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Trato sangriento

 

Locura o banalidad

miedo a lo desconocido o fatalidad

las hermanas de la muerte

la mentira y la verdad

 

El treinta y uno de octubre de 1999, en Longest Ville, preparaban el Halloween como todos los años desde que se había construido la villa. Los padres recorrían los pasillos del supermercado –carrito de compra hasta los topes— con listas interminables. Las madres decoraban los hogares con ristras de calaveras, arañas, monstruos, calabazas… Y ultimaban los disfraces de su progenie. Los niños comían golosinas y preparaban el recorrido nocturno del ‘truco o trato’. Todos estaban felices. La localidad era de ensueño; sus sesenta y seis calles formaban unas cuadrículas perfectas. Rectas como una viga de hierro colado. Los extremos colmados por rotondas de césped y flores. Además, tenía un centro comercial, un cine, una sala de fiestas, varias cafeterías, diversas tiendas con todo tipo de artículos, un hospital, un hogar para veteranos de guerra, otro para ancianos y un parque de atracciones.


Longest Ville era un municipio más de los que surcan todos y cada uno de los estados de USA –construidos en lo alto de una pequeña colina para albergar a familias de clases media-alta—. Casitas de doble planta con buhardilla, garaje y trastero; rodeadas de unos metros de césped exento de vallas. Todas las calles mostraban una armonía cuasi divina. Sin embargo, cada vivienda era de una tonalidad diferente. Ese era el emblema que la distinguía de las miles de urbanizaciones prefabricadas que salpicaban el macro país. En la calle principal, que partía en dos mitades exactas la población, aparecía una medianera fina y esbelta de cipreses enanos recortados con una exquisitez demoniaca. En el número sesenta y seis, se alzaba una vivienda rosa palo con techumbre castaña, preciosa. En ella vivían dos hermanas de gustos opuestos: Meredith, una maestra retirada bastante excéntrica que no soportaba los films de terror. Y Helen, ama de casa, soltera acérrima y seguidora de cualquier documento terrorífico que pudiera caer en sus manos. Ese día, ambas estaban inquietas esperando las pillerías infantiles.


Eran las siete de la tarde, cuando el primer grupo de monstruitos se echó a la calle para amenizar la fiesta. Cuando estaban a varios metros de la casa rosa, uno de los chavales soltó:

 

—Dicen que la Srta. Meredith se vuelve loca esta noche.

—Calla, charlatán —inquirió el vampiro—. La Srta. Meredith, fue una buena maestra.  Hay que respetarla.

 

Minutos más tarde, llamaban a la puerta. Helen les dio la bienvenida ataviada con un batín malva y gorro de bruja. Todos se echaron a reír.

 

—A ver… ¿qué tenemos aquí? —preguntó la dama.

—Truco o trato —dijo el zombi estirando el brazo con el puño cerrado.

—Trato —contestó Helen arqueando una ceja.

—¿Quién ha llamado Helen? —preguntó Meredith desde la cocina.

—Son los niños, querida. No hace falta que salgas —contestó ella.

 

Pero Meredith ya estaba allí. Maquillada y vestida como si fuera de fiesta. Sus cejas redondas, su nariz corta y respingona; su boca, una línea cóncava carmesí; su cabello, bucles dorados marcados por tenacillas. Era encantador verla arreglada. Los niños sonrieron y Meredith, también. Inmediato, especuló uno a uno sus disfraces.

 

—Muy bien. Tenemos un Drácula, un muerto viviente, una bruja guapa y un brujo feo, un gnomo, una vampiresa y… —su rostro comenzó a descomponerse.


—Meredith, ¿qué te pasa? —preguntó Helen con cara de susto.

 

Pero Meredith estaba al borde de un ataque de pánico y chilló despavorida.

 

—Ha regresado a por mí —dijo gritando, antes de salir corriendo como alma que lleva el diablo…

 

Los niños, boquiabiertos, no sabían qué hacer. Helen les dio una bolsa de chucherías y cerró la puerta. Inmediato, buscó a su hermana. Meredith estaba escondida debajo de la cama chillando como una loca. Tuvo que armarse de paciencia para tranquilizarla. Después, le dio unos sedantes y al final, la dejó durmiendo.

 

En el reloj de péndulo del salón, sonaron las tres de la madrugada. La tercera campanada hizo que Meredith despertara. Estaba aturdida. No obstante, en unos segundos reconoció la sintonía que escuchaba a través de la puerta. Era la música que Charles Bernstein había compuesto para el film Pesadilla en Elm Street. La mujer, se deslizó por el suelo con sumo cuidado. Giró el pomo de la puerta y bajo hasta la planta baja, descalza. Sin hacer ruido. Se asomó al salón y vio que la película estaba comenzando, cerró muy fuerte los ojos y volvió a abrirlos. Chilló desconsolada. Era un grito desgarrador y terrorífico; el brazo de Helen, descuajado y ensangrentado, yacía sobre la alfombra. Sus ojos se acostumbraron a la penumbra y siguió viendo el horror que la rodeaba… Dedos, una pierna, sangre en las paredes y el tronco de Helen sentado frente al televisor. Se acercó y volvió a bramar; junto al cuerpo mutilado, yacía la cabeza de su hermana con un hacha incrustada. Los ojos abiertos –azabaches y enormes— no dejaban de mirarla. La música irrumpió en tono elevado. Ella comenzó a golpearse contra la pared, repitiendo:

 

—¡Es una pesadilla! ¡Es una pesadilla! ¡Es una pesadilla!...  —extática, sin poder moverse.

