PROMOCIÓN GRATUITA ‘La concubina 111’


 

Este fin de semana tenéis la descarga 🙆🔊 GRATUITA de la novela ‘la concubina 111’. Si queréis echarle un vistazo, ya lo sabéis: mañana y pasado mañana –16 y 17 de julio—, GRATIS.


Me quedo con estas magnificas reseñas que le han hecho: puro entretenimiento que se lee y disfruta en unas horas. Muchas gracias 😊🌺






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La concubina 111

 


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La gata de angora

 


El amor traspasa fronteras

ella no quiere marchar

pero él la reclama

y, al final,

 se marcha sin hablar 

con su gata de angora

 


 

Marisa está frente a una hilera de nichos. De negro riguroso mirando una lápida con coronas semifrescas que rezan: “Fernando González Pérez. 1990-2020. Quererte fue fácil. Olvidarte, imposible”.


― ¿Cómo se te ha ocurrido dejarme en la flor de la vida? ―pregunta la joven viuda con lágrimas en los ojos.


Un viento gélido hace que las ramas de los cipreses aleteen. Las flores marchitas apostadas en el contenedor de basura, se sumergen en un torbellino que levanta una arenisca fina. Una gata blanca de angora se contonea por las tupidas medias de la plañidera y se aposenta entre sus zapatos, de tacón alto.


―No me digas que llegó tu hora y ya está. Estoy harta de oírtelo decir desde que te fuiste ―sigue en su particular memento, la compungida.


Se sienta en un banco de madera roída frente a la tumba. Acariciando a la gatita, como si ésta hubiera perdido a su partenaire y se consolaran mutuamente. Recuerda que conoció al que fue su esposo en la boda de una amiga. Sus miradas se cruzaron en la iglesia. Allí mismo, en la sacristía, se entregaron a una lujuria desmesurada. Unas semanas más tarde, se casaron. De eso hacía un año. Todo funcionaba de maravilla hasta que una tarde, Fernando, cayó fulminado. Un hombre fuerte y joven que nunca había estado enfermo. Desconsolada, llamó al 112 y después a la funeraria. No podía olvidar la imagen: lo sacaron en una bolsa con asas, como si fuera un violonchelo. El rellano de la finca era estrecho. Marisa cerró de golpe. Segundos después, escuchó un ruido seco y miró a través de la mirilla. ¡Qué horror! El cadáver embolsado había golpeado la puerta al intentar meterlo en el ascensor. Parecía que Fernando le dijera: «¡Todavía no me he ido mi amor!». Desde entonces, tenía pesadillas. Siempre la misma historia. Una voz de ultratumba la llamaba: «Marisa, Marisa. Ven conmigo». Repetía hasta la saciedad. Un día y otro día, y Marisa se acostumbró a ir al camposanto, a menudo. Hablaba con su Fernando como si lo tuviera al lado.


―No sé qué hacer. ¿Qué quieres ángel mío? ―insinúa Marisa sofocando su llanto en un pañuelo de hilo con las iniciales de su desafortunado marido bordadas en grana.


―Estoy solo y hace frío… ―hablan las tumbas mudas y las cruces pétreas.


―Tú ganas ―indica Marisa con los párpados entornados.


Abre el bolso, saca un botellín de Bezoya y un envase de Propanolol Hidrocloruro. Un betabloqueante que utilizaba su esposo ―doctor en psiquiatría― cuando iba a los simposios y tenía que hablar en público. Era hombre de acción y pocas palabras.


―Si cariño. Lo que tú digas. Sé que no sufriré ―sigue parloteando.


Las hojas gasifican un baile sepulcral, ligero.


―Además, estas pastillitas fresadas son muy hermosas. Como mis labios, dirías tú.


Seguido, coge un blíster y extrae las grageas. Las deja en su mano, mirándolas como abducida. La minina que ―con un iris verde y otro azul― ronronea. Le guiña un ojo.


― ¡Ay mi niña! Quieres tu parte. Deseas irte con Don Gato ―le da una. La felina la chupa hasta dejar un polvillo inocuo.


Marisa ve cómo se atonta y se deja caer de medio lado, maullando soñolienta mientras ella la acaricia. Hasta que su cola deja de moverse. Ha sido rápido e indoloro ―piensa.


Ella, hermosa como la porcelana fina, sigue el ritual con una parsimonia escalofriante. Se traga las píldoras.  Una, dos, tres… hasta llegar a la docena. Bebe agua y se tiende sobre el banco, mirando el cielo –diáfano, de un zafiro intenso—. Experimenta una felicidad inaudita: han desaparecido las preocupaciones. Ve el rostro de Fernando, sonriente. Alza la mano para tocarlo a la par que su corazón enmudece. Entra en una catarsis cuasi divina. Llega al Nirvana con los ojos entornados. Feliz.

 

***

 

Un año después, el piso tiene otros inquilinos. Durante el traslado, la nueva pareja encuentra una fotografía con un hombre y una mujer de perfil, besándose. La flamante novia, la mira y se sobresalta.


― ¿Qué te sucede, cariño? ―pregunta el hombre.


―Los perfiles me han mirado… ―contesta ella, blanca como un espectro.


― ¡Chorradas! Estás nerviosa. Es normal.


Pasan los días y la recién casada sigue intranquila. Experimenta sensaciones extrañas: ráfagas de aire, siluetas difuminadas, risas vagas… Una mañana se despierta ―puesta de somníferos hasta las cejas― y cepilla la melena en el espejo de la cómoda. De repente, chilla con todas sus fuerzas: la pareja del retrato está en la cama rodeada de gatitos. La mujer mima a una hembra de angora, nívea como el nácar. El hombre la señala con el índice, diciendo: «Eres nuestra». Los felinos saltan sobre ella y arañan su cara. La sangre gotea por sus pómulos y se introduce en su boca. La rodea un olor metálico con sabor ferroso que anuncia el peligro. Corre hasta la entrada, pero los pestillos se cierran. Gira hacia la alcoba y los espíritus le impiden el paso. Los objetos comienzan a volar. Unas sonrisas macabras se funden en sus oídos. Horas más tarde, el esposo encuentra su cadáver sobre el gres de la cocina junto a unas latas de comida para gatos, vacías. El cuerpo está ensangrentado; lleno de rasguños y acuchillado. Como si en un ataque de esquizofrenia, se hubiera rajado a sí misma. Lo extraño es que, en la finca, nadie tiene animales de compañía.



©Anna Genovés

Rectificada el 4 de julio de 2022


*Relato incluido en el libro de relatos La caja pública, Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 


La gata de angora

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  La gata de angora   El amor traspasa fronteras ella no quiere marchar pero él la reclama y, al final,   se marcha sin hablar  ...









