Se dice que la belleza es completamente superficial.
Tal vez. Pero al menos, no es tan superficial como el pensamiento.
Para mí, la belleza es la maravilla de las maravillas.
Las personas superficiales son las únicas que no juzgan por las apariencias.
El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo que no se ve...”




Oscar Wilde
El retrato de Dorian Gray














Esclavos de la belleza






Es obvio que desde tiempos remotos la belleza se ha impuesto ante otras virtudes, quizá, más admirables. Desconozco qué resortes de nuestra maquinaria se ponen en funcionamiento cuando admiramos un óleo que nos parece hermoso, un edificio de belleza singular, un poema que nos hace llorar de emoción o la perfección de una persona; pero, de seguro, que, si estamos envueltos de esa aureola mágica denominada belleza, el mundo nos abre las puertas de par en par. ¡Qué insensatez! A lo mejor, por este motivo, la Humanidad experimenta un deterioro continuo y progresivo.




Pese a que se han encontrado papiros egipcios del año 3000 a. C. y tratados sánscritos datados cronológicamente en el 2600 a. C. en los que se ven intervenciones estéticas, el concepto belleza como tal –con otras palabras y un significado similar—, amor por la belleza o filocalia, es una terminología que se recoge en la Grecia clásica con el vocablo φιλοκαλία. De igual modo sucede con estética, cuya locución griega se acoplaría a αἴσθησις (aísthêsis), con un sentido próximo a «sensación». De manera muy acertada, porque, de uno u otro modo, la belleza –no sólo física, sino también la relacionada con cualquiera de las artes— provoca, dependiendo del juicio de quienes la valoren, la alteración en alguno de nuestros sentidos.










En el siglo XVIII Alexander Gottlieb Baumgarten alza la estética a una rama de la Filosofía que se aplica a objetos artísticos y naturales que provocan un determinado juicio en quienes los juzgan, con ideas objetivas o subjetivas. A tener en cuenta que, a medida que las sociedades evolucionan, los cánones de perfección, se trasforman. Esta filosofía baumgarteniana, a posteriori, influyó en las teorías de Kant y Hegel de manera muy distinta. Mientras que para Kant entendimiento y razón están unidos por la estética, para Hegel –que buscaba un sistema filosófico absoluto—, era algo muy distinto.











Muchos siglos han pasado desde que nuestros antepasados expresaron sus dudas y credos sobre la belleza, y parece que cuanta más inteligencia demostraban más la buscaban. Obras como: El hombre de Vitrubio de Da Vinci, El nacimiento de Venus de Botticelli, Los cinco sentidos de Hans Makart, El Diadumeno de Policleto, Laocoonte y sus hijos de Agesandro, Polidoro y Atenodoro de Rodas, entre otras… –de épocas dispares en el tiempo—, buscaban las proporciones ideales del cuerpo humano.





Con estos antecedentes es lógico que deseemos acercarnos a la perfección. Admiremos estos rostros hermosos con unos cuerpos desnudos perfectamente dibujados o esculpidos: sublimes. Al respecto, hoy en día, existe una dicotomía social que, en algunos sectores, puede llegar a ser un tanto kafkiana, pues obras con estilos parejos se tachan de pecaminosas; sin ir más lejos FB te cierra la cuenta temporalmente si, por ejemplo, escribes un poema y lo acompañas de un desnudo artístico íntegro. Nos hemos vuelto unos mojigatos.
















Pero, la belleza, es un arma de doble filo y cuanto más se posee, más se desea y menos se le permite el deterioro, por pequeño que sea. Cuantas preciosidades –ellos y ellas—, no se desarrollan en otros campos por culpa de sus atributos visuales. ¿Quién sabe si hemos perdido genios a tutiplén? Dicen que, detrás de esa apariencia frívola y bobalicona de Marilyn, existía una persona con un CI de 165, superior al de Einstein o Hawking. ¡Qué mal se lo tuvo que pasar! Y es que, el oficio de tonto es difícil de interpretar.











En las últimas décadas, los comercios –porque todo se trata de comprar y vender— de medicina estética y cirugía plástica, han proliferado como los champiñones. Antes los tratamientos rejuvenecedores sólo estaban al alcance de las clases privilegiadas. Sin embargo, hoy en día, con tantas subvenciones, la mayoría de conciudadanos podemos optar a los mismos. Si un vecino se financia la compra de un coche, de un traje regional, de un convite y etcétera…, ¿por qué no puede abrirse una línea de crédito para arreglarse los dientes, injertarse cabello, ponerse rellenos, quitarse volúmenes, cambiar de nariz, realizarse una otoplastia o inyectarse bótox? Tenemos todo el derecho del mundo a sentirnos más seductores. El sexo no importa, tan legítimo es para las féminas como para los varones, los transexuales o los travestis. En el Hollywood dorado solo podían permitírselo las estrellas.

















Claro está, hay que diferenciar entre cirugía reconstructiva o reparadora, cirugía estética o cosmética y medicina estética; aunque, a veces, forman parte del mismo pack. Cuando hablamos de cirugía nos referimos a una intervención mayor –con quirófano, anestesia general, e ingreso hospitalario—; mientras que la medicina estética restaura, mantiene y promociona la belleza mediante técnicas médicas, poco invasivas, en las que se utiliza anestesia tópica o local y tratamientos ambulatorios.





Este culto endémico de la belleza que padecemos nos arrastra a querer ser más deseables y ansiar la eterna juventud o incluso la inmortalidad –otro tema atemporal—. ¿Qué es si no el Santo Grial? Todo se reduce al miedo a envejecer, a morir y no despertar.