 

Unas garras afiladas salieron del televisor como un enorme cangrejo que asía a su presa indefensa. Las manos, exentas de piel, dejaban al descubierto los tendones de los antebrazos. Por fin, apareció el rostro espeluznante del monstruo: Freddy había regresado a por ella. Desgarró su cuerpo a fuego lento. Los bramidos inhumanos se escucharon en toda la villa. Desde entonces, la casa número sesenta y seis de la calle seis de Longest Ville sigue deshabitada. Pero nadie pasea por los alrededores porque se escuchan ruidos extraños. Y todos los Halloween se oyen los alaridos infernales de las hermanas.

 

©Anna Genovés

Revisado el dieciocho de octubre de 2022

Imagen tomada de la red

 

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*Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 


 

Trato sangriento

by on 17:17:00
  Trato sangriento   Locura o banalidad miedo a lo desconocido o fatalidad las hermanas de la muerte la mentira y la verdad   ...


Grafitis: arte urbano

Esta mañana, he visto unos grafitis y no he podido resistir la tentación de escribir sobre los mimos. De todos es sabido que su nacimiento contemporáneo tuvo lugar en los 70, con sus más y sus menos. En la actualidad, forman parte de nuestros murales cotidianos. La palabra grafiti viene del italiano y su elemento principal es la libertad del autor para realizar su obra de manera gráfica y visual, algo que ya utilizaba la Roma de antaño. Recuerdo que cuando visité las cuidadísimas ruinas de Pompeya, el guía nos indicó unos grafitis milenarios que indicaban dónde se encontraba el prostíbulo. El dibujo era directo: un falo con testículos; el pene indicaba la dirección a seguir para encontrarlo. Es anecdótico y, a la vez, revelador.

Hoy en día, no existe una legislación concreta al respecto; en algunos países es una práctica alegal. Mientras que en otros, forma parte del tejido urbano y se realizan por medio de stencils complejísimos. El grafiti es pues, una obra pictórica realizada en propiedades públicas o privadas ajenas: paredes, puertas, vehículos, mobiliario urbano y pistas de skaye. Asimismo, está presente en la cultura hip-hop. Si bien, hay que diferenciar entre los grafitis puramente artísticos y los que tienen connotaciones políticas o de protesta. También están aquellos que, simplemente, son un mensaje.


Era una chiquilla cuando vi por primera vez un grafiti artístico; unos chavales dibujaban con espray coloreados unas figuras sorprendentes en las paredes de unas naves abandonadas. Solían hacerlo a última hora del día o a primera de la mañana porque era algo cuasi ilegal que no gustaba demasiado. A mí, por el contrario, me encantaban: representaba la rebeldía.

Sea como fuere, estuve dando la murga a mi familia para que colorearan las persianas del negocio familiar con un grafiti. Cuando los hube convencido, hicimos un trato con el grafitero: pagaríamos por su trabajo. A los  pocos días, teníamos la corredera metálica realzada con diversos personajes de Disney. Sí. No os riáis, era una tienda de ropa de niños. Meses después, el artista de los aerosoles, dibujó una pareja de valencianos en la plata baja colindante: la otra parte del negocio estaba dedicada a la indumentaria valenciana.



Fuimos pioneros en admitir los grafitis en nuestras vidas: el arte urbano por antonomasia. Que nadie crea que los grafitis son fáciles de realizar o son trazos anárquicos y feocios: de todo hay. Tuve la suerte de hablar con el maestro y me pareció de lo más cabal. Necesitaba hacerse un hueco en el arte pictórico –algo innato en su persona—, y, a falta de otros medios, decidió mostrarlo en la calle. Desde mi punto de vista, el grafismo urbano tiene mucho mérito y, algunos, están realmente bien hechos. Vamos, que ya quisieran muchos retratistas tener una técnica tan depurada.

Los expertos difieren:

Mónia Lacarrieu, Antropóloga y doctora en Filosofía y Letras, dice que los grafitis son la marca territorial que intenta comunicar una realidad social alternativa e intersticial.

Javier Clemente, crítico urbano y diseñador, opina que los grafitis manifiestan los ideales y frustraciones de grupos juveniles. Variantes de expresiones nuevas que ganan la calle con sus gritos de resistencia, disputa y trasgresión.



Claudia Kozak, Doctora en Letras y autora del libro Las paredes limpias no dicen nada, sostiene que los grafitis son otra forma de habitar la ciudad: mensajes visuales con un abecedario propio. Escritura callejera.

Patricia Caballero, Psicóloga, piensa que los grafitis crean grupos jóvenes con una proxemia utilizada para enviar mensajes. Lo que establece unos lazos solidarios entre sus miembros; potenciando sus capacidades, perspectivas, conocimientos y experiencia.

Los grafiteros más conocidos, hablan:


Nito, dice que el grafismo cambió su vida y que en cada grafiti expresa sus sentimientos. Su musa es el hip-hop y las personas que lo rodean.
IfesYard, por el contrario, hace grafitis rápidos en trenes, solamente porque le proporcionan adrenalina.

El valor estético de los grafitis, en muchas ocasiones es incomprensible para la mayoría de la población. Lo que converge en políticas privativas e incluso en movimientos antigrafitis para eliminarlos.

Como en todo arte, hay personas entusiastas y detractoras. Desde mi humilde punto de vista, mayoritariamente embellecen las ciudades: los veo como las figuras de la Altamira de los s. XX-XXI. Desconozco qué significarán en el futuro, pero es obvio que dejarán unas huellas significativas de nuestro paso.



©Anna Genovés
19/07/2015


Grafitis: arte urbano

by on 18:18:00
Grafitis: arte urbano Esta mañana, he visto unos grafitis y no he podido resistir la tentación de escribir sobre los mimos. De t...





