas se encuentra El collar Esmaldi. Una pieza única engarzada en oro blanco y diamantes que servirá para enlazar las dos historias de manera tan perfecta como las gemas del collar.

La prosa ágil, la descripción minuciosa, la adjetivación, los diálogos bien construidos y la originalidad inicial de La oreja en el suelo con es un plus que JHC utiliza para esconder ese periodismo de telón que tanto le agrada, te engancha desde la primera página. Es él mismo, un escritor saturado de éxito que se retira a una ciudad de famosos para retroalimentarse con historias nuevas, quien inicia la aventura. Allí conoce al verdadero narrador: Al Barney. Un ex nadador convertido en alcohólico que conoce a todo tipo de truhanes del mismo modo que sabe al dedillo la vida de los acaudalados. Por tanto hay un doble juego entre narradores en primera y tercera persona, como las matrioskas; uno cubre al otro.

Al Barney, que solo aparece en determinadas ocasiones para pedir otra jarra de cerveza y proseguir el relato, tiene un toque grotesco que te hace pensar en esos atletas de élite que acaban en la miseria una vez dejan el deporte. No pude evitar recordar el relato The Swimmer de John Cheever –publicado por primera vez en el The New Yorker en 1964—. Cuya temática, si bien poco tiene que ver con la presente, la recuerda en el hecho de contar las vidas de los millonarios. En el caso de JC al nadar de piscina en piscina. En el de JHC al sortear las joyas de unos y otros. Desde mi parecer, el título alude a los Pieles Rojas que ponían la oreja en el suelo para escuchar todo lo que sucedía y saber dónde estaba el enemigo. En La oreja en el suelo Al Barney escucha tanto como ellos.


…“Miró su reloj. Eran más de las ocho. Decidió ir al restaurante Saigón. No había almorzado, pero seguía sin sentir hambre. Era para hablar con Tania. Tenía que hablar con ella. 
Mientras se levantaba comprendió que podía verla abiertamente.
Nada de escaparse de noche. Nadie que lo vigilara. Dentro de unos días, legalizado el testamento, se libraría de los sirvientes, vendería la casa y buscaría algo más pequeño donde pudiera hacer vida de soltero. 
Cuando atravesaba el vestíbulo, apareció To—To. 
—Ceno afuera —Harry dijo con sequedad y bajó al garaje sin mirarlo. 
Dong Tho lo recibió con una gran reverencia y una expresión grave en su cara amarilla. Lo llevó a través del ruidoso restaurante hasta el cuarto privado. No dijo nada de Lisa, pero su conducta, sus reverencias, eran una forma de expresar pena y simpatía. 
—Quiero sopa y nada más —dijo Harry, sentándose a la mesa—. ¿Tania está aquí? 
—Se la enviaré, Mr. Lewis. 
Harry encendió un cigarrillo y miró sin ver por la ventana, sintiéndose cada vez más nervioso. 
Un camarero le trajo la sopa. Harry adivinó que Tania esperaría a que terminase de comer antes de venir al cuarto. Cuando acabó la sopa empujó el tazón a un lado y descansó, observando a los turistas en el muelle. 
La puerta se abrió y entró Tania. Llevaba una túnica blanca sobre pantalones negros. No se había maquillado y tenía ojeras oscuras. Cuando cerró la puerta no se movió. Se miraron y ella vino a sentarse frente a él. 
—Lo oí por la radio —dijo con suavidad—. Quería telefonearte, pero pensé que era mejor que no. Es una cosa terrible. Harry. 
Él asintió sin hablar.”…

La oreja en el suelo carece de violencia explícita. Algunos detalles de cómo sucede el asesinato y del trasfondo de diversas muertes, junto con la actuación policial en el último cuarto de la novela, la envuelven en ese halo de puro noir donde los personajes secundarios adquieren una solidez espontánea por momentos.

Por cierto, en la portada que he elegido aparece una joven hermosa con revólver; imagino que para atraer la curiosidad de los lectores amantes de las femme fatales. Puedo aseguraros que no existe ninguna mujer con arma de fuego en toda la novela, pero sí una TSR con distintas hembras. Curiosidad: "De los grande maestros del suspenso". Pese a no ser un error ortotipográfico, es una acepción de la palabra 'suspense', puede parecerlo.