Mundo basura


 



Mundo basura

Solo importa el dinero

Vales lo que tienes y ya está


 


Mundo basura

Nada que comer y nada que cantar

Ni juegos ni alegría, solo verdad

 



   Mundo basura

La muerte tiene un precio

Bomba de racimo o virus letal


 


Mundo basura

La indolencia nos consume

El fuego se apagará 




Mundo basura

Hipocresía regalada

Hacer la cobra es lo más


 


Mundo basura

Amistades peligrosas

Glenn Close se quedará


 


Mundo basura

Lujuria, tiranía y violencia

 Nada bueno quedará




Mundo basura

En el cielo hay nubes

En el infierno, mal

 



Mundo basura

Si odias la mentira

habrá soledad


 


Mundo basura

La vida en una botella

Que huye por el mar

 



Mundo basura

Rebaños de ovejas

Y peces que quieren volar

 

 



©Anna Genovés

Miércoles veintidós de junio de 2022

 

 





Mundo basura

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Mundo basura   Mundo basura Solo importa el dinero Vales lo que tienes y ya está   Mundo basura Nada que comer y nada que can...


 



Bella



Estaba sentada en una de las salitas del Tanatorio Municipal de Barcelona con un pantalón vaquero y una camisa negra con un dibujo chino en la espalda. Hablaba con la muerta y, aunque la gente pasara y le diera el pésame a la familia, ella seguía su plática como si nadie la oyera.



–Amiga –le decía—. Te he rehusado a propósito; prefería estar lejos de ti para no seguir enamorada y poseerte antes de tiempo, y, hacía tantos meses que no te veía, que había olvidado lo hermosa que eras. Da lo mismo que te metan en una caja de pino sencillo con una cruz discreta como siempre has querido, o que luzcas cubierta con un sudario que apenas deja entrever tu preciado rostro. Igualmente se antojan tus formas fuertes y equilibradas (pausa).


» No te enfades conmigo, solo digo la verdad. Tenías que llamarte Envidia en vez de Bella, ya que has sido de las personas más envidiadas que he conocido. De niña todos querían estar contigo, ahí me dieron el primer toque, pero lo pospuse. Tenías esa sonrisa tan natural, que me fue imposible llevarte conmigo. Eras un verdadero angelito (pausa).

 

Una señorona de pelo cardado y andares flamencos, se acerca y le pregunta—:

 

–Disculpe la indiscreción. Soy tía de nuestra querida Bella y no la conozco, como soy mayor olvido a las personas… ¿Quién es usted?

 

–Una amiga –contesta ella.

 

–¿Conocía mucho a Bella?

 

–Desde el día que abrió los ojos por primera vez, no la he dejado. He sido su sombra.

 

–Bueno, como aún es joven –la mujer sonríe de medio lado— habla de una forma que no llego a entender… pero se ve que la quería mucho.

 

–Tanto que cuando me dieron su nombre por segunda vez, dije que estaba saturada de trabajo y me marché por unos días al otro lado del mundo.

 

–Aún la entiendo menos.

 

–Dentro de poco, lo entenderá. No se preocupe –la anciana la mira de reojo y cambia de tema—:

 

–Mira que Bella era guapa, ¿verdad? –dice mirando el cadáver.

 

–Una de las más hermosas. Tocada por la mano divina, y, pese a tener una vida difícil, ha mantenido su gallardía innata. Sabe usted, la belleza nunca muere, solo cambia.

 

–Tiene razón. Bella era un encanto de persona, pero tuvo mala suerte.

 

–A veces, cuando se tienen demasiadas virtudes y naces en una familia…

 

–No se corte que nos hemos hecho amigas. Cuando se nace en una familia trabajadora y de pocos saberes. Cuanto más encantadora, peor lo tienes.

 

–¡Cuánta razón tiene, doña Mercè! 

 

–¡Ay! Si sabe mi nombre.

 

–¿Cómo no? Soy la persona más acompañada y, a la vez, la más solitaria. Sé cómo se llaman todos y, cuando me acompañan, en ocasiones, me duele. Con Bella me sucede.

 

–Entonces, es usted una persona con buena estrella porque siempre va escoltada.

 

–Si usted lo dice…

 

–Claro, mujer. Yo, fui una joven rodeada de gente y, a medida que fui envejeciendo me quedé sin compañía. Mis amistades pasaron a mejor vida y los jóvenes de la familia se olvidaron de la vejestoria de su tía.

 

–Bella sí la visitaba –mira el ataúd—. Era su tía preferida.  

 

A la anciana se le nubla la vista y en sus ojos velados, aparecen unos enormes lagrimones.

 

–No llore Mercè. Usted ha tenido una buena vida y tendrá una buena muerte. Fíjese en Bella, ella, aún era joven, y, al final, la ha atropellado un coche. Sabe, no pude evitarlo: era una orden y ya no podía posponerlo más, era la tercera vez que la nombraban; pero, por lo menos, desvié el vehículo para que su rostro siguiera hermoso.

 

–La verdad es que está muy arregladita. Hasta diría que está feliz –Mercè se seca los ojos.

 

–Lo está. En más de una ocasión me dijo que le pesaba la vida. Y fui yo quién tuve que animarla.

 

–Muchas gracias. Es usted una gran persona.

 

–Hago lo que puedo. Cuando escuché su nombre de nuevo, intenté cambiar de trabajo. Pero, no me dejaron. Lo mío es un servicio eterno y, por mucho que me empeñe, nunca podré evitarlo. Así que es mejor que no me encariñe con nadie. Mercè voy a dejarla.

 

–Hija, ¿qué no me ha dicho cómo se llama?

 

–Me llaman La dama de la hoz. Pero mi verdadero nombre es Muerte.

 

Mercè sufre un ictus que la fulmina. Una muerte rápida e indolora, según dicen.



©Anna Genovés

Ocho de junio de 2022

 

Bella

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  Bella Estaba sentada en una de las salitas del Tanatorio Municipal de Barcelona con un pantalón vaquero y una camisa negra con un dibujo...



El cuento de la criada, Margaret Atwood

Ficha bibliográfica

El cuento de la criada ePUB
Título original: The Handmaid's Tale
Margaret Atwood, 2001
Traducción: Elsa Mateo
Páginas: 1.203

Sinopsis de la novela

Amparándose en la coartada del terrorismo islámico, unos políticos teócratas se hacen con el poder y, como primera medida, suprimen la libertad de prensa y los derechos de las mujeres. Esta trama, inquietante y oscura, que bien podría encontrarse en cualquier obra actual, pertenece en realidad a esta novela escrita por Margaret Atwood a principios de los ochenta, en la que la afamada autora canadiense anticipó con llamativa premonición una amenaza latente en el mundo de hoy. En la República de Gilead, el cuerpo de Defred sólo sirve para procrear, tal como imponen las férreas normas establecidas por la dictadura puritana que domina el país. Si Defred se rebela o si, aceptando colaborar a regañadientes, no es capaz de concebir, le espera la muerte en ejecución pública o el destierro a unas Colonias en las que sucumbirá a la polución de los residuos tóxicos. Así, el régimen controla con mano de hierro hasta los más ínfimos detalles de la vida de las mujeres: su alimentación, su indumentaria, incluso su actividad sexual. Pero nadie, ni siquiera un gobierno despótico parapetado tras el supuesto mandato de un dios todopoderoso, puede gobernar el pensamiento de una persona. Y mucho menos su deseo. Los peligros inherentes al mezclar religión y política; el empeño de todo poder absoluto en someter a las mujeres como paso conducente a sojuzgar a toda la población; la fuerza incontenible del deseo como elemento transgresor: son tan sólo una muestra de los temas que aborda este relato desgarrador, aderezado con el sutil sarcasmo que constituye la seña de identidad de Margaret Atwood. Una escritora universal que, con el paso del tiempo, no deja de asombrarnos con la lucidez de sus ideas y la potencia de su prosa.