Calles malditas


Estaba frente a la caja tonta; los ojos comenzaban a cerrarse y el sueño a invadía mi cuerpo, se me ocurrió hacer un poco de “zapping”. En La Cuatro TV, comenzaba Callejeros. Adiós al duermevela. Durante unos intensos y fructíferos minutos, los ojos se me abrieron como platos y me quedé amarrada a esa pantalla con iconografía y testimonios sobrecogedores. El documento no era para menos. Estaban hablando del suburbio más delictivo del puerto de Santa María de Cádiz: la barriada de José Antonio.

***

La reportera entrevistaba a uno de los muchos yonquis que a plena luz del día, iban a pillar y a colocarse en los escondrijos de la barriada de San José Antonio del puerto de Santa María de Cádiz; calle del Desengaño, del Doctor Fleming y del Doctor Pasteur. Hablaba con una chica que dijo tener secuelas por los abusos sexuales y psicológicos que había sufrido, desde los nueve años. Se levanta su roída camiseta para decir que, desde entonces, sus pechos siempre habían supurado leche… ¡Coño! se aprieta el pezón y, ¡cierto!, un líquido pastoso y blanquecino hace aparición en ese pellejo que pende de esa esquelética hechura que dio de comer a algún desnutrido churumbel.

Después, tomaron contacto con otros parias de la sociedad: un grupo de ex heroinómanos que estaban enganchados al chapapote. Chapapote: dícese, en el leguaje de los desheredados “typical spanish”, a la cocaína que se extrae del rascado de las pipas utilizadas para “colocarse” con tan tentadora sustancia. Una enjundia negra y dura que se vuelve a fumar y que, según sus aficionados: sube antes y coloca más. Estaban en una especie de nave encalada con arcadas inmensas; abierta al exterior por vanos interminables en la parte superior, y a la que se accedía por una cancela metálica verde hoja. No existía suelo; estaba enterrado entre los deshechos infectos de sus asiduos: bolsas de basura y ratas más grandes que Bugs Bunny. Era una antigua bodega que hace las veces de templo de esta particular droga made in Spain.

Cuando se encendieron la pipa, la reportera tosió, el conjunto se tornó más íntimo, y comenzaron a contar historias… Uno de ellos —dijo— que tras un desencuentro amoroso se fumó el coche, el oro, el piso y hasta la vida propia. Continuó a lo Séneca especificando que cuando los valores se pierden, la vida no importa. Otro de los desdentados, mostró su tobillo derecho: todo él como un armazón de roca por los pinchazos que se metía. Seguido, sacó su miembro —un glande marchito y desfigurado— y contó que era el mejor sitio para inyectarse sin levantar sospechas. Un día se le infectó un pico y por casi se convirtió en eunuco. La entrevista se cerró con el “abre camino”; los cronistas se despidieron y el más silente de todos, fue haciéndoles huecos entre la mierda y los roedores que acampaban a sus anchas: “no te preocupes. Es por si salta una y te muerde la pierna” —le dijo a la periodista.

Pero la vida seguía en la barriada periférica del puerto de Cádiz. A media tarde, los reporteros se dieron una vuelta por un albergue que repartía metadona, comida, medicamentos, duchas calientes y ropa… Después, pasaron por el mercado de la Concepción, repleto de vida; con marrajos descuartizados y vendedoras de hierba buena bailando por soleares… Inevitable, hacer un alto en la parada de una de las mejores churreras de España. Cerca, un grupo de vendedores ambulantes (gitanos), hablaban de los calientes que eran: “en la vida lo que importa es follar a todas horas…” —dijeron ante la atónita mirada de los cámaras.

A posteriori, visitaron un cuchitril habitado por dos mujeres. Eran felices de vivir en el Puerto de Santa María, sólo sentían que el cabeza de familia desapareciera en 2009 sin dejar rastro —aseguraron—. La esposa, con carencias psíquicas, se sentía dichosa porque se le había aparecido la virgen y el mismísimo Jesús. Minutos más tarde, concomieron al “guapo” del barrio: un “mascachapas” ciclado (al estilo Cristiano Ronaldo pero en cutre) que mostró sus grotescos tatuajes y dijo vivir como el “Maharajá de Caputela”.

La luna se alzó en el firmamento azulino y limpio cuando el equipo de Callejeros entró en una de las cien viviendas sociales del barrio: una casa humilde y aseada. Ocupada por dos personas tan normales como lo somos tú y yo o la vecina de enfrente. Las señoras, quisieron mostrar a los periodistas lo que vislumbraban a la luz de las escuetas farolas, cada noche de sus acongojadas vidas. Señalaron una esquina, dónde se amontonaban la basura y los meados. Varios tipos se encaminaron a dicho tramo y defecaron como si fuera el mismísimo WC de su casa.

Un furgón de los “nacionales” se apeó en un extremo; minutos de incertidumbre… Los maderos, cautelosos —cómo no— se dieron a conocer, pidieron las identificaciones y se marcharon. Inmediato, reapareció el grupo de segregados (a lo de siempre), a vender droga o a fumarla, a beber la litrona o a comenzar una reyerta. Se escucharon amenazas de muerte mientras las ratas saltaban libres como chicharras entre la podredumbre.

***

Acabado el programa, me fui a la cama sobrecogida por las imágenes que había visto. Mi lecho —limpio y hermoso— con sábanas de Benetton y manta Paduana, me arropó. Una cadena desbocada de clichés, se sucedieron en mi mente; aparecieron los fotogramas de Callejeros. Uno consecutivo e infartante con el siguiente y, de repente, mi lucidez me transportó a un episodio de The Wire. Ése en el que Bubbles pasea su carrito en la nocturnidad de las Baratas Una ráfaga luminosa y cerebral superpuso las secuencias. Apenas distinguía lo ficticio de la realidad. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Me perdí en la oscuridad de mi alcoba con un único y terrorífico pensamiento: lo que acababa de ver formaba parte de eso que llamamos primer mundo, de occidente, de mi país, de mi querida España.