Desde mi humilde opinión JHC es uno de los maestros dialoguistas de la novela negra y de misterio. Los diálogos son la parte más compleja de las historias porque para montarlos, el autor, debe acomodarse en las personalidades de los diferentes personajes que ha creado; de lo contrario pueden no ser creíbles. De igual modo, los diálogos invitan a seguir leyendo: son como una puerta abierta que te habla con distintas voces.





James Ellroy: la mente retorcida de un esteta de las letras

Rasgos generales y fundamentales de James Ellroy

El escritor James Ellroy, cuyo verdadero nombre es Lee Earle Ellroy, nació el 4 de marzo de 1948 en Los Ángeles. Está considerado uno de los mejores autores de novela negra contemporánea.
Un hombre modelado a fuerza de golpes pues tuvo niñez marcada por tres hechos que lo han señalado de por vida:

1.         El divorcio de sus padres.
2.         La violación y asesinato de su madre; un caso sin resolver.
3.         La lectura de The Badge de Jack Webb –libro que incluye los archivos del Departamento de Policía de Los Ángeles— que le regaló su padre.

El estilo del prosista es telegráfico pues omite palabras que habitualmente son imprescindibles para otros autores; hecho que implica la formación de frases duras, cortantes y ambiguas.
Por otro lado, es un enamorado de la repetición de palabras con esa paranomasia rítmica que seduce al lector.

Se le considera la progresión directa de la novela policiaca que iniciaron Dashiell Hammett y Raymond Chandler y forma parte de la última hornada de escritores de novela negra norteamericana junto a James B. Sallis, Walter Mosley, Elmore Leonard, James Crumley y Ed McBain.


Obras

Brown's Requiem, 1981
Clandestine, 1982
Killer on the road Road (El asesino de la carretera), originalmente publicada como Silent Terror, 1986




Every of my books is written from the viewpoint of cops, with the exception of my book Killer of the road, which is written from the viewpoint of the serial killer.

Todos mis libros están escritos desde el punto de vista de los policías, con la excepción de mi libro Killer of the road, que está escrito desde el punto de vista del asesino en serie.




Trilogía de Lloyd Hopkins
Blood on the Moon, 1984
Because the Night, 1984
Suicide Hill, 1985
L.A. Noir
The Black Dahlia, 1987
The Big Nowhere, 1988
L.A. Confidential, 1990
White Jazz, 1992
American Tabloid, 1995
The Cold Six Thousand, 2001
Blood's a Rover, 2009
Perfidia, 2014
This Storm


Novelas cortas

Dick Contino's Blues, nº 46 de la revista Granta, 1994, no publicada en español.
Hollywood Nocturnes, 1994
Crime Wave, 1999
Destination: Morgue! 2004
Loco por Donna, 2005
Shakedown, 2012, no publicada en español.


Autobiografías

My Dark Places, 1996
The Hilliker Curse: My Pursuit of Women, 2010
Aunque se le conoce, sobre todo, por la adaptación cinematográfica de L.A. Confidential, varias de sus novelas se han llevado a la pantalla grande. No es el caso de Killer on the road, que tan solo tiene un corto en el que el autor interviene de manera simbólica y que podéis visionar al final de esta entrada.




Killer on the road: Sinopsis y reseña

La lectura de Killer on the road no me ha dejado indiferente. Máxime después de estudiar diversos apuntes sobre sus vivencias y esa aureola, digamos, extraña, que le rodea.

La sinopsis de Killer on the road Road se puede resumir en pocas palabras: asesino en serie cuyos homicidios se esparcen por varios condados de USA y cuya evolución avanza de los robos en domicilios hasta los asesinatos más cruentos; pertrechados desde su rulot o como el mismo la llama: su ‘muertemóvil’.

Killer on the road está escrita en primera persona. Es el propio asesino, Martin Plunkett, quien narra los sucesos de manera realista y abrupta; un hacha que sesga la vida de quien se le antoja sin ápice de remordimiento ya que asesina por placer. Un esquizofrénico que sigue a rajatabla las palabras balbucientes de sus compañeros de carretera: Sombra Sigilosa y Lucretia. Héroe y partenaire de sus cómics preferidos.

Así pues, Killer on the road Road, es la autobiografía de un asesino en serie que narra con pelos y señales sus atroces homicidios mientras cumple condena en la mítica prisión de Sing Sing.