La publicidad y los innumerables adelantos de la medicina estética son tantos que se han vuelto irresistibles. A precios relativamente asequibles, podemos rejuvenecer unos años o sentirnos algo más bellos. Para gustos el Arcoíris que para eso existe. Cada uno puede hacer con su cuerpo lo que le venga en gana. Eso sí, no está garantizado que los resultados sean los deseados; de por medio existen muchos factores: las manos del hacedor, el mimbre del cliente, lo que se busca –a veces con algún que otro imposible—, las mentirijillas que puedan decirnos, los efectos secundarios y la vida, más o menos ordenada, que llevemos. La estética se ha perpetuado en todos los círculos sociales y para todas las edades. Mientras que, en el pasado se intentaba ocultar los retoques estéticos, en nuestros días, sucede todo lo contrario: está bien visto que uno se cuide. Opinad vosotros mismos…





































No obstante, siempre existirán las críticas de algunas personas… digamos, malintencionadas o envidiosillas que enjuician a todo hijo de vecino que se haya hecho algún que otro arreglito. Recuerdo que cuando vi el film Striptease, aparecía una Demi Moore escultural que bailaba fenomenal para el público. Mis amigas, dijeron: «Para todo lo que lleva no está tan perfecta como dicen por ahí…». Y yo, que siempre he sido tímida y calladita –hablando, escribiendo ya veis que no me muerdo la lengua—, contesté: «Ya quisieras estar la décima parte de espectacular que está Demi. ¿O no?».  (Silencio absoluto).











Si pasáis de la medicina estética, dabuti. Pero, el respeto y la libertad, lo primero.





©Anna Genovés 1/11/2019

Revisado el sábado seis de mayo de 2014

Imágenes de dominio público tomadas de la red 

Versión corta publicada en el diario El cotidiano




Si vives cerca de Valencia y tienes necesidad de acudir a un médico estético: no lo dudes. Este, es el mejor.

El asesoramiento y experiencia del Dr. Juan Cisneros son esenciales para sentirte seguro desde la primera visita. El doctor, además de ser un gran profesional, posee una calidad humana que transmite cercanía y confianza, y sus consejos son tan acertados como individualizados.






Reseñas de Google del Dr. Juan Cisneros


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Los bonopos proliferan en las cities





Ayer fue un día excepcional. No hice nada fuera de lo normal, pero disfruté de todo lo que hice.


Al salir a la calle, un golpe cálido de aire seco bañó mi rostro enmascarado y fue muy placentero recordar los viajes de mi juventud, cuando apenas salían los curreles de la piel de toro cañí que ahora nos encierra por narices.


Por aquel entonces, me dejaba la vida en la Seguridad Social y tenía un poder adquisitivo elevado que me permitía disfrutar de las pirámides, la ciudad roja o la mismísima Jerusalén, entre otros enclaves maravillosos. Está claro que no viajaba con las personas adecuadas. Pero, gracias a ellas pude desplazarse a países lejanos, ya que era demasiado cobarde para viajar sola.


Actualmente, mi posición económica es frágil. Y, aun así, puedo comprarme algún que otro trapito de Desigual u otras marcas populares durante el remate final de las rebajas. No echo de menos viajar ni tan siquiera ser una reina del rock & roll: soy una superviviente que procura vivir ilusionada, aunque el camino sea más duro que el ascenso al Everest en un mal invierno o la covid19 aceche.


Esto no va del coronavirus, es un hecho que, poco a poco, como buena observadora, he apreciado a lo largo de los años. Tal vez se deba –como dice Don Reverte— a la poca cultura existente o simplemente se trate de que la evolución humana sea una involución que nos encamine hacia los bonopos. Adiós Asimov.


Desde que surgió el movimiento del 15M –envuelto de cartelería prosoviética con mensajes subliminales directos— allá por 2011, la sociedad ha cambiado. Hagamos memoria… Un grupo social heterogéneo indignado por el bipartidismo político, PP/ PSOE, y el poder de los bancos y las corporaciones. La corriente invocó manifestaciones pacíficas que acabaron con verdaderos campamentos en diversas ciudades españolas. A la mayoría de la población nos daban pena esos pobres chicos que no tenían donde caerse muertos y que perseguían una democracia más participativa. Recuerdo que en Valencia se asentaron en la plaza del Ayuntamiento.






Un día, se me ocurrió visitarlos. Me acerqué a ellos con recelo, pero, al verlos tan guais, la suspicacia cedió e intercambiamos algunas opiniones. Me dijeron, poco más o menos, lo que ya sabía… protestaban por diversas injusticias.


Lo primero que me llamó la atención, fue la privación que reinaba en sus viviendas nómadas; vestidos casi con harapos, sin apenas mobiliario y con la comida justa. Sin embargo, lo que me dijeron carecía de una base lo suficientemente sólida como para cambiar mi vida y acompañarlos. Nuestra conversación estuvo rodeada de un hedor a suciedad bastante notorio. No lo comprendía… parte de mi familia es ganadera y sus casas, aunque humildes, están limpias como una patena y, ellos, aseados. Allí, había mierda.


Desde ese día advertí que los ideales del 15M podían ser nobles para sus dirigentes, con todo, para los que estaban acampados en un tótum revolútum, significaba poco más que… «Estoy aquí para tocarme los huevos y dar la nota porque mola». Entre ellos, reinaba un colectivo de niños y niñas de casa bien a los que no les apetecía estudiar o trabajar en los negocios de papá o talluditos que se habían acomodado sin saber muy bien la razón de la protesta. Bonopos en plena expansión.






Mi conclusión era un tanto dispar, me agradaba su rebeldía, pero me desalentaba su verdad. Claro, desde mi casita de papel y a buen recaudo, era como mirar los toros desde la barrera. Tampoco es que entienda demasiado de política; siempre he pensado que un buen gobierno debe ser ecuánime. Por desgracia, todavía no he conocido ninguno.






Los meses pasaron a la par que los años. Me salieron canas y cada vez tenía menos dinero en el bolsillo. Además, el mercado laboral huía de mi notabilísimo CV pues me había convertido en una madura de las que nadie contrata. No era la única: el deterioro del baby boom iba en crescendo. Cambio de planes. Las cremas del tocador desecharon a Estee Lauder y se convirtieron en Deliplus de Mercadona. La sociedad del bienestar se desmoronaba, día a día, ante mis ojos y la clase media agonizaba mientras despuntaban ciertos multimillonarios –futbolistas, jeques, celebrities hollywoodienses y una retahíla de personajes adinerados que hacían palmas a los más guapos de la fiesta para obtener su gracia y chupar del bote—. En el lado opuesto, los trabajadores de toda la vida y los autónomos, se empobrecían. Por ende, otra casta tomaba las calles inmersas en… «Me tumbó al sol y aprendo a mal escribir. El resto no me importa».    