Anna Genovés
05/11/2011


Calles malditas

by on 7:07:00
Calles malditas Estaba frente a la caja tonta; los ojos comenzaban a cerrarse y el sueño a invadía mi cuerpo, se me ocu...

 




Todos los muertos son iguales

 



Huesos y sollozos

en un mundo tramposo

huesos y sollozos

ataúdes, lodo

 

 

Úrsula vive en una finca de diez plantas, y, exceptuando su casa y otro apartamento, el resto está ocupado por jovenzuelos de más de setenta añitos. Los hay hasta nonagenarios.

 

—¡Joder! —Exclama por lo bajini cuando entra en el patio y huele un perfume fortísimo—. Una de mis carcamales preferidas se ha echado la botella entera de Myrurgia —barrunta hablando sola.

 

Los aprecia a todos. Pero tienen sus cosillas… Poco le importa; ella es la primera rarita de la troupe. Constante como un reloj, se dispone a subir hasta el cuarto a pata, sin prisa ni pausa. A cada paso que da, la fragancia se torna insoportable; cuando toma el rellano del tercero, un ruido la pone sobre aviso… Algo no anda bien —piensa—, y ¡zas! Allí está, la puerta cinco abierta de par en par. Una camilla hidráulica (con una bolsa de plástico negra atravesada por una cremallera y silueteada por un contorno humano), aparece ante ella. Por el lateral, se asoma una vecina con cara de circunstancia:

 

—Mi papá ha fallecido Úrsula. Sube, sube… Después hablamos —le anima para que pase.

 

—Tranquila, Mari. Me espero… Después subo, no tengo prisa —contesta Úrsula.

Y ahí se queda, viendo como maniobran a uno y otro lado la dichosa camilla hasta ubicarla centrada a la puerta del ascensor, que ella misma sujeta por detrás. Seguido los de la funeraria repliegan las patas, la ponen en vertical y la introducen en el elevador con el bueno de Eusebio enfundado. Mari le cuenta con brevedad el suceso:


—Nada Úrsula, he llegado sobre las cinco de la tarde. El papá estaba sentado en el sillón de espaldas a la puerta del salón y yo diciéndole: “Papá, papá”. Pero no me contestaba; al acercarme me he dado cuenta que estaba… —Mari se pone a llorar como una Magdalena.


—Tranquila. Tú has hecho todo lo posible para que fuera feliz —comenta Úrsula con un abrazo.


—Sabes… Aún estaba caliente —le confiesa entre sollozos la compungida hija.


—Era muy majo.


—Pues tenía muy malas pulgas —asegura la hija secándose las lágrimas.


—Un cascarrabias encantador con los ojillos luminosos y la sonrisa de niño travieso —concluye Úrsula.


—Lo cierto es que ha vivido muy bien ¡Ya quisiéramos todos llegar a sus años con tan buena salud! —asevera Mari.


—Tienes mucha razón —apostilla Úrsula.

 

La conversación termina. Úrsula ha perdido las ganas de todo. ¡Caray! Con lo bien que me caía Eusebio. Toda una institución a sus noventa y cinco años; su cervecita a diario, su purito, su cafetito, sus “cuquis” una vez al mes… ¡Qué pena! Piensa. Al final se mete en la cama sin cenar; pasa una noche de perros. Se levanta tarde, desayuna y como una flecha se marcha directa a la parada del bus. Destino: Tanatorio Municipal.

 

Diez minutos más tarde, aparece el vehículo. Los recovecos por donde surca la lombriz metálica de color púrpura, la sumergen en el letargo de su pasado. Navega por la calle donde nació, por la calzada que tantas veces había pisado para ir a trabajar, por la plaza donde vivió de joven, por el callejón dónde estaba ubicado el almacén familiar y por la avenida de El camposanto. Cuando llega son casi las dos de la tarde, tiene veinte minutos para presentar sus respectos y hablar con Eusebio.

 

Entra al Tanatorio, mira el panel y pregunta a las recepcionistas:

 

—Sala 4. Siga por el pasillo de la derecha hasta el final —le contestan con una amable y cibernética voz.


—¡Jo! La misma sala donde pusieron a mi padrino —murmura Úrsula cabreada.


—¿Decía algo? Señora.


—No señora —contesta de mala gaita, antes de emprender el caminito de la derecha.


Al fondo del pasillo diestro, ve un cartel enorme de color verde con letras blancas que pende de la puerta, donde se puede leer: “El acceso al crematorio está cerrado por reformas”.  Vaya, ¿y qué harán con los pobres que deseen incinerarse, un periplo por las afueras? Dice por lo bajini, moviendo la cabeza. Inmediato, sigue el pasillito que tuerce hacia la izquierda. Está impoluto y con una asepsia similar al del film Gattaca, piensa con sorna. Todas las salas quedan al mismo lado. Úrsula con su particular humor, hace una crónica mental y minuciosa de lo que va viendo…


Sala 1: nadie a bordo. Murmullos de fondo.


Sala 2: igual que la anterior.


Sala 3: congregación de gentío en la puerta invadiendo la totalidad del pasillo como si hubieran pagado una zona VIP sólo para ellos. Muerto pudiente, todos enlutados; ellos con trajes oscuros y corbatas, ellas con vestidos negros y tocados. Las conversaciones frívolas y variopintas: la hipoteca, la casa, los hijos, el trabajo, el nuevo coche, las vacaciones de Semana Santa. Mucha apariencia y más hipocresía, medita Úrsula con los tímpanos estrangulados por los cotilleos propios de un cóctel y no del adiós por alguien querido. ¡Estos ricos son unos hipócritas! Suspira.