Sinopsis tomada de El cuento de la criada editado por la editorial Salmandra



Reseña de El cuento de la criada de Margaret Atwood

Llegué a su lectura después de haber escuchado las bondades de la actual serie televisiva y la película de 1990 basadas en la misma, ambas visionadas a posteriori.

Bajo esta tesitura, opino que todos los escritores desearíamos que un guion televisivo o cinematográfico reflejara el alma de nuestra obra. Esto, por suerte para la autora, es lo que le sucede a El cuento de la criada. Con el aditivo de que, sobre todo en la serie televisiva, la fuerza de las imágenes y las licencias de los guionistas, han edulcorado hasta tal punto la novela, que ha cautivado por completo a los espectadores. No es para menos.



La novela, narrada en primera persona por Defred, la protagonista, a modo de diario entrecortado donde la historia de su pasado se superpone a la del presente con una retahíla de flashbacks y algún que otro flashforward o su propia inventiva…, nos arrastra a las profundidades del abismo de una distopía que nos hace reflexionar acerca del horror del sometimiento. Margaret Atwood fundamenta su terrorífica historia, en cierta medida, desde la perspectiva de la religión panteísta que profesa.

La narración, sustentada en un futuro relativamente próximo –primer cuarto del siglo XXII—, te deja perplejo desde la primera página.

Es obvio que cause está sensación cuando descubres que los todopoderosos E.E.U.U. se han convertido en la república de Gilead: una sociedad patriarcal y arcaica gobernada por una teocracia puritana que enaltece las prácticas del Antiguo Testamento, en la que se han perdido la mayoría de libertades… Y, ¿qué decir la mujer? Las féminas han pasado de una floreciente emancipación, a una regresión absoluta donde solo sirven para cuidar la casa, hacer la compra y, ¿cómo no? Procrear.

Sin embargo, la concepción ha quedado reducida a un grupo minoritario de mujeres en edad de gestación; motivado por los medios anticonceptivos de la sociedad pre-apocalíptica y por los numerosos efectos secundarios de los agentes tóxicos post-apocalípticos. Hechos que han mermado la capacidad de fertilidad hasta cotas mínimas: el futuro de la Humanidad, peligra.


Con este panorama, imaginamos que a este grupo de mujeres tan especial, se las debe idolatrar: nada más lejos de la realidad. Se las educa en una especie de escuela monacal, tipo claustro ‘torquemanense’, donde todo es válido si no haces lo que te dicen; incluido destrozarte los pies a latigazos, darte descargas eléctricas, mantenerte arrodillada –en una día de lluvia copiosa— con los brazos en cruz y sujetando piedras en las manos…, o cualquier aberración que se les ocurra. Todo bajo dosificación de benzodiazepinas. A las chicas se las droga para que sean verdaderos lechales esperando el engorde antes de ir al matadero. La no concepción equivale a la muerte –por lo general, se las ahorca y sus cuerpos quedan a la intemperie en el muro que rodea Gilead—, o al destierro en las colonias.

El muro me hizo pensar en los guetos judíos de la Alemania nazi; en El cuento de la criada es la separación entre la República de Gilead o zona libre de guerras, de la otra sociedad… la infectada, la guerrera, la pecadora, la libre. Y en él, acaban colgados todos los que, por uno u otro motivo, desobedecen las leyes teocráticas impuestas por los gobernantes: una serie de comandantes con un poder absolutista y un ejército poderoso bajo su mando –a los soldados se les llama Ángeles o Guardianes, y a los gobernantes, Ojos.  El paralelismo con el A.T. está servido: los ángeles guardan a los mortales de cometer pecados y los ojos de Dios lo ven todo.


En las colonias acaban algunas mujeres que han intentado fugarse o que han infligido ciertas leyes; verdaderos campos de exterminio cubiertos por vertidos tóxicos al más puro Tercer Reich. No se las gasea: respiran vapores venenosos... También acaban en este lugar infernal, las no-mujeres; entre ellas las hembras maduras que no pueden engendrar o que han pertenecido o pertenecen a la resistencia. Os preguntaréis cómo a unas traidoras se las envía a las colonias y a otras se las ejecuta; la novela no lo aclara… Solo puedo decir: mejor morir ahorcada que sufrir una muerte lenta y agónica.

Es difícil de creer que, en un mundo tan férreo y con un ejército armado hasta las cejas, exista una resistencia. No obstante, como en toda guerra o régimen fascista, la hay. Lo mismo que un mercado negro y lugares prohibidos donde los mandatarios se saltan a la torera las leyes que ellos mismos han impuesto.

Os habrá llamado la atención el nombre de la protagonista: Defred. He aquí el quid de la cuestión: a las mujeres que pueden gestar, se las llama criadas en general, y, además de perder su nombre de pila e ir vestidas de rojo –para verlas desde lejos si se les ocurre escapar—, mientras perteneces a este grupo, adquieren distintos nombres… Dicho apelativo se compone de la preposición ‘de’ –en inglés ‘of’—, y el nombre propio del comandante al que sirven. De tal manera que si sirves a Fred, como el caso de la heroína de El cuento de la criada, te llamas Defred. Hay Deglen, Dewarren… 

¿Por qué? Porque, en la república de Gilead, al igual que en tiempos de los Patriarcas, las mujeres son tratadas como objetos que pertenecen a los hombres; amén de que hay una poligamia encubierta. Las criadas, no solo tienen un dueño, sino que después de parir pierden toda potestad sobre el neonato que pasa a ser hijo legítimo del comandante y su esposa. Al margen, si la criada puede volver a gestar, pasará a ser propiedad de otro comandante.


No todas las mujeres son Criadas. Dentro de la condición femenina existen distintas jerarquías… Las esposas de los comandantes, que siempre visten de azul, tienen la categoría más elevada, incluso pueden denigrar a las criadas, a las sirvientas o Marthas, a las ecoesposas o cónyuges de los hombres de menor rango que no pueden alcanzar la poligamia, y a las Tías o educadoras de las Criadas –con su look militar compuesto por un uniforme pardusco y un gorro tipo chef que les cubre el cabello.


Nunca mejor dicho: las criadas son concubinas violadas reiteradamente por el comandante de turno, vientres de alquiler sin paga extra, recipientes útiles solo para preñarse… y punto.