Y así, con una piedrecita por aquí y otra por allá, como Pulgarcito, los bonopos 15M tuvieron voz y voto en todas las estructuras sociales y gubernamentales con tanto peso que comenzó la decadencia de las ciudades más dignas. Aunque ellos, los ideólogos, habían olvidado su propia doctrina una vez instaurados en verdaderos tenderetes de excesivos metros cuadrados, piscinas riñoneras con yacusi y picoletos cansados de hacer la guardia a la puerta del grupeto elegido. Amén de establecidas las hembras predominantes allí donde podían hacer y deshacer a su antojo.


Décadas atrás, Barcelona –a la que estuve muy unida por motivos laborales— le pisaba los talones a Madrid. Parecía la nueva capital de España, proyectaba fuerza, modernismo, apertura al exterior; era, sin lugar a dudas, una de las metrópolis cosmopolitas más saludables de su tiempo, casi a la altura de Londres, Milán y Dusseldorf. Hace unos años, cuando volví a visitarla, el panorama me pareció aterrador. La apertura era cerradura y el futuro se había convertido –para mis ojos— en una máquina del tiempo que me había trasportado a una ciudad que apuntaba maneras de medievo.  


A día de hoy, a Valencia le sucede algo similar. Proliferan las obras, algunas, sin ton ni son. Otras a destiempo. La dejadez generalizada y la suciedad, es algo que se palpa. La plaza del Ayuntamiento se ha convertido en la plaza Mayor de un pueblo olvidado de la mano de Dios donde por un lado brilla el asfalto recién horneado y por otra una serie de numeraciones –sobre una especie de chapopote antiguo— que albergan, frente a la puerta de consistorio, un mercadillo de venta ambulante sin ápice de pedigrí. Vamos, ¡ojalá tuviera la solera del mercadillo de Astorga! Por ejemplo.






En ese lado peatonal, abundan los botellones diurnos sin alcohol de diferentes pandillas. Quizá, la plaza, se ha convertido en el punto G de esas quedadas tan molonas llamadas hacer una campal. O tal vez, sean ninis que se reúnen al albor de un espacio abierto y amplio por la situación sanitaria. Lo desconozco, pero el corazón me dio un vuelco y pensé: «¿Dónde estoy? Esta no es la Valencia de la Ciudad de las Ciencias ni tan siquiera es la ciudad cuya festividad patronal se consolidó como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Esto es un núcleo urbano venido a menos y abatido.


De camino a casa, observé a los sintecho habituales fruto de las mafias extranjeras, situados en lugares estratégicos para dar pena, y a numerosos MENAS bambando sin rumbo fijo –algo natural en las sociedades, otrora, del primer mundo occidental. Pues es nuestro deber acoger a los menores sin acompañar que llegan en pateras a las costas—. Tampoco hablo de esas familias que por falta de alimentos hacen cola diaria en las cercanías del Banco de alimentos o la Cruz Roja. No son ellos, son otros como nosotros o como los trabajadores de otros lugares que se han tirado al ruedo y prefieren Los lunes al Sol.




En mi barrio, cercano al centro neurálgico comercial de la ciudad, duermen numerosas personas a la intemperie y hasta familias completas de bonopos hacen picnic –incluido el trapo en el suelo para tumbarse a tomar el sol sin importarles si hay o no hay bichitos que puedan dañar los pulmones e incluso  asesinar a los papis o a las crías bebé—. Lo dicho, yo misma, era una curranta de los pies a la cabeza y me he ‘abonopado’. La verdad, me siento bien. ¿Ha sido la pandemia o la mala gestión del ejecutivo?


Desconozco si estamos más cerca de Venezuela que antes, pero, esto no pinta bien. Si malo es el capitalismo, peores son las dictaduras, sean rojas o azules. Blancas o negras.


Empero, como soy optimista, voy a echarme unas risas a la luz de las nubes que enturbian el firmamento para convertir el domingo en un día tan excepcional como el sábado.

 

@Anna Genovés

Domingo ocho de agosto de 2021

Revisado el viernes veintiséis de abril de 2024




 

* Aclaración: la terminología ‘bonopo’ adaptada al humano, no es algo que he utilizado por aquello de faltar a las personas que otros llaman ‘podemitas’ –cada uno que viva como quiera y pueda—, sino que es un palabro utilizado por algunos psicólogos del funcionariado público que, en apariencia, lucen como ellos, pero son más clasistas que los pijos.

 


Lecturas recomendadas


Las comunidades de bonobos: un comportamiento esclarecedor

https://mujeresconciencia.com/2015/06/17/las-comunidades-de-bonobos-un-comportamiento-esclarecedor/


Extracto

 …“Según de Waal (1997), y otros expertos, las relaciones sexuales entre los bonobos actúan como un factor relajante entre ellos. Los estudiosos han detectado que estos animales tienen un temperamento mucho menos agresivo y exaltado que los chimpancés, con una tendencia a la violencia física claramente menor y los conflictos graves entre grupos de bonobos parecen ser bastante raros. Cualquier cosa que despierte a la vez el interés de más de uno de ellos suele acabar en contacto sexual (machos/hembras, machos/machos, hembras/hembras) lo que no significa que se trate, como se ha sugerido, de una especie hipersexual. Tras cientos de horas de observación, de Waal concluye que en realidad practican el sexo de manera bastante relajada, como una faceta completamente natural de su vida en grupo y no se detecta en ellos ansiedad alguna.”…












Enamorados bajo el fuego

 

 


El amor no está reñido con la guerra

los cartuchos acompañan a las frutas

igual que las aventuras de supervivencia

 

 

 

Escenario: un barrio obrero lleno de ruinas y alimañas de la periferia de Valencia. Abril de 1938.

 

 

***

 

 

Ángel recogía escombros cuando el comisario del ejército republicano lo reclutó.

 

 

―A ver chaval. ¿Cuántos años tiene? ―preguntó el hombre.

―Diecisiete señor ―contestó el joven de ojos aguamarina.

―Suficientes para coger un arma y defender a su patria.

―Pero señor, mi padre murió en el último bombardeo. Debo cuidar a mi madre y a mis hermanos pequeños. Ahora, soy el hombre de la familia.