Sala 4: tres caballeros de pelo cano, conversando discretamente. Dentro la acogedora salita en tonos beige neutro. A la izquierda el servicio, enfrente una mesa redonda con cuatro sillas, al fondo (lindado con la pared) dos sofás. Encima unas litografía abstractas intercaladas por tres plafones blancos de media luna. En el lado opuesto, dos armoniosos parabanes que recogen al difunto.


Úrsula no ve a nadie conocido y se va con Eusebio. Ahí está en una caja de madera normal y corriente. Envuelto en un sudario blanco. Lo mira y apenas reconoce a ese grandullón que caminaba con pasos milimétricos ayudado por su bastón, su puro y su bolsa de la compra. Tan lleno de vida; de dimensiones magnas y sonrisa pícara, recuerda. Ha menguado cinco o seis tallas. Todos los muertos son iguales, por su mente pasan los últimos sepelios a los que ha acudido. A ellas se les afila el óvalo y a ellos la nariz. Y después, está ese color tan especial de la muerte… Apergaminados; entre amarillento y violáceo por los mejunjes para maquearlos. Les sellan los orificios o les cortan algunas partes corporales con tal que aparezcan en una posición lo más natural posible. Se les tapona la tráquea con algodones para evitar posibles vómitos, se les ponen prótesis oculares para que los ojos no se abran, se les pasa una brocha de color para que parezcan vivos, cuando están rígidos como tablas; un poco de formol y ¡voila!, muerto a la carta, piensa Úrsula fijándome en el rostro desdibujado de su apreciado vecino.


¿Cómo no vamos a parecernos si a todos nos meten lo mismo? ¡Vaya caca! Recrimina a sus entrañas. Eusebio, si es qué nada en tu cara me recuerda a ese guasón que conocía desde hace cuántos, ¿quince o dieciséis años? ¡Qué más da! Se repite Úrsula mientras pasea la vista por sus alrededores. Eso sí, por lo menos estás bien floreado; una corona a cada lado del ataúd, la de la derecha con gladiolos rosas y claveles blancos; recordatorio: tus hijos no te olvidan. ¡Vaya que no! Los he visto en contadas ocasiones, piensa con cara de póker.


A la de la izquierda otra de claveles en tonos rosas, recordatorio: tus nietos no te olvidan. ¡Ah carajo! Si resulta que tenías nietos y yo sin enterarme —a Úrsula le hierve la sangre—. A los pies, dos búcaros elípticos con un altillo metálico; todo muy pulcro. Izquierda, gladiolos rosas y narcisos amarillos. ¡Qué mal gusto! Piensa. Recordatorio: tus vecinos no te olvidan.  No podían ser de otros; seguro que más de uno está brindando tu partida con champagne —tuerce el morro—. El del otro lado, sin embargo, exento de recordatorios se exhibe con tan sólo capullos de rosas blancas. Una gozada para la vista; un descanso para tan macabra estampa rematada por un enorme crucifijo en la cabeza del féretro y dos luces con esbeltos pies de madera a modo de antorchas.


Úrsula sigue con su soliloquio mental yermo de palabras que no de pensamientos, repasando hasta el último detalle. Eusebio, voy a rezarte un poco. Sí, ya sé que no voy a misa ni rezo rosarios. Además, digo palabrotas si me place y peco a diario, ¡rediós! Pero no puede comenzar ninguna oración. No obstante, recuerda anécdotas de Eusebio… Sus pasitos de Geisha para desplazarse. ¡Cómo miraba a las jovencitas de reojo! Las veces que había bajado a recoger alguna pieza de la colada. Era divertidísimo, tenía los trofeos colgados en su tendedero con pinzas… El gayumbo de uno, el sujetador de otra, el paño de cocina de cualquiera, unas bragas de algodón grandotas, cinco o seis calcetines desparejados y los tangas de colorines de Úrsula. Todo un museo. Al final, se le llenan los ojos de lágrimas. Mira, ¡ya no puedo más! Me marcho a brindar por ti con lo que pille, seguro que eso te gusta más que la parafernalia que te han montado, termina por decir antes de dejar la sala.


Ya en casa, Úrsula abre el mueble bar y se amorra a la primera botella que ve sin mirar si es whisky o vodka.


—Va por ti Eusebio —dice a viva voz.

 

Antes, ha encendido el DVD. Eternas del Jazz suena a toda pastilla. El tiempo transcurre y Úrsula desconoce lo que se ha metido en el cuerpo, sigue bailoteando por la casa a ritmo de R&B. Beoda como una cuba y con lagrimones en los ojos.


—¡Coño, Eusebio! ¿Y ahora quién me dirá: «Hasta luego joven»? Eras el único que me decía joven con toda la naturalidad del mundo —sigue barruntando hasta que se queda dormida en el sofá.


Por la mañana, se despierta arropada por una manta, como si un angelote se hubiera preocupado de ella. Mira hacía la mesa del comedor y ve un caliqueño humeante. Sonríe. Se hizo la dormida cuando Eusebio la cubrió y le dijo: «Hasta la vista, joven».


 

©Anna Genovés

Revisado el 4de septiembre de 2022


*Dedicado a un caballero que apreciaba mucho y nos dejó hace tiempo.