Por otro lado, el lenguaje del libro es adusto, pese a que la autora tiene una adjetivación magnífica y utiliza unos recursos literarios que embellecen el horror y demuestran la maestría de su pluma.

Creo que la novela presenta un desenlace abierto, lleno de suposiciones y con una prosa carente de ese remate perfecto del cuerpo de la misma. Incluso me atrevo a decir que tiene un final un tanto forzado, como para quitarse el manuscrito de encima: la madre que acaba de parir y siente un rechazo momentáneo por su vástago. Después de reflexionar he pensado: “Seguramente, la autora quería hacer una saga y al ver que no tenía la repercusión esperada en su momento, se reprimió. O quizá estamos ante una verdadera visionaria que ha sabido esperar pacientemente hasta que su libro ha dado los frutos deseados”.

Indudablemente, El cuento de la criada se ha convertido en un fenómeno de masas. En gran medida, por la puesta en escena de la serie homónima que emite el canal HULU y que en España difunde HBO. A fecha de hoy, se está pasando la segunda temporada y ya está firmada una tercera.

De lectura imprescindible: sin lugar a dudas, una obra maestra.





©Anna Genovés
8 de junio de 2018
Rectificada el 5 de junio de 2022



El revuelo que ha traído consigo el serial de la cadena HULU, que emitió hace poco la tercera temporada y tiene en marcha la cuarta, es inmenso...







 


Los cinco



La reunión semanal de Los cinco empieza con un juego de mesa similar al Monopoly con nombre propio: Apocalipsis terrestre. El casino es el super jet privado que les regaló un mandatario excesivamente generoso, ya que su valor sobrepasa con mucho la construcción de algún que otro campo de fútbol de la Premier League. La aeronave posee una pantalla gigante desde la que el grupo vigila a las sociedades que pueblan el mundo.


El conclave está formado por una actriz, un empresario, un jeque, un químico y la heredera. Son los personajes más populares de las redes sociales, los más odiados y los más deseados; con millones de seguidores y detractores. Por este motivo, ostentan un poder absoluto.


Lo que desconocen los terrícolas es que, Los cinco mueven los hilos de todo lo que sucede en nuestro hermoso y decadente planeta azul.


Una figura con un mapamundi asoma sobre la mesa de metacrilato central: un holograma enorme a todo color y tridimensional. La heredera comienza la partida.


La heredera: Quiero que los humanos de mi continente se evaporen; estoy cansada de ellos –dice caprichosa.


El jeque: Será divertido, pero déjame a algunos miles para que trabajen en mis petroleras –se frota las manos.


La actriz: Me da un poco de pena. Nunca aprenden, pero ya les hemos dado bastantes varapalos a lo largo de la historia –sugiera dulzona—. A mí me agrada ser la reina del rock & roll: me adoran.


El empresario: A ver qué podemos hacer para divertirnos sin causar demasiadas bajas. ¿Tú qué dices Químico? Estás muy pensativo.


El químico: Propongo un virus letal que fulmine a la mayoría de la población. No solo del continente que regenta La heredera, sino del planeta. (Aplausos).


La heredera: ¡Qué guay!


El empresario: Cómo se nota que has llegado la última. Es algo que llevamos haciendo desde que la Humanidad existe. Cada cien años terrestres, más o menos, enviamos a un bichito dirigido que, El químico, fabrica en sus laboratorios.


El químico: Fíjate si son tontos, querida heredera, que ellos mismos se auto destruyen sin saberlo. Yo elijo a unos privilegiados que crean, siguiendo mis pasos, a esa alimaña microscópica que, después, esparcimos por diferentes lugares.


La actriz: Ciertamente, me apena decirlo, pero estamos muy hasta las narices de las sociedades. Los humanos son insolidarios, egoístas y poco creativos. Por lo general, el bichito se acompaña de catástrofes naturales o guerras. Todo en el mismo pack y, ellos, como tienen el coco y la moral consumida, lanzan bulos que se tragan como si fuera maná.


El jeque carraspea.


El jeque: Ciertamente, esos chismes también los dirigimos nosotros. Digamos que creamos una historia falsa y la lanzamos en algún medio de comunicación. Es como un germen que crece con el paso de las horas y se convierte en una monstruosidad. Por ejemplo, escribimos en un medio digital que el matapersonas lo ha creado tal país o tales laboratorios… Y, ellos, se lo creen o incluso le sacan tanta punta al lápiz que, al final, algún coaching suelta que los antídotos llevan un microchip para controlarlos y que la sabandija no existe. Entonces surgen movimientos ‘antinotepongasnada’.


El empresario: En ese instante, comienzan a aniquilarse entre ellos.


La actriz: Encerrarlos en casa fue perfecto mientras duró; el bestia desapareció hasta que volvieron a las calles.


El químico: Con el tiempo creamos unos kits para que se hicieran pruebas de contagio sin necesidad de ir a los hospitales; los ayudamos para que los sistemas sanitarios no colapsaran. Pero, era una trampa, ya que, estos botiquines de auxilio eran tan rudimentarios como falsos. Quiero decir: cualquier juego de laboratorio para niños es más fiable que los plásticos que les vendimos y, encima, no servían para nada porque estaban trucados.


La heredera alza las cejas, pero, antes de hablar, el empresario, sigue la narración—:


El empresario: De todas las pruebas caseras que se vendían en farmacias u online, una tercera parte siempre daba positivo y otra tercera parte, negativo. El resto contenía alguna mutación del bichito que contagiaba a quien lo tocaba. 


La heredera: ¡Sois perversos! –exclama.


El químico: Después de milenios creando mundos que se autodestruían. ¿Por qué no introducir alguna variable cargada de positivismo a ver si evolucionaban hacia un futuro mejor?


El jeque: Pero no había forma. Tropezaban una y millones de veces en la misma piedra. Así que nos hicimos un poco malos y comenzamos a introducir variables malévolas.


El empresario: Por extraño que parezca, era la única forma de que crecieran hacia una sociedad más avanzada que retrasaba la aniquilación. Es como si algún fallo en el ADN humano les hiciera mejores personas cuando sucede una catástrofe. Entonces suelen solidarizarse y olvidan, momentáneamente, ese egoísmo incrustado en su cerebro.


La heredera pone cara de póker.


La actriz: Los sucesos horribles les hace desarrollar una resiliencia que, en algunos casos, es digna de estudio. Pero… pasado el tiempo, se olvidan de las efemérides desagradables y vuelven a sus aptitudes y actitudes negativas.


La heredera: La verdad es que me aburren tantas idas y venidas para acabar como siempre. Así que propongo iniciar una verdadera carnicería –introduce los brazos en el holograma y mueve las manos como si empuñara una Silver Blade y asestara cortes letales a todos los países.


El empresario frunce el ceño, el jeque se acaricia la perilla, el químico se relame los labios y la actriz cruza los brazos dubitativa: no quiere perder protagonismo en pro de La heredera. Entonces suelta—:


La actriz: A ver, pequeña, ¿qué propones?