―La Patria es su única familia. Además, tiene estudios… y sabe francés. Le daremos un puesto con ciertas responsabilidades.

 

Así fue como el joven se vistió de soldado.

 

***

 

 

Ángela leía el periódico junto a su hermano en la Estación del Norte de Valencia.

 

 

―Vicente mira lo que dice la ministra de trabajo Federica Montseny: «Los nuevos soldados tienen diecisiete años. Unos niños de pantalones cortos. Los reclutan como si se fueran de vacaciones».

―Es cruel. La mayoría nunca se convertirá en hombres. Tal vez, ninguno volvamos.

 

Vicente era un brigadista de la FAI voluntario. Sin embargo, su miopía lo había unido a la DECA del Ejército Popular de la República –Defensa Especial contra Aeronaves fascistas—. Brigada de trasmisiones: era teniente con 23 años. Pero la vida lo había curtido a golpe de fuego cruzado.

 

Los trenes de mercancías estaban repletos de armamento pesado. Los soldados republicanos ataviados con prendas dispersas y caras perdidas en la nada, no eran un ejército. Eran una amalgama de corderos directos al matadero. La mitad sin fusiles. ¿Para qué? Los últimos en llegar eran los primeros en caer. Los de retaguardia tomaban sus armas. Vicente llamó a su cabo.

 

 

―Ángel pase revista.

―A sus órdenes mi teniente.

 

 

Se escuchó una voz ágil que leía una retahíla de nombres.

 

 

―Mi teniente faltan cinco soldados.

― ¿Cómo puede ser?

―Lo desconozco, señor ―contestó el cabo.

―Claro. ¿Qué va a decir usted? En el permiso anterior estuvo extraviado varios días.

 

 

Vicente se acercó a Ángela y le dijo que la guerra estaba pérdida. Los pómulos de la joven se llenaron de unos lagrimones que se evaporaron antes de llegar a su garganta. A trompicones logró decirle a su hermano—:

 

 

― ¡Por Dios, Vicente! No digas eso.

―Es imposible ganar una batalla con muchachos insubordinados, mal vestidos, sin armas, desnutridos, enfermos y obligados a luchar por una causa que muchos desconocen. Disculpa Ángela, no quiero endurecer más tu vida. Ve a comprarte una manzana. Anda, es la fruta que más te agrada.

 

 

Minutos después, la muchacha regresó masticando una hermosa manzana entre sus labios fresados. Ángel se acercó a su oficial para decirle que los soldados seguían sin aparecer. Al ver a Ángela, se prendó de sus encantos. Mientras Vicente repasaba la lista, se acercó a la joven que trituraba con pasión el fruto prohibido.

 

 

―Te gustan las manzanas, ¿eh? ―a ella le agradó que un jovenzuelo descarado y bien parecido le hiciera esa pregunta.

― ¿Y a ti qué te importa? ―contestó orgullosa con la barbilla levantada.

―Iba a pedirte que me compraras una ―Ángel sacó un monedero con calderilla y se lo entregó a la moza―. Tráeme una, por favor.

 

 

Ángela se hizo la remolona. Pero fue a comprársela. Por unos minutos, olvidó las caras de horror que la circundaban, el ruido ensordecedor que surcaba el firmamento plomizo, los cascotes de las paredes caídas, los llantos de las mujeres y los niños. Un tapiz negro y riguroso que lo cubría todo. Sus ojos de gato observaban inquietos.

 

Cuando regresó el cabo estaba subido a uno de los vagones mirándola, desde lejos, abobado.

 

 

― ¿Qué te ha dicho El francés? ―preguntó Vicente.

― ¿Quién?

―El cabo.

― ¡Ah! ¿Te refieres a ése? –ella lo señaló con el dedo.

―No coquetees. Nos marchamos a la guerra.

― ¿Por qué lo llamas El francés?

―Porque sus padres emigraron a Francia y él nació en Lyon. Tiene estudios y sabe idiomas. Por eso es mi cabo.

― ¡Anda! Pues… tengo que darle la cartera y la manzana.

―Un poco tarde hermanita.

―Cométela tú, te sentará bien.

 

 

Ángela se hizo un hueco entre la mixtura de cuerpos desolados y se acercó al compartimento donde estaba Ángel.

 

 

― ¡Lo siento francés! ―le gritó.

― ¡Ángel! ¡Me llamo Ángel!

― ¡Qué gracia! Yo me llamo Ángela.

―Lo que yo pensaba… estamos hechos le uno para el otro –murmuró.

― ¿Qué has dicho? Con el ruido no te he oído.

― ¡Disculpa, he dicho tonterías! ¡Quédate mi portamonedas! –gritó.

― ¡¿De verdad?!

― ¡Así tendré algo por lo que volver! Tu veux te marier avec moi? ―le preguntó, tocándose el pecho a grito pelado.

― ¡¿Qué?!

 

 

Los traqueteos de la máquina de vapor destruyeron los sonidos palpitantes de la estación ferroviaria. Ángela giró la cabeza a uno y otro lado y sólo vio pañuelos moviéndose en el aire. Mujeres llorosas, ancianos emocionados y niños sin padres.

 

 

***

 

 

Semanas más tarde, en un alto cercano a la localidad de Gandesa, las ametralladoras ZB de 15mm antiaéreas, surcaban el cielo rojizo de un otoño prematuro. La división de trasmisiones recogía los mensajes que llegaban. Las noticias de los diferentes bastiones republicanos eran angustiosas. La guerra había tomado un giro de 180 grados. La ofensiva de los nacionales se reforzaba. El francés fue a informar a su teniente. Entró en la tienda de campaña.

 

 

―Permiso para informar, señor.

―Entre francés, entre.

―Los nacionales están ganando terreno. La situación es difícil.

―Un duro golpe –contestó Vicente con los ojos perdidos en el cielo plúmbeo que observaba a través de los agujeros de su tienda.

―Sí, mi teniente. ¿Qué mensaje envío?

―Resistencia, cabo. Resistencia.

―Como mande, señor.

 

 

Vicente restregó la boina por su cabeza rasurada y, antes de que el cabo saliera, le preguntó—:

 

 

―Francés, le gusta mi hermana, ¿verdad?