*Relato incluido en el libro de relatos La caja pública, Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 



Fanes, haters y seguidores

Cuando decidí convertir mi hobby en trabahobby, un virtuamigo que aprecio y respeto como escritor, me dijo:

–El mundo de las letras está lleno de envidias. Para hacerte de escuchar tienes que pensar como una granjera. Todos los días tendrás que dar de comer a los pollitos. Así, los animalitos estarán contentos y picotearán lo que les pongas. ¡Ah! Y recuerda que todos somos granjeros y pollitos dependiendo desde donde nos miremos; si estamos en nuestro espacio seremos granjeros. Si visitamos el de algún conocido, pollitos a la busca de un buen picoteo.
–Me apuesto los dedos de la mano izquierda a que eres fan de George Orwell —le dije.
–¡Me has pillado! Rebelión en la granja es una de mis novelas preferidas –me contestó.

Ahí quedó el asunto... En realidad no tenía muy claro a qué se refería hasta que estuve en el meollo de la cuestión. Pasaré por alto ese pecado capital llamado envidia. Tal como dijo Borges: «El tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: Es envidiable».



La siguiente cuestión: granjeros y pollitos. Es el equivalente a la autopromoción. Para ello el pretendiente ‘a’... deberá pasear asiduamente por aquellos lugares interesantes para su hipotético negocio a la espera de ser correspondido. Mi virtuamigo estaba en lo cierto. Por experiencia puedo deciros que cuando abrí el blog era muy activa en la blogosfera y en las redes; tenía muchas visitas y multitud de comentarios. En la actualidad estoy en una fase más tranquila y mis productos tienen menor salida. Si no estás todos los días de visita..., pues eso: no te visitan. Al final, hasta se olvidan de ti. C’est la vie!

Lo que mi virtuamigo omitió, a propósito o inconscientemente, fue que en el mundo virtual existen por lo menos tres grupos de personas: fanes, haters y seguidores. Las primeras siempre te dirán que todo lo que haces es estupendo, sea bueno o malo. Las segundas, bajo el mismo modus operandi, te dirán lo opuesto. Las terceras, simplemente te seguirán, y, por lo general, serán sinceras. Si lo que muestras es notable te darán el like. Si no has estado fino, te harán una crítica constructiva respetuosa.

La etimología de los grupos mencionados está clara. Para que veáis algunos ejemplos, incluyo las reseñas de una de mis novelas...

Fan: fan (en plural: fanes), simpatizante, aficionado, admirador o fanático. Persona que siente gusto y entusiasmo por algo. El término se utiliza en particular en el deporte y el arte, para referirse a admiradores de una persona, grupo, equipo u obra. Los fanes de algo o alguien constituyen el fandom de la persona o cosa que se admira. A veces demuestran su afición siendo miembros de un club de fanes, creando fanzines y promoviendo lo que les interesa.


Fan… Viniking ha puntuado los cinco libros que tengo publicados con 5 estrellas: entiendo que debe ser un/una fan.

Haters: personas que muestran sistemáticamente actitudes negativas u hostiles ante cualquier asunto. La palabra hater es un sustantivo inglés que se traduce como 'odiador', o 'persona  que odia' o 'que aborrece' algo o a alguien. También se puede traducir como 'envidioso', 'odioso' o 'aborrecedor'.


Hater… Este anónimo con 1 estrella, que encabeza la reseña del libro como 'malísimo' es un hater. No por lo mencionado, sino porque la conclusión que agrega. Falta de ortografía, incluida: «Por cierto comentar que todos los libros gratis que me he bajado de kindlelton son del mismo estilo, ninguno ‘a sido’ ni siquiera mediocre». 

Seguirdor/a: 1) persona que sigue o persigue a otra. 2) Persona que es partidaria de otra y que sigue su desarrollo o evolución.


Seguidor… Creo que las 4 estrellas de este lector/a, por lo que comenta, podría tratarse de un nuevo seguidor.

Los tres grupos, fanes, haters y seguidores, tienen un sinfín de matices: pueden ser ocasionales, habituales, pasivos, activos... y un largo etcétera. Entre seguidor y fan existe una delgada línea que, en ocasiones, se cruza y viene a significar lo mismo; además, tanto seguidores como fanes, por lo general, son guais. Sin embargo, los haters son unos puñeteros envidiosos que viven bajo tierra como los vampiros. Por eso suelen actuar detrás de un anónimo; solo que ellos no desean chuparnos la sangre, quieren chuparnos las ilusiones: ni agua. A los haters, en el caso de la literatura, por ejemplo, les dará igual que una obra esté escrita por Borges, Orwell o un 'sin nombre' como yo. Para ellos todo lo que lean será ‘malísimo’. Seguramente porque son incapaces de escribir una sola línea.

Es curioso que mi deseo de obviar la 'envidia' se haya truncado... Así que, con permiso del maestro, añadiré: «La envidia es algo innato en la condición humana. Nazcas donde nazcas».

P.D. Versión corta publicada en el diario El Cotidiano

©Anna Genovés
03/09/2016

Fuentes
Wikipedia
Diccionario de la RAE
La red

Imágenes
Amazon
La red


 




Un affaire de carretera


 

Vehículos y carreteras

cafés y pica piedras

el mundo es un pañuelo

buscas lo que encuentras

 


Magdalena está preparada para ir a pasar unos días con su madre. Hace unos meses que se ha quedado sin trabajo y tiene la moral por los suelos. A la postre, ha descubierto que su esposo se la pega con otras... Lleva años sospechándolo. Hogaño, con tiempo libre, se ha cerciorado. No es la primera vez que descubre manchas de carmín en su ropa. Cuando le preguntaba, Jesús, siempre le contestaba lo mismo: «Cariño he ido a ver nuestra pequeña —una veinteañera emancipada—, ya sabes que es muy besucona…». Con las horas de asueto hace sus cábalas. En la perfumería, le dicen el color exacto del labial. Así que, ni corta ni perezosa, se marcha a casa de su hija y, ¡zas! La niña nunca ha utilizado el tono rojo coral de Astor.