Como en toda historia de causa/efecto, el fuste que sustenta las acciones de Martin Plunkett killer está oculto en su pasado y tiene el peso suficiente como para que el lector tenga piedad de ese espíritu torturado por una infancia adversa que incluye el suicidio materno. Nunca debemos permitirnos ese lujo porque él nunca tendrá piedad de nosotros.

Llegado este punto, es imprescindible mencionar el paralelismo evidente entre la vida de Martin Plunkett y la de James Ellroy. Quizá hablamos de un As en la manga del propio autor… O quizá, en parte, es la confesión de su propia historia. ¿Quién sabe? Es difícil que un escritor no hable de sus vivencias deliberada o involuntariamente. Otra coincidencia… Martin Plunkett también nació en Los Ángeles unos años después que el literato.




Cuando empecé a leer Killer on the road me parecía imposible que fuera el mismo autor de L.A. Confidential quien la había escrito. El estilo de la primera es tan impuro como detallista la segunda.
Killer on the road se adentra en la mente de un asesino psicópata hasta el punto de arrastrarte por los recovecos más oscuros de su enfermiza voluntad; Martin Plunkett es un homosexual egocéntrico, escondido en su propio armario, y dotado de una mente perversa y privilegiada que se desnuda ante el público desde la penumbra de la celda de Sing Sing en la que cumple su condena íntegra: cuatro cadenas perpetúas consecutivas.

Otro dato interesante de la novela es el encuentro del protagonista con Charles Manson, al que literalmente humilla delante del resto de presos. Y es que, al verlo físicamente tan endeble, no termina de creerse que fuera el gurú de la secta satánica que llevo a cabo el espeluznante homicidio de Sharon Tate. Con anterioridad, a Martin Plunkett le atrajo este criminal al coincidir con una prostituta, sectaria del mismo, que inconscientemente le llevó al edificio rosa: carne de cultivo para sus primeros delitos; un bloque de apartamentos donde ejercían el oficio más antiguo del mundo un surtido zoológico de profesionales del sexo.

A lo largo del libro, la empatía del lector/protagonista repele por el mero hecho de estar relatada sin escrúpulos. De igual modo, a medida que releía sus páginas comprendí que eso es lo que pretendía el James Ellroy. Killer on the road es una obra relatada al estilo de aquellas autobiografías toscas que los reos componían durante su encarcelamiento y entregaban a los sacerdotes que los visitaban o a los compañeros que salían excarcelados. Estos, en la mayoría de los casos, eran los beneficiarios de dichos breviarios al encuadernarlos y venderlos a personas morbosas ávidas de conocer, de primera mano, los brutales homicidios cometidos por los condenados: mayormente analfabetos.

Hablamos, por tanto, de lo que actualmente conocemos como género carcelario. Práctica que comenzó en el XVIII o mucho antes… Ejemplo notorio del mismo, rebajado por algunos prosistas de renombre, a lo largo de los siglos, a la categoría de seudoliteratura por la reiteración de frases y la zafiedad de la escritura, fue empleado por el escritor Daniel Dafoe en varias de sus novelas; entre ellas Robinson Crusoe. Este autor aprovechó las historias que le habían contado sus compañeros, una vez indultado de sus delitos por malversación de fondos y etcétera…, para crear personajes ficticios.




Pese a que la acción de la novela se centra en las películas mentales que Martin Plunkett nos revela, por el camino nos habla de algunos compañeros parejos: el Asesino del Tarot, el Descuartizador de Richmond, el Pistolero de Pittsburg, el Estrangulador de Hillside, el Homicida del Hudson y el Matarife de Madison. Todos tienen un hueco en esta aventura sangrienta aunque sea de pasada. Excepto el Matarife de Madison; sargento Ross de la policía de Wisconsin con quien Martin Plunkett mantiene un fugaz idilio.

El catecismo de este atroz criminal se reduce a la frase: “Stay clean” –mantente limpio.

James Ellroy es un escritor con una gran formación y una inteligencia extrema cuya posición le deja rienda suelta para cualquier licencia que se tome. Humildemente pienso que juega con nosotros. ¡Qué suerte!

Quizá, Killer on the road, no sea su obra culmen, pero algo especial significará para el autor cuando en el corto que podéis ver a continuación, está presente.

Libro recomendado, sobre todo, para los lectores acostumbrados a las buenas formas.


©Anna Genovés (31 de octubre de 2021)