―Sí, mi teniente. Con su permiso, cuando regresemos, quiero que sea mi novia –contestó el joven más tieso que una tacha.

 

 

El oficial sonrió. Le caía bien ese medio francés con labia. Cupido lanza sus flechas sin mirar si hay guerra o paz, pensó.

 

 

***

 

 

Meses después, Vicente y sus hombres regresaron a casa con un permiso corto, quizá el último. Ángela esperaba a su hermano ansiosa. Hablaron de tantas cosas que sus palabras brotaban como las balas nocturnas que sobrevolaban la ciudad del Turia. La joven no había visto a Ángel con el grupeto de jóvenes alicaídos que bajaban de los trenes y le preguntó por él.

 

 

― ¿Vicente dónde está tu cabo?

―Lo enviaron a primera línea. No sabemos nada de él. Posiblemente esté muerto en alguna trinchera. Lo siento ―contestó el teniente arrugando la boca.

 

 

Los iris de Ángela se tiñeron de sangre grana, como si sus córneas hubieran sufrido las heridas de todos los cadáveres que la batalla dejaba por los caminos fragmentados de esa España trinchada.

 

 

―Todavía conservo su cartera. Se la llevaré a su madre, vive cerca de casa ―indicó la joven con la mirada abatida como las nubes que preconizan una tormenta.

― ¡Ya tenías que haberlo hecho!

―Juré que se la guardaría y nunca incumplo una promesa.

 

 

Siguieron parloteando entre abrazos y lamentos. Valencia estaba descompuesta. Los edificios destrozados, las calzadas llenas de barro, los cuerpos de los difuntos a la intemperie.

 

Por la noche, Ángela volvió a mirar la cartera de ese joven que la mantuvo esperanzada. Unas fotografías, unas notas en un idioma que no comprendía. Unas cuantas perras, algún chavo y un billete de diez pesetas. Dinero intacto que ella conservaba a la espera de su vuelta. Pero, ya no importaba, iba a convertirse en otra solterona enlutada y de rostro desazonado, pensó. No lloró. El rictus de sus labios se curvó hacia abajo. Los músculos del rostro, se contrajeron. En unos segundos envejeció una década.

 

 

***

 

 

Simultáneamente, en el Campo de concentración de Miranda del Ebro (Burgos), Ángel estaba en la fila de los prisioneros recién llegados. Cadáveres andantes con los miembros destrozados y los ojos extintos. Desnutridos. Calzando botas remendadas; comiendo la porquería que crecía en los andenes o la carne de algún compañero masacrado. Tres jinetes del apocalipsis los acompañaban: el hambre, la guerra, la muerte. El cuarto: la victoria, nunca llegaba.

 

Los registraron uno a uno, Ángel carecía de identificación. Habló en francés y chapurreó el castellano. El capitán de los fascistas, creyó que era un brigadista internacional. Por tanto, pertenecía al grupo cuarto de reos: desafectos con responsabilidad. Padeció todo tipo de humillaciones. Enclaustrado, junto a cientos de soldados, en unos barracones infrahumanos construidos en las ruinas de un antiguo circo.

 

La ciénaga del suelo embadurnaba sus cuerpos a temperaturas bajo cero. La sensación era tan desagradable como vivir en una piara de cerdos. Las hechuras mojadas, empezaban a solidificarse. La ropa se pegaba a la piel, una quemazón extraña se apoderaba de la rigidez de los músculos hasta escaldarlos. Había tantos inculpados, que dormían unos sobre otros conviviendo con un Caronte perpetúo. Las mantas caminaban solas a causa de las ratas que carcomían la carne putrefacta de los heridos. Los piojos y la sarna eran otros compañeros de viaje del clan de los perdedores.

 

Al octavo día de su llegada, El francés era el traductor de los mandos fascistas. Les embelesaba su zalamería. Adquirió cierto status que no dudó en aprovechar a la mínima de cambio. Una mañana lluviosa y fosca se adhirió a los bajos de una ambulancia y logró huir por los caminos quebrados de esa España que agonizaba.

 

 

***

 

 

En la madrugada del 31 de marzo de 1939, un timbre discreto sonó en el interior de una casa. En unos camastros ruinosos dormitaban varios chiquillos, una adolescente, una joven y un hombre. La mayor de las mujeres se despertó de inmediato; tenía el sueño liviano. Hacía tiempo que no dormía más de tres horas seguidas. Era hermosa, pero unas ojeras enormes deslucían su óvalo. Se deslizó por la oscuridad tocando los muros ásperos del pasillo hasta llegar a la puerta.

 


― ¿Quién es? ―preguntó con voz temblorosa.

―Nadie ―respondió una voz agónica. 

 

 

Abrió por instinto. Un cuarto de Luna resplandecía sobre una figura tambaleante. Una mano huesuda con dedos hinchados y carentes de uñas, rozaron su piel. Ella chilló. Empero, cubrió su boca para no despertar a nadie.

 

 

―Ángela soy El francés.

― ¡Mientes! Él está muerto.

 

 

La irradiación lunar iluminó el aspecto fantasmagórico del hombre. No mentía. Sus ojos seguían teniendo el color del Mediterráneo.

 

De madrugada, Vicente y El francés hablaron en el patio. Ángel le contó cómo había huido del campo de concentración. El teniente, le dio unas palmaditas en el hombro. Sabía que aquel niño-hombre conocía el honor. Era astuto como un zorro y valiente como un león. La guerra estaba a punto de finalizar y, él, se presentaría como oficial republicano ante los fascistas hambrientos de poder. Sabía que, si lo encarcelaban o moría, el cabo, cuidaría de su familia.

 

Ángela los interrumpió. Llevaba unas pastillas de jabón casero, lo necesario para una cura de urgencia y ropa limpia. Vicente los dejó solos.

 

 


― ¿Ángel por qué has venido a nuestra casa en vez de ir a la tuya?  ―preguntó la joven.

―Porque un hombre no puede ir por el mundo sin su cartera y, tú, tienes la mía ―contestó.

 

 

Ella introdujo la mano en el faldar y le entregó su tesoro. Ángel lo recogió y, acto seguido, se quitó un cartucho vació que pendía de su cuello. Sacó del interior una fotografía enrollada de la joven, la aplanó con las manos y la guardó en la billetera junto al resto de recuerdos, bajo la atenta mirada de Ángela.