Siempre ha pensado que los humanos, como el resto de mamíferos, son bisexuales y polígamos. Sin embargo, las mujeres —por lo general— son las que llevan la cornamenta. Las de su género, saben aguantar el temporal y los sudores de la entrepierna. Los machos no, piensa. Con este panorama, sólo le falta descubrir si su partenaire tiene una pilingui o se va de putas. Está a punto de contratar a un detective. Pero, en el último instante, se arrepiente.


Dos semanas más tarde, ha cambiado de idea. Así que, llama por teléfono a su amiga Dolores a ver qué le parece su nuevo plan.


—Mira, lo he decidido. Desde que el comebolas me dio botica, estoy feliz y a gusto con mis protuberancias –se toca la cabeza para ver si las astas son demasiado exageradas. Le entra la risa tonta—. ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Me encanta el Prozac! Qué Jesús haga lo que le dé la gana. Una, se va con mamá. 


—¡Muy buena idea, querida amiga! Ve a pasar unos días con tu mami; te sentarán bien —insinúa Dolores a través del auricular.


—No Dolores. No me voy para unos días; me voy para unos meses… Tal vez, vuelva cuando haga calor.


—Y me dejas sola. ¡Qué mala eres!


—¡Estoy harta de mi marido! Qué se quede de Rodríguez todo el invierno. Ya se acordará de mí cuando haga frío… —sentencia Magdalena.


Camino de Almagro —donde vive su progenitora—, Magdalena canturrea. Está escuchando a Camarón. Se engancha en una estrofa y le sale la risa floja. Seguido, necesita orinar. ¡Mierda, qué me meo! Hasta dentro de cincuenta kilómetros no hay un área de servicio. ¿Qué hago? Tengo que parar por narices —parlotea consigo misma con es gracejo inmenso de las manchegas; todas ellas Dulcineas del Toboso—. Minutos más tarde, aparca en el arcén y se pone en cuclillas entre unos matojos. El potorro al aire y el rostro extasiado cuando sale el chorro. La mismísima Santa Teresa en uno de sus trances. ¡Piii!!! ¡Piii!!! Un ensordecedor claxon, hace que mire hacia la carretera. Justo, pasa un tráiler. Desde la ventana, el copiloto le vocea:


—¡Quién fuera hierba para acariciar tus bajos! ¡Wapa!


—¡Ay Dios! ¡Ay Dios! —repite (persignándose en la frente, en la boca y en el pecho) con el culo al aire y subiéndose los pantalones como puede.


El camión se esfuma en el horizonte. Magdalena vuelve a su Ford, roja como una fresa madura.


—¡La madre que lo parió! —sermonea—. Si llega unos segundos antes, me corta la meada.


Al decir estas palabras, se percata de algo inusual: está húmeda. La lívido por los aires...


—¡Madre mía! Me he puesto como una moto. Si me ve la ginecóloga me dice que, de óvulos lubricantes, nada de nada. Jejejeee… ¡Estoy hecha una jabata! —se alaba.


Emprende la marcha, más feliz que unas castañuelas. Enciende el DVD y cambia de artista. Toca algo más sexy; unos R&B de su hija. La música hace que la carretera se le antoje diferente. Se apea en el Área de servicio para llenar el depósito. Baja, carga el tanque con gasolina sin plomo y vuelve a subir. Cuando pasa por la zona de vehículos pesados, ve el camión del mulato que le ha piropeado.


«Y si paro y veo como está de cerca. Pero, ¿dónde vas Alfonso XII? Si tienes más años que Matusalén». Se dice a sí misma, mientras repasa sus labios en el retrovisor. No puede evitarlo. Para el motor del vehículo y va la cafetería. Está vacía. Entra con su melena negra, cantoneándose. Sara Montiel en plena madurez. En la barra, el oscurito con otro bizcochito, de la edad de su vástaga.


—¡Joder! Si los dos están de rechupete. Unos ciervos para mojar —murmura por lo bajini.


Se acerca a la barra y le dice a la camarera:


—Ponme lo que estén tomando los chicos. Pago la ronda.


Media hora después, entra en una habitación del Motel con el cuarterón de uno noventa. Se siente como la Bassinger en Una mujer difícil o, quizá, la Dunaway En los brazos de la mujer madura. Recapacitado el asunto, resuelve que si los hombres se lo pueden montar con jovencitas; las mujeres se pueden calzar a polluelos. En la suite sin estrellas, se desviste a lo leona. Poniéndose a cuatro patas sobre la cama. ¡Gr…!!! Gruñe con sus zarpas de gel. El camionero, se quita la ropa despacio… Cuando termina el bailecito sexi, la exuberante felina, es una gatita que quiere huir.


—¡Qué pasa! ¿No te gusto? —le pregunta el joven; ciclado como una tableta de chocolate puro.


—No hijo, no. ¿Cómo no me vas a gustar? Eres una estatua de ébano.


—¿Qué? ¿Qué?


—Nada, nada… Que estás muy bien dotado. Demasiado. No estaba preparada para esto.


El chico no le hace caso, la tumba; le abre las piernas con sus musculados brazos. Ronronea por su pubis y le desabrocha el body de encaje negro, que tanto estiliza su figura, con la boca. Juguetea con todo lo que atisba su lengua, larga y dúctil. Magdalena tiene un orgasmo. Tal cual, se la carga el torso, la apoya contra la pared y la penetra hasta la garganta. Ella gime de placer. Chilla como una endemoniada. Un segundo orgasmo hace que su cuerpo experimente una ola de sacudidas perpetuas. En uno de los brutales movimientos, se percata que, el acompañante —rubio y con ojos almendrados—, está sentado. Desnudo, masturbándose.