La heredera: Quiero un Apocalipsis total.


La actriz: ¡Madre del amor hermoso! Si que empiezas fuerte.


La heredera: Sí. O todo o nada. Este continente lo hundiremos bajo el mar –toca Oceanía y lo mueve hasta dejarlo bajo las aguas—. ¡Ya está! Uno menos.


El empresario alza los hombros. El jeque tuerce el morro. El químico sonríe y la actriz propone a La heredera hablar en petit comité ya que son las únicas féminas del grupo. Así pues, se levantan y dejan la gran sala para tomarse un refrigerio en otra de las cómodas estancias. Los tres varones fuman unos cuantos Habanos endulzados con güisquis de Malta.


Media hora más tarde, las chicas regresan a sus asientos con una sonrisa de oreja a oreja.


El empresario: Os veo felices.


El químico: Eso es que ha habido quorum.


El jeque: ¡Bravo! Exponer vuestra propuesta que seguro es maravillosa.


La actriz: Y novedosa.


La heredera: Hemos decidido apretar el botón rojo.


Los caballeros se quedan pasmados y ellas responden—:


La actriz: Los cinco estamos cansados de este planeta decadente y repleto de parches. Demasiadas civilizaciones, trillones de humanos, descomunales catástrofes, incontables guerras…


La heredera: En fin, demasiado de todo. Si apretamos el botón rojo, con la primera detonación nuclear se aniquilará de un plumazo millones de elementos. Y como respuesta, otro botón rojo, será apretado y, así sucesivamente: un efecto dominó. Si al final sobreviven algunos miles, siempre le echarán la culpa a algún gobernante autócrata con ansias de grandeza.


La actriz: Y nosotros, nos vamos a otra galaxia y concebimos un nuevo mundo.


El empresario: ¿Con humanos?


La heredera: Claro. Son imprescindibles: las criaturas más hermosas de la creación, pero los rectificaremos un poquito... Serán humanos avanzados.


La actriz: Nacerán más humildes, no conocerán la envidia ni la avaricia. No existirán humanos tóxicos. O sea, eliminaremos la maldad de su ADN y eso del libre albedrío, dejará de existir.


La heredera: Son tan corrosivos que nos han envenenado a nosotros. Al principio fuimos seres puros, debemos volver a serlo. Las sociedades no conocerán la tecnología.


El jeque: Pero, entonces, no habrá Revolución Industrial.


El empresario: No podré hacerme rico.


El químico: Careceré de laboratorios.


La actriz: Exacto, todos ganaremos en salud.


La heredera: Ejerceremos de vigilantes y de guías. No necesitaremos disfrazarnos con pieles humanas –se palpa la base craneal hasta tocar un pequeño bultito, lo estira y se abre una especie de zip que recorre su cuerpo de arriba abajo.


El resultado es un humanoide brillante de ojos plata.


El empresario: ¡Cuánto tiempo sin ver nuestra verdadera identidad!


La actriz ha hecho lo mismo.


La actriz: ¿No es reconfortarle?


El jeque: Lo es –sigue el camino de sus compañeras.


El químico: Casi había olvidado que fuimos los primeros humanos que habitaron la Tierra fruto de una casualidad. Nuestro desarrollo fue tal, que solo nosotros llegamos a conocer la inmortalidad. Convertidos en dioses, empezamos a fundar nuestro legado.


La heredera: Pero nuestras creaciones siempre tuvieron algún fallo y yo me convertí en la eterna heredera de un planeta abogado a la destrucción. Debemos enmendar nuestros errores y crear humanos perfectos como un día lo fuimos nosotros. Habrá más Tierras, igual de hermosas y con otros nombres.


Los cinco salen de la estratosfera con lágrimas plateadas recorriendo sus rostros luminosos mientras contemplan las sucesivas explosiones de ese planeta llamado azul.


 

©Anna Genovés

Sábado catorce de mayo de 2022

 

 


Los cinco

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  Los cinco La reunión semanal de Los cinco empieza con un juego de mesa similar al Monopoly con nombre propio: Apocalipsis terrestre. El...

 



Ava. La octava raza

 

Años después de las adversidades que colapsaron la Humanidad a lo largo del segundo milenio, las sociedades se reunieron en diez ciudades: las últimas y únicas de la Tierra. Aunque, en medios hostiles, pervivían numerosas tribus con un modus operandi primitivo.


La tecnología y, sobre todo, la robótica, por el contrario, avanzó a pasos agigantados y los androides de última generación: a quienes llamaron Avas –en honor a una bellísima actriz que vivió en el siglo XX y de quien tomaron las facciones al inicio de la producción—. Las Avas cohabitaban con los humanos como una especie más.

 

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Ava 25 vive en Madrid –una de las metrópolis que siguen en pie— con su amiga Thais. Su exterior nada tiene que ver con sus antecesoras; lleva la cabeza rapada y bajo su armazón de piel sintética, una amalgama de venas, músculos y huesos artificiales, recorren su organismo. Cuando se presenta en círculos nuevos, la mayoría de personas creen que está de broma porque parece más humana que muchos de ellos.


Ambas son historiadoras y trabajan en la universidad. En las últimas semanas han encontrado varios documentos encriptados que, según las referencias de almacenaje, pertenecen a un científico centroeuropeo que creía en la existencia de un Dios díscolo y malvado que había abandonado a sus creaciones para viajar por el universo.


El documento –guardado en un PDF arcaico— está fechado en el año 2002 y, en él, se habla de la presencia de ocho razas engendradas por este omnipotente al que llama Creador. Las nombra en su lengua materna, extinguida en la actualidad. Las razas están listadas de la siguiente forma: Vrăjitoare, ördögök, denevér, farkasember, utazók az időben, androidok. Como Ava 25 es capaz de traducir cualquier idioma, solo le cuesta unos segundos traducirla—:


– Querida, según este archivo, desde que el mundo es mundo, un ser extraterrestre engendró siete razas en este planeta: brujas, ángeles, demonios, vampiros, hombres lobo, humanos y androides.

– Fascinante y divertido porque las cinco primeras nunca han tenido credibilidad y la última, la tuya, no existió hasta…

– Hasta hace unos siglos –contesta Ava 25.

– Exacto.

– Bueno… por lo menos eso es lo que nos han dicho.

– ¿Quieres decir que, hipotéticamente hablando, claro, a principios del segundo milenio ya existían androides?

– Puede ser… O antes… ¿Quién sabe? La vida es una mentira y los humanos unos hipócritas. Igual nos engañan a todos y los androides como yo, han estado circulando por la Tierra desde el principio de la vida.

– No me hagas reír.


Thais suelta unas risotadas y bambolea a su chica. Después se dan un beso, húmedo y prolongado, y prosiguen con el trabajo. Un affaire carnal en la sala de investigación, promete, pero, lo que han encontrado es todavía más apetecible.