 

 

― ¿Cómo la has conseguido? ―preguntó la joven.

―Me la dio tu hermano cuando le confesé que me había enamorado de ti.



Ella se puso más roja que una fresa madura e hizo como si no lo hubiera escuchado...



―Está casi nueva. ¿Cómo puede ser?

―Es lo único hermoso que he visto desde que me marché y nunca se ha separado de mí –toco el cartucho—. La he guardado a buen recaudo.

 

 

Ángela bajó la mirada. Cosas de la guerra, pensó.



―¿Te callas? No me contestas.

―¿A qué?

―Que te quiero, mujer. Que te quiero.



Se besaron con la dulzura de dos cuerpos exhaustos de tristeza que han recuperado un poco de amor.

 

 


***

 

 

Pasado el tiempo, la pareja regresó a la estación del Norte. Ángel partía hacia el Ferrol para cumplir con la Patria, como si todavía no lo hubiera hecho. Tenía por delante cuatro años de Servicio Militar.

 

 

― ¿Me compras una manzana? ―preguntó El francés con la cartera en la mano. Ella lo frenó.

―Guárdatela. Hoy, invito yo.

 

 

Cuando regresaba con la jugosa fruta, Ángel estaba dentro del tren; la máquina en marcha. Un ruido ensordecedor imposibilitaba el habla. Los albañiles recogían escombros, las mujeres sonreían de medio lado y los niños besaban a sus padres.

 

 

― Tu veux te marier avec moi? ―le preguntó a grito pelado.

― ¡Es lo mismo que me dijiste cuándo nos conocimos! ¡¿Qué significa?! ―preguntó ella.

―¡¿Quieres casarte conmigo?!

 

 

 

Ángela cubrió su rostro, enrojecido como esa fruta que llevaba entre las manos. Unas lágrimas copiosas resbalaron hasta su mentón. Después, movió la cabeza afirmativamente y Ángel le lanzó un beso al aire. Ella suspiró.

 

 

Lo esperaría el tiempo que fuera necesario: volvía a tener ilusión por algo en la vida. Se había enamorado durante la guerra.

 

 

©Anna Genovés

*Dedicado a mis padres y a mi tío Vicente. Gracias. 

 

Rectificado el sábado seis de abril de 2024

Historia incluida en el libro de relatos La caja pública. Publicado en 2014. Amazon.

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Conversaciones de hombres

 

 

Rubias, morenas

pequeñas o grandes

todas gustan

al hombre que sabe

 

 

Desde hace dos décadas, a principios de septiembre, Manolo y su grey se reúnen en la Cervecería Toribio para contarse las hazañas veraniegas. Forman un conjunto de hombres de la misma generación en el que entran los compañeros de pupitre y los hermanos mayores o pequeños de alguno de ellos. El grupeto formó una piña viendo el fútbol y acabó en una amalgama de somarros para vestir santos, como decían las abuelas.


—¡Xe Manolo! ¡Qué bien te veo! —dice uno de los veteranos tras un choque vigoroso de manos.

—¡Nano! Tú siempre animando. Has echado un poco de panza —suelta Manolo, dando una palmada en la barriga abultada de su colega; semilla de un futuro Homer Simpson.

—¡Ya te vale! Y tú siempre jodiendo la marrana. Ya se sabe… unas cervecitas de más, unos vermuts, otro poquito de comida basura al buche y... Pero, con unas sesiones de gimnasio recupero la figura —contesta el implicado.

—¡Mira quién viene por ahí! —dice efusivo al ver a otro colega y prosigue—: Toni, hombre. Has adelgazado, ¿no? ¡Xe! Dame un abrazo.

—Mucha marcha, nanos. Mucha marcha —contesta Toni con los ojos brillantes y levantando una ceja.


Con el discurso de me la clavas y yo te doy un capote, van entrando los especímenes —todos, incluso Manolo (que está desempleado) socarraos—. Se nota que han estado tomando el Sol. Canarias, Benidorm, Caribe, Ibiza o la piscina del barrio. Las conversaciones son las de siempre: los nuevos fichajes futbolísticos, el curro y las mujeres. En este último apartado, se explayan.


—Tíos me he ligado a una pavita de dieciocho añitos que es un caramelín para mojar a todas horas —suelta Paco.

—¡Va! —hace un ademán peyorativo otro de los tunantes.

—Ni va ni hostias. ¡La niña está espectacular! ¡Mirar uno de los selfis que nos hicimos!


De golpe, se le echan encima como antropófagos a la caza de una buena pieza para ver quién ve las imágenes desde la primera fila.


—¡Joder! ¡Si que está buena! —dice uno.

—Mira qué culazo tiene... —insinúa otro.

—Ya podrías. Casi cuarentón y te buscas a una Lolita —suelta Toni.

—Envidia tío. ¡Envidia! Uno que lo vale. Además, me gustan tiernas —el comprometido saca pecho mientras todos babean.

—¡Va a ser que no! Yo también he ligado. La mía madurita, ¿y qué? –concluye otro de los machitos.


Las caras de los acólitos se alzan: mirando al Séneca respondón.


—A ver. ¿Qué quiere decir madurita? Qué tú todavía eres un pipiolo de treinta recién cumplidos, pajarito. ¿Qué has hecho en Ibiza? —pregunta otro.

—De todo, tíos. De todo. Además, la estancia me ha salido gratis porque me he ligado a una ibicenca por Facebook. He mojado el churro a diario. No me miréis con cara de alucinados que parecéis la cotilla de mi vecina. A ver si tengo que contaros hasta del color que llevo los calzoncillos.

—A ver, que soy tu hermano mayor. Explícate. ¿No te habrás enrollado con una yaya?

—¡Hey! ¡Que la virginidad la perdí hace años! Y me trajino a quien me da la gana. La chica me dijo que tenía cuarenta y cuatro, pero tiene algunos más… –su hermano y el resto de la troupe lo miran con cara de alucinados y, él, contesta alzando el cuello como un pavo real—: Cuando veáis las fotos no pondréis esos caretos de frikis.