—Oye, que tu compañero ha entrado —le suelta al negraco.


—Tranquila —contesta el Apolo tostado que la mantiene en el Nirvana.


Su fantasía la lleva a otro film del que no recuerda el nombre. Sólo sabe que la chica se convierte en un sándwich. Uno por delante y otro por detrás. Se relame, pensándolo… El rubiales se acerca. Magdalena está convencida, que, en breve, se convertirá en un bocadillo. De repente, alucina. El nibelungo arremete al mandinga. Forman un trenecito. La pared, ella, el mestizo y el caucásico.


El affaire de Magdalena es un regalo del cielo. Pese a tener familia y muchos amigos, tal vez, demasiados. Es la imagen perfecta de la soledad.


 

©Anna Genovés

Revisado el dieciséis de agosto de 2022

Imagen tomada de la red

 

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*Relato incluido en el libro de relatos La caja pública, Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 

 


 

 

Mujeres maduras con hombres jóvenes

 

El hecho de tener una invitación de boda, incluye, a día de hoy, toda una serie de quebraderos de cabeza. ¿Qué me pongo, cómo me maquillo, qué regalo…? Al margen de estas vicisitudes, tradicionalmente, pensamos con un hombre de mayor edad que la mujer. Sin embargo, en las sociedades actuales, están normalizándose otros tipos de relaciones: matrimonios de homosexuales (gais o lesbianas), diferentes etnias, distintas religiones, y, ¿por qué no? Mujeres maduras con hombres jóvenes o viceversa.

El otro día, una amiga me comentó que había ido a una boda católica en la que la novia tenía 39a y el novio 24a. Pensé que los moldes se estaban rompiendo. Empero, mi amiga demonizó la unión: “¿Cómo un chico tan joven puede casarse con una cuarentona pudiendo ir con jovenzuelas? Está claro que es una cougar [1] –afirmó ridiculizando a la esposada—. Comprendí, que en la mayoría de ocasiones, somos las mujeres quienes fomentamos un hábito machista porque a la inversa, lo vemos normal, pues siempre ha sucedido.

Todo tipo de relación puede o no fracasar, al margen del sexo, edad y demás variables. Sólo hay que encontrar a tu media naranja. Hablamos de personas, no de géneros. Alguien afín a tus gustos y deseos.

Sexualmente, un hombre llega a su plenitud, en torno a los 30 años; mientras que una mujer tiene mayores fantasías sexuales entre los 27 y los 45. Respecto a la maternidad, puede existir el problema de infertilidad femenina. No obstante, podría darse esta circunstancia en los hombres. Todos sabemos, que la fecundidad en la hembra, desciende a la par que corre su reloj biológico: a los 20 años tiene un 25% de posibilidades de quedarse embarazada. A los 30 el 15%. Y a los 40, el 5%. No obstante, no todos los humanos desean ser padres. Y, si se quieren hijos, hay otros métodos: FIV o adopciones.

 

Como paradigma de este tipo de uniones, tenemos a la pareja Furness/Jackman. Hugh Jackman tiene 52a y Deborra-Lee Furness 65a. Llevan juntos desde 1996 y tienen dos hijos adoptivos. Para acallar las malas lenguas, precisaremos que HJ aporta mayor capital económico, y, encima, es uno de los hombres más deseados del globo terráqueo. Pero hay o habido otros casos entre las celebrities: Shakira/Piqué, Jennifer López/Casper Smart o un largo etcétera... ¿Entonces, por qué no entre los ciudadanos de a pie?

 

Estudios de la psicoanalista Margarita Solé, afirman que las parejas en las que él es más joven que ella, pueden ser tan sanas y equilibradas como a la inversa. Según el Instituto Nacional de Estadística, la proporción de matrimonios en el que la esposa es mayor que el hombre, ha pasado del 7,8% en 1976 al 16,4% en el 2010.

 

Clara Cortina, profesora del departamento de Ciencias Políticas y Sociales de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, comenta que, a partir de las segundas parejas, se dan mayor diferencia de edad, a favor de hombres o de mujeres. Las primeras parejas suelen unirse en el barrio o en la universidad. Mientras que las restantes, cuajan en el ámbito laboral o a través de grupos de amigos.

 

En la actualidad, las rupturas matrimoniales en España son muy elevadas. Antes, el divorcio no existía y el casamiento era para toda la vida. En 1990, se contabilizaron 59.538 desavenencias maritales. Mientras, que en 2011 se produjeron 117.179. Datos que no incluyen otros tipos de uniones. Las separaciones fomentan idilios de corta o larga duración. La persona se siente desvalida y la falta de cariño le hace ser más sensible, ante la posibilidad de un nuevo enamoramiento.

 

Pero se nos olvida algo… A lo largo de la historia, han existido uniones o deseos entre mujeres mayores que los hombres. Descartando la endogamia o los complejos de Edipo/Electra, la mitología griega lo recoge en la historia de Freda. La Antigua Roma, aceptaba estos matrimonios. Otros ejemplos…  Catalina la Grande con Alexander Zuboc (40 años más joven que ella). Los amantes de las escritoras Anaïs Nin o Sidonie Gabrielle Colette’s. Y un largo etcétera…

 

La atracción sensual o el amor, no conoce edad, género, color de piel o ideologías dispares.

 

©Anna Genovés

24/10/2014

Revisada el 1 de enero de 2021

Todos los derechos reservados a su autora

 

[1] Cougar es una expresión del argot inglés para definir a las mujeres que buscan una pareja bastante más joven. En el uso normal lingüístico significa "puma". Se establece un paralelismo con el mundo animal, es decir, con la caza de hombres más jóvenes (polos) por parte de estas mujeres (camisas).