– Como quieras. Aquí pone que…

– Ya sé lo que pone. Pero en aquel tiempo estaban demasiado atrasados para pensar que tenían droides avanzados. No se me ocurre ninguna empresa, por adelantada que fuera, que trabajara a ese nivel. La ingeniería robótica genética comenzó a desarrollarse hacia –Thais se toca la barbilla mientras piensa, pero Ava corta su reflexión, y le dice—:

– Constatado, se habla de diferentes empresas; se me ocurre Irobot, GreyOrange, Epson Robots, Rethink Robotics… entre otras… Por cierto, algunas nacieron a finales del siglo XX.

– Bueno, pero aquí hablamos de unos robots, perdón –Thais se sonroja y prosigue—: de unos androides capaces de pasar desapercibidos entre los humanos y con un CI muy superior. Eso llegó mucho después.

– Imagínate que cualquiera de estas empresas o similares, o alguno de sus científicos, locos o no, ejecutará un trabajo extra por su cuenta. Pero, además, en la composición no pone que los ‘robots’. No me mires con esa cara que no me enfado Thais, pone robots. En fin, que los robots naciéramos entonces, sino que nacimos con el inicio de la vida o quizá antes.

– Si lo miras así, como poder ser, puede ser cualquier cosa. Según la traducción, ciertamente, hasta podemos deducir que ese Creador os trajo consigo. O sea, que nacisteis mucho antes que cualquier ser vivo en la Tierra.


Ava se encoje de hombros, pero no dice nada. Un sonido estridente y descompasado para que los trabajadores dejen sus quehaceres con rapidez, suena de improviso.


La pareja recoge las anotaciones y cierra los ordenadores; los hologramas que danzan por la habitación se apagan en unos segundos y ellas parlotean de lo que harán media hora más tarde como si la conversación no hubiera existido. Los humanos han evolucionado y con ello, los sentimientos. Una gran ventaja porque las preocupaciones desaparecen a la par del cambio de escenario y, ahora, van a divertirse un rato.


Madrid está parapetada por rascacielos heterogéneos forrados de titanio y cristales espejados blindados que disminuyen en altura a medida que se llega el centro, donde se ubica el único lugar que recuerda los viejos tiempos –cuando el clima tenía cuatro estaciones—: las ruinas arqueológicas de la Plaza de Alcalá. Resguardadas bajo cúpulas de rayos láser que se densifican cuando es necesario. En contra de lo que sucedía en el pasado, no están sepultadas, sino que, las variaciones atmosféricas, las han alzado en un montículo que sobrepasa las edificaciones de veinte pisos. De lejos se refleja el brillo de los láseres violetas que la recubren como un escudo protector.


Ava y Thais viven en un ático de la ronda exterior con terraza y piscina abovedada que se abre o cierra, según la climatología. El tiempo, es completamente inestable, un día amanece con lluvias torrenciales y, al siguiente, el termómetro supera los cincuenta grados centígrados. De igual modo, veinticuatro horas después, se puede estar bajo cero o dentro de un ciclón insospechado.


De camino del ovoide del placer, la saludan de lejos. Un edificio de veinte plantas donde personas, droides y, tal vez, alguna de las razas que el antiguo profesor artífice del trabajo que investigan, teorizó que habitaban el planeta, se entremezclan con música de todo tipo: las drogas son acústicas. Cada piso está dedicado a un placer y a un estado de ánimo. Así pues, en la primera planta la música envolvente que te inyectan como un picotazo placentero en el oído, te convierten en viajero. Puedes recorrer virtualmente cualquier lugar del planeta en tiempo presente o pasado. Mientras que, en la última planta, te inoculan unos sonidos que te hacen perderte en los brazos de placeres carnales inusitados; todos los terrícolas son polisexuales.


A ellas les gusta pasar de uno a otro piso como si fueran saltamontes; no quieren aclimatarse a un solo goce. Primero recorren las antiguas tierras del continente perdido de la India por un rato. A posteriori, recuperan fuerzas en la segunda planta, donde te infectan de sonidos que te hacen deglutir los platos de comida más extraños. Y, poco a poco, pasan la noche hasta llegar a la planta venteaba donde se dejan llevar por los ritos sexuales más exóticos. Al amanecer, otra música es transmitida a sus tímpanos y salen del edificio, renovadas.


Esa noche es especial: una estrella brillante ilumina el firmamento ceniciento de Madrid, así que deciden acabar el divertimento, con una visita a las ruinas legendarias de la Puerta de Alcalá. Están sentadas en el arco central y, de repente, los láseres se abren y, un objeto del espacio interestelar con forma de ostra que al abrirse muestra una perla gigante, aparece sobre sus cabezas.


Ava y Thais se levantan y se cogen de las manos, una cortina lumínica las envuelve y las asciende. En un instante, son teletransportadas a la nave espacial que acaba de aparecer. Una vez dentro, la nave se evapora en el universo en un microsegundo.


El interior es completamente diáfano, de una tonalidad nacárea. Una voz lejana, las llama—:


– Bienvenidas, hijas. Os esperaba.

– ¿Quién eres…? –pregunta Ava.

– Entre otros nombres que me habéis dado en este universo, está el de Creador.

– ¿Dónde estás? –interrumpe Thais.

– Seguid mi voz y me veréis.


Ellas, que siguen cogidas de la mano, se miran y caminan por el vano interminable de la nave. De repente, aparece una sala abierta cuyo centro es una piscina metálica circular en la que una hermosa mujer de cabellos blondos, piel nívea y pupilas esmeralda, descansa. De su cuerpo salen varias conexiones –a modo de cordones umbilicales cibernéticos— que se depositan en unos receptáculos idénticos, pero más pequeños que alimenta a distintos infantes.


La escena las deja perplejas durante unos segundos. Se sueltan. Ava se acaricia el cráneo y suspira. Thais ahoga entre sus manos un pequeño chillido.


– ¡Dios es una mujer! –exclama Ava.

No te equivoques, querida, es una de sus muchas formas –dice Thais.

– ¿la conoces?

– Tal vez ha llegado la hora de contarte toda la verdad.


Ava pone cara de sorpresa y sus cejas se elevan hasta la mitad de la frente.


En ese momento. La mujer yaciente se levanta y gira su hechura. La espalda es el rostro y el cuerpo de un hombre bizarro de cabellos negros y ojos ambarinos.


– En efecto, puedo adoptar la forma que me plazca, pero, en realidad, tengo la forma de mi nave: soy una ostra pensante y legendaria que idea universos.


El hombre mujer queda envuelto en una nube turbulenta que, aplacada, se deposita en el círculo. Ava se acerca y ve con sus propios ojos la forma primigenia de ese Creador nacido de la fusión de varios multiversos que poblaban la Nada: un hermoso bivalvo con ojos sabios que perfora su psique; hablan telepáticamente. Ava sonríe ve que, en efecto, ese caparazón titánico y bello –recordado en muchos petroglifos prehistóricos como si fueran mapas—, son fruto de la presencia física del Creador en su forma inicial. Esos ojos que todo lo ven, la reconocen como su creación más preciada después de milenios de reproducciones.