Todos olvidan a la Lolita y se enfrascan en las imágenes de la suculenta MILF. Una sabrosa pieza siliconada más apetecible que la mismísima Megan Fox en Jennifer’s body. Las imágenes de los trofeos se intercambian por wasap y cada cual saca sus conclusiones. Todos menos Manolo. Toni lo mira con cara de pena y le dice—:


—Tranquilo, Manolo. Todo llegará. Antes, me has dicho que tienes una chapuza entre manos. Cuenta, cuenta... —le da unas palmadas en la espalda, animándolo.


El chico se hace el remolón. Pero al final les sugiere que él también tiene unos selfis muy picantes. Su móvil rula por los aires. Todos quieren verlos.


—¡Cabrón! ¡Qué calladito te lo tenías! Te gusta el porno hard. Me estoy poniendo cachondo —suelta Toni.

—No querrás que pensemos que eres el suertudo de la pantalla, ¿verdad? Con ese rabo de Rocco Siffredi —concluye Paco.


En la pantalla aparece un manubrio potente dentro de la boca de una mature jocosa a cuatro patas. Detrás una veinteañera introduciéndole un dildo de última generación. En ese instante, aparece el rostro del agasajado. Uno de los compinches le pega un codazo para que cierre la boca.


—Paco, ¡cállate y mira!  —le dice.

—¡Me caguen en la leche! Manolo… tu polla es gigante. ¿Cómo puede ser?

—Todos tenemos secretillos —contesta Manolo.

—¡Y tanto! Ya nos contarás que hacías montándotelo con una tiernita y una madura, a la vez —comenta otro de los cofrades. Manolo sonríe antes de hablar.

—Os he dicho que me había salido un currillo. ¡Ahí lo tenéis! Soy director, productor y actor de películas para adultos. Estaba hasta los huevos de estar sin blanca. En el último cursillo del INEM conocí a esas nenas. Compenetramos y nos tiramos al pisto. Ya que tengo un buen pilón lo aprovecharé mientras pueda.


Los colegas se quedan con un palmo de narices –boquiabiertos y con cara de gilipollas.


—Tranquilos.  A vosotros os pasaré las pelis gratis. Por cierto, las mujeres ardientes siguen igual de jugosas a los veinte que a los setenta. Todas me la ponen dura —Manolo se toca la entrepierna—. Os lo dice un profesional. Nos vemos en el derbi del próximo domingo. Ahora, tengo trabajo —dice socarrón, antes de marcharse.

 


©Anna Genovés

Rectificado el domingo diez de marzo de 2024

Relato incluido en el libro La caja pública. Publicado en Amazon. 2014.

 

* Este relato se lo dediqué a José Luis Moreno-Ruíz hace años y, en la actualidad, al visionar la serie de Netflix Supersex que cuenta la vida del actor porno mencionado e interpreta de manera magistral el que fue Aureliano –Alessandro Borghi— en Suburra, lo he republicarlo.

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Te lo prometí mamuchi

 

Las promesas se las lleva el viento

el corazón permanece alerta

 

Mi madre era una ávida lectora. Su escritora preferida era Agatha Christie: tenía la colección completa. Pasados los 75 años, le enseñé a manejar el ordenador. Un día le abrí uno de mis manuscritos –un tocho bien grueso que había escaneado página a página para tenerlo a buen recaudo dentro del PC—. Una de las muchas novelas que rulan por mis cajones. Estaba absorta leyendo mientras yo la controlaba de lejos, observando sus reacciones…

 

― ¿No te cansas mami? ―pregunté.

―No hija. Es muy interesante ―contestó.

 

Cuando acabó el primer capítulo, le dije que era mío.

 

― ¡No puedes ser! Me estás engañando ―insinuó moviendo la cabeza y con los ojos brillantes.

― ¿Por qué dices eso?

―Porque me ha gustado mucho y es muy entretenida. ¿Cómo puede ser tuya?

― ¿Tan poco crees en mí?

―Siempre he creído en todo lo que te hacías. Está mal que lo diga, pero es una gran novela.

―Tengo algunos secretillos… ―sugerí con una mueca.

 

Ella ignoraba que escribía desde que tenía uso de razón. Primero en la memoria. Y cuando aprendí el abecedario, en cualquier sitio.

 

― ¿Y por qué no me lo has dicho antes?

― ¿Para qué?

―Te hubiera ayudado. Ahora, poco puedo hacer.

 

Me encogí de hombros y la besé.

 

―Prométeme que nunca dejarás de escribir ―me dijo.

―Te lo prometo mamuchi ―aseveré reprimiendo mis lágrimas.

 

Para mí fue como ganar el Nobel de Literatura. Desconocía que sus palabras eran premonitorias: se estaba despidiendo de mí. Cuando deseo tirar la toalla y dejar de escribir, escucho sus palabras como si la tuviera al lado. Eso, me ayuda a seguir. Gracias mamá.

 

©Anna Genovés

Relato incluido en el libro La caja pública. Publicado en Amazon. 2014.

 

*Dedicado a mi mamuchi.

 

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Te lo prometí mamuchi

by on 18:18:00
  Te lo prometí mamuchi   Las promesas se las lleva el viento el corazón permanece alerta   Mi madre era una ávida lectora. Su esc...


 



El infierno de Precious

 


Obesa que no recuerda

o flaca que no se llega a conocer

la verdad es un engaño

de papel couché

 

Precious caminaba por la estrecha avenida impregnada de una traspiración copiosa. El bochornoso calor hacía que su organismo se derritiera como una terrina de mantequilla búlgara. A lo lejos, observó el único edificio alto de la vía. Allende, un colosal rascacielos acristalado de color humo. Su única salida: llegar al ático y respirar aire puro. Una utopía inalcanzable en el universo de la imprevisible joven. A medida que avanzaba, la calle se estrechaba. Una incipiente claustrofobia se apoderó de ella. Los goterones de sudor empapaban su deslustrado cabello y seguían como prósperos caudales de un torrente desbocado por sus bondadosas carnes. Pensó que cuando llegara al edificio se vería más escuálida que una anoréxica. Entonces sería doblemente feliz.