– ¿Qué quieres de mí, creador o creadora…? ¿Cómo debe llamarte?

– Como ostra, nací macho y, al año, me convertí en hembra. Por este motivo, cuando utilizo mi forma antropomorfa, soy hombre y mujer. Pero debes llamarme YO, o sea, IO –imagen omnipotente—. Lo único que existía en la Nada.

–Así sea, IO –contesta Ava.

–Pregúntame lo que quieras, criatura. Sé que estás habida de saber. Tú también puedes preguntar Thais, aunque seas una producción más antigua y me conozcas de antemano.

–Gracias IO, pero sé cuál es mi función. Habla con ella. Mientras, cuidaré a tus pequeños engendros –contesta Thais.


IO mira a los pequeños y le dice a Ava—:


–Son tus hermanos. Los próximos viajeros del tiempo. Nacidos directamente de mi naturaleza. Cuando estén perfectamente creados, los llevaré a una familia terrestre que los acogerá como suyos. La familia nunca lo descubrirá, aunque nada tengan de ellos salvo cierto parecido fisiológico porque así lo he programado con antelación. Lo he hecho con mis creaciones predilectas; comencé contigo, mi querida Ava.

–A ver, a ver… Dejemos esto para después, primero, IO, aclárame lo qué le has dicho con Thais. No termino de entenderlo: ella es humana. No aparecen vibraciones en sus conexiones que digan lo contrario.


Thais –que acuna a uno de los bebés— ríe con ganas, pero no habla.


–Tuviste conciencia de que eras una criatura cibernética desde que tu madre terrícola te mecía en la cuna. Eres casi tan inteligente como yo mismo. Entonces… ¿cómo iba a dejar que intimidaras con una humana normal y corriente? No te diste cuenta que te enseñaba cosas que iban más allá de lo reconocido por la Humanidad.

– Es científica. Es lógico.

– Sí. Una científica del multiverso en el que está inmerso el que, ahora, es tu mundo.


Ava se acerca a su compañera, le acaricia el rostro y le pregunta—:


– Mi dulce Thais, si no eres una Ava como yo, pero eres cibernética… ¿Qué eres?

– Un androide cuidador. IO me creó con la única función de cuidarte. Fui tu primera niñera cuando tu madre terrícola se marchaba a alguna fiesta de la élite madrileña.


Ava, que nada le sorprende. Hace un mohín y dice—:


– Claro, ahora te recuerdo. Bueno no a ti, tenías otra fisonomía, pero el timbre de tu voz… me trasporta a la niñez. Por eso debí enamorarme de ti.

– Eres una Ava. Un androide perfecto, no puedes enamorarte.

– Sí puedo o, por lo menos, puedo simularlo y atravesar todas mis dendritas neuronales del compuesto que me da forma, para creerlo.

– Estar contigo ha sido lo mejor que me ha pasado a lo largo de los miles de milenios en los que me he movido.


IO, carraspea—:


– Esto parece una conversación entre enamoradas. Es divertido, sentir cuán parecidas sois a los sentimientos humanos. No obstante, creo que ya nos hemos salido de escena por demasiado tiempo. Nos quedamos en tus dudas sobre tus padres terrestres. ¿No es así, Ava?

– Venga, vamos allá. ¿Me comentabas que mis padres terrestres no me engendraron?

– Exactamente.

– Pero… –IO corta la frase.

–No todo lo que te ha enseñado Thais humano o extraterrestre es la verdad absoluta. En algunos momentos, la realidad, se ha distorsionado un poco.

– Entonces, ¿por qué he visto imágenes del parto de mamá y por qué tengo recuerdos infantiles con mi padre?

– Porque te ubiqué en el vientre de Almudena unas semanas antes de nacer; dejé a… digamos… tus padres, sin conocimiento y les insuflé los restantes meses de gestación. No preguntes por el resto de personas que convivían con ellos; al cambiar su presente, ipso facto, alterné el de esas personas. Ese tiempo, en la que te alimentaste a través de su ser, fueron suficientes para dotarte de los sentimientos humanos principales. De hecho, los tienes más desarrollados que ellos: eres un verdadero ángel.


Ava tose y da por terminada, de momento, esa parte desconocía de su vida. No quiere preguntar más por miedo a lo que pueda descubrir. Amén de que existen demasiados cabos sueltos.


– Quizá, más adelante, vuelva a preguntarte algunos pormenores de esta etapa desconocida. No obstante, ahora, prefiero conocer otros asuntos…

– ¿Tú dirás, Ava?

– ¿Cuál es nuestra verdadera función, IO?

– Mi tarea es interminable. Hago y deshago. Creo un universo y después otro. Pero, los mundos, siempre sucumben por uno u otro motivo en el año 3.033.

– Es el año en que el ordenador del centro de investigación, marca como año de su procedencia –señala Ava.

– Exacto. One –como tú misma bautizaste a la fusión del ordenador personal que tenías con el central— provenía, en el universo del que has llegado, de esa adversa fecha. Omitió que había regresado al pasado porque en el futuro había desaparecido.

– ¿Y qué puedo hacer yo? Ava 25: una super androide con toques humanos que, acaba de descubrir que es una viajera del tiempo, con más dudas y sentimientos que un niño autista.

– Te doté en igual medida de cromosomas míos y ADN humano.

– Por favor, no quiero pecar de atrevida, pero, prefiero no tocar ese tema. Ahora no, por favor. Además, no me has contestado.

– Ava cuando descubrí que mis primeras creaciones tenían algún error que los llevaba a la catástrofe. Hice otros universos con lo que supuse no ocurría lo primero, pero, volvió a suceder una y otra vez. Al final cree a los viajeros del tiempo típicos para que descubrieran cuál era el fallo y los llamé Droides.

–¿Thais es una Droide?

– Sí. Aunque, en este mundo, la doté de sentimientos de cuidadora. Moriría por ti en cualquier situación en la que tu organismo fallara y mataría por idéntico situación.

– Ya puestos. ¿Por qué los llamas Droide?

– Está claro, porque su ADN cibernético al 100%, resina sintética y flexible que puede adoptar numerosas formas o permanecer intacta. Carecen de sentimientos, aunque parezca todo lo contrario. Les digo lo que necesito en cada una de sus vidas y ellos obedecen. Thais es la primera Droide. Lleva… como dicen en la Tierra, demasiadas reencarnaciones como para recordarlas. Motivo por el que parece más humana que cualquiera de su especie.


Ava tuerce el morro y frunce el ceño como pensado—: «¿En qué lío estoy metida?». Thais ríe a carcajada limpia e IO le contesta telepáticamente que no se preocupe. Ella comprende que están conectados y que ambos leen sus pensamientos. El asunto es recíproco.