 

La calle estaba vacía. No se escuchaban ni las bisagras de las ventanas ni los zumbidos de las moscas. Nada. Exceptuando el virulento calor que agotaba todos los retículos de su pringosa hechura. Cuando llegó a la entrada de su grandioso ídolo de cristal y hormigón, su masa encefálica estaba hecha mixtos; las cerillas de su cajetilla siempre eran las mismas. No recordaba ni su pasado ni su vida. Sin embargo, estaba alegre. Se enroló en la puerta giratoria y jugueteó unas cuantas veces. El ascensor estaba averiado. Tenía que subir 66 plantas andando. No había otra forma de tocar el cielo.  En el vestíbulo había bastantes personas: se asombró. Las primeras que veía desde que había emprendido su hazaña. Rostros anónimos que conocía de algo. Malditas fotocopias de un pasado añejo que no comprendía. Un rompecabezas con las piezas desajustadas. Resopló como un toro frente al burladero y empezó el ascenso.

 

En el piso décimo, la camiseta parecía la de un pívot de la NBA. En el tercer cuarto, se la quitó. En el recodo veinteavo, los pantalones se le cayeron. ¡Por fin había dejado de ser una obesa! En la plata treintava, se dijo a sí misma que podía presentar su CV en alguna agencia de modelos. En el rellano cuarentavo, su cuerpo era un pellejo. Una catarata escalonada de carnes flácidas, un neumático Michelin deshecho. Tal vez, debía descansar y olvidar el paraíso. Sus dendritas estaban fundidas y desconocía el porqué de su empecinado proyecto. Descansó un rato y siguió subiendo hasta la cúspide.

 

***

 

En mitad de la quinta avenida de NY se abrió una alcantarilla: Precious asomó la cabeza.

 

―Por fin soy libre ―dijo con todas sus fuerzas.

 

Su cuerpo era un papel de fumar arrugado que apenas se sostenía. Pero estaba pletórica. Había llegado a la meta. Se levantó de un salto y un autobús la atropelló: la dejó como un dibu estrellado contra el pavimento. Entonces, vio a un lechuguino con patas de macho cabrío, cuernos rasurados y Cohibas sujeto entre los dientes grisáceos.

 

― ¿Dónde creías que ibas pequeño gusano? ―le preguntó.

―Al cielo ―contestó ella.

― ¡Al cielo! Ja, ja, ja… Esto se llama Tierra y tú perteneces a las cloacas del abismo. Eres mi rea ―dijo el leviatán opíparo, relamiendo sus labios groseros al ver que había encontrado a su presa.

―Estás equivocado. Esto es el cielo. ¡Idiota!

― ¡Esto es el puto infierno! Vivirás mejor en mi covacha que en este rincón olvidado de Dios. El omnipotente estaba tan hasta los huevos de vosotros, que se marchó de vacaciones y todavía no ha vuelto.

―Eso es imposible.

―Piensa… ¿No recuerdas que has hecho lo mismo en numerosas ocasiones?

 

Precious frunció el ceño y se tocó la barbilla, pensando…

 

―Pues… ahora que lo dices –susurró haciendo pucheros.

 

Precious rebuscó en sus recuerdos, en su memoria perdida. Su rostro adquirió el color mohecido de los cadáveres. Unos lagrimones surgieron de sus cuencas baldías. Su autobiografía había regresado. Siempre se había sentido huérfana porque en su familia nadie la respetaba. Día tras día soportaba la humillación: «¡Gorda! Eres una bola de sebo». Le repetían una y otra vez. Una mañana no pudo soportarlo más y puso fin a su calvario. Tomó la plancha de mami y la emprendió a planchazo limpio con toda la parentela. El pico de teflón rebosante de masa encefálica. Después, cogió el rifle de papá y se inmoló. La sentencia impuesta fue: «Infierno perpetuo».

 

En ese preciso instante, en el que los recuerdos cupieron todos y cada uno de los retículos de su psique, Precious hizo un mohín de complacencia. Por lo menos, allí nadie se burlaba de ella. Sabía que estaba un poquito pasada de kilos, pero era hermosa. Lo único que le sacaba de quicio era olvidar la historia cada vez que aterrizaba en las marmitas de Pedro Botero; su cuerpo bullía junto a personajillos repugnantes. Tampoco le importaba demasiado: era una luchadora. Sabía que volvería a escabullirse arrastrándose desde el caldo mágico hasta el borde metálico del puchero. Desde allí, emprendería su sempiterno vía crucis para intentar volver al limbo. Sin embargo, el cielo era su verdadero infierno. Tal vez, algún día volvería a nacer en un lugar menos inhóspito.

 

 

© Anna Genovés

Revisado el veintidós de febrero de 2024

Imagen tomada de la red

 *Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

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El infierno de Precious

by on 17:17:00
  El infierno de Precious   Obesa que no recuerda o flaca que no se llega a conocer la verdad es un engaño de papel couché   Precious camina...








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Entre los 9 volúmenes, encontraréis thriller, relatos de distintos géneros, ficción histórica, realismo, ciencia ficción, aventuras y etcétera... La mayoría tienen errores ortotipográficos o están faltos de una buena maquetación o de una portada más agraciada. Nadie me ha ayudado y, esto, es lo que hay. Para mí, es más importante la historia relatada que la presentación‍.️

 

Es obvio que las primeras aventuras tienen más erratas que las últimas. Exceptuando la escrita durante la pandemia.

 

Feliz Año Nuevo para todo el 🌏 Gracias.

 


Listado por orden de publicación

 

1.       Tinta Amarga | mayo 2014. Thriller policiaco 🔫

 

2.       La caja pública | relatos. Octubre 2014. Historias publicadas en este blog. Gratis siempre.

 

3.       El Legado de la Rosa Negra. Enero 2015. Romance en las pirámides

 

4.       Las cicatrices mudas. Agosto 2015. Thriller policiaco 🔫

 

5.       Pasillos nocturnos. Enero 2016. Poemario 🖋

 

6.       Erotika. Octubre 2016. Relatos eróticos 💞

 

7.       SIAH: El Ojo de Dios. Noviembre 2020. Ciencia ficción 👽👾

 

8.       2020 La realidad: de la realidad. Diciembre 2020. Sensaciones durante la pandemia 😥

 

9.       La concubina 111. Febrero 2022. Aventuras en el Lejano Oriente 📜💎

 



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