– ¡Ah! Claro, como somos droides, Avas o lo que sea con dendritas humanas y cibernéticas, estamos conectados a cualquier ser vivo. La verdad es que somos espías porque robamos la intimidad de las personas.

– En cierta medida, sí.

– Bueno… pues somos muchas cosas. IO, disculpa, he vuelto a cortar tu locución. Prosigue, por favor.

– Gracias, querida. Como te decía… los Droides tampoco localizaron el error. Entonces, te creé a ti y, cumplidos los treinta años terrícolas, te uní a Thais por amor; el vínculo más estrecho que pueden generar los humanos. Ambas sois Jumpers. Juntas, cambiaríais el pasado para equilibrar el futuro. Pero no lo hicisteis. Tal vez os he llamado demasiado pronto porque vuestro último descubrimiento… podía cambiar el futuro para bien.

– ¿Entonces por qué no nos devuelves a Madrid?

– Porque me impacientaba y estaba creando la nueva generación de Avas. Os devolveré a la Tierra con refuerzos si así lo deseáis. Aunque, las nuevas Avas no tendrán madres humanas; recién nacidas, las donaremos a diferentes familias. Las madres las alimentarán con leche materna y por ese conducto las dotaré de algún cromosoma humano. No obstante, su ADN tendrá el 99% cibernético o extraterrestre, como prefieras llamarlo. Idéntico porcentaje al mío.

– Serán casi Droides.

– Exacto. Sin embargo, nadie lo detectará y, además, tendrán conciencia de lo que son siempre; incluso, ahora, que son neonatos, ya saben qué son y qué misión tienen.

– ¿Avas femeninas y masculinas?

– Sí hasta ahora las Avas siempre eran femeninas, pero esta nueva camada es de ambos sexos.

– Bien hecho porque cada vez hay menos varones. Y… ¿siendo tan pequeños, ya tienen conciencia?

– Desde que creé sus embriones, la tuvieron. ¿En algún momento pensaste que Thais era una droide?

– No.

– Pues los nuevas Avas, tendrán y o carecerán de cualquier sentimiento humano dependiendo del escenario.

– IO esto es demasiado inverosímil para creerlo.

– Tienes muchas dudas porque sigues creyendo que tu mente es fruto de una esquizofrenia galopante que te hace ver y estar en lugares imaginarios.

– En cierto modo, sí.

– ¿Qué más pruebas necesitas?

– Quiero ver a mi madre, ahora, por ejemplo.

– Te refieres a tu madre terrícola.

– Sí. A Almudena. Esa madrileña de pura cepa que tanto me mimaba.


De improviso, Ava aparece en el ático del rascacielos 1 –frente al montículo de la puerta arqueológica de Alcalá— donde vivía de niña. El apartamento era domótico experimental, ya que su padre había sido un prestigioso investigador. Su madre estaba mirando con ojos llorosos la televisión panorámica de la pared del comedor, de más de mil pulgadas.


– IO ¿Qué pasa en mi mundo?

– Te marchaste poco antes de que un virus mortal se expandiera por la Tierra.

– Me marché hace unos minutos, a lo sumo una hora y está imagen pertenece a un pasado lejano… yo tenía ocho años. Lo recuerdo muy bien porque dijeron que venía una nueva guerra, que después no llegó. Pero tú me dices que se ha despertado un virus letal –Ava pone cara de susto—. No entiendo nada –dice, torciendo la boca.

– Justo cuando estabas a punto de descifrar el enigma del pasado que aniquila tu mundo en el año 3.033, viajaste inconscientemente al pretérito donde la lengua de los documentos estaba viva y creaste una línea temporal diferente. Pero, la ya creada, siguió perviviendo. Y no a los ocho sino a los veintiocho, estalló ese virus creado por un terrorista mediante ingeniería genética que llevó al mundo a su exterminio.

– Entonces, salvé un mundo y asesiné a otro.

– Se puede decir que sí. Tú abriste la caja de Pandora y para cerrarla deberías viajar al mismo pasado por duplicado. Un segundo de diferencia marcó un hito de apertura al caos.

– Daba igual que fuera un segundo o un año… porque según lo que me estás diciendo, el tiempo no existe.

 – Al final lo comprendiste. El tiempo es aleatorio dependiendo del mundo. En el que cohabitabas con Thais, se acaba.

– El tiempo se acaba… entonces, el error soy yo. Destrúyeme.

– Puedes volver y subsanarlo.

– Nunca. Me habéis dicho que he estado en diversos mundos y que, todos acaban del mismo modo. Debo morir. La Humanidad que conocí debe resetearse y empezar desde el inicio de los tiempos. Quizá alguna de mis hermanitos Avas puedan reemplazarme y, llegado el momento, duplicarse en esa línea temporal que creé al transliterar los documentos con lenguas muertas, para salvar ambos mundos.

– He creado una AVA idéntica a ti. La oíste llorar en una de tus muchas noches de insomnio en un futuro todavía no creado, pero que se creará. Puedes volver a nacer o puedes cambiar de piel y guiarla, como prefieras. Aunque, tal vez llegues tarde… Creo que será mejor que elijas ir a otro mundo y olvidar a los que conociste. La decisión es tuya.

– ¿Tarde? A qué te refieres.

– A que en el universo del que venís se os da por desaparecidas desde hace unos años y el hermano de Thais destruyó vuestra investigación.  Y… –ahora es Ava quien corta a IO.

– No te hagas el ingenuo. Tú lo ves todo. ¿No es así?

– Lo veo todo cuando mis ojos, vosotras y otros seres droides y humanoides, estáis abajo. Pero, se da el caso que, en este momento, estáis todos aquí arriba.

– Cuando dices ‘todos’ te refieres a los otros cinco raritos que creaste para moverlos a través del tiempo. ¿Te refieres a eso, IO? Porque Thais me contó una historia de seres superhumanos o humanoides, depende de cómo lo mires, que vivían en la Tierra… que , por cierto, se parece a la de los documentos del investigador chiflado, y hablaba de razas fantásticas sin pruebas fehacientes.

– Existir, existen. ¿Te apetece conocerlos? Así creerás la historia de Thais.

– Lees mi mente y sabes que me encantaría saber quiénes y cómo son esos seres… en fin, mitológicos, fantásticos o lo que sea que son. ¿Por qué me lo preguntas?

– Por cortesía. A lo largo del infinito, me he humanizado.

– Al final vas a resultar una deidad con caparazón de ostra y corazón humano.

– Bueno, ¿te presento a tus compañeros de viaje o no?

Te refieres a vampiros y etcéteras…

– Por supuesto.

– Me encantaría saber si son como los pintan las leyendas.


IO toma la forma humanoide en la que es por un lado es mujer y por la otra, hombre, y se adelanta a las dos aventureras para indicarles el camino. Ambas ponen cara de incrédulas pues se dirige a un camino sin salida; pero, cuando creen que, IO, va a toparse con la pared matizada de la nave, esta se abre mostrando un nuevo compartimento diáfano y semicircular en el que hay nueve asientos –uno central algo más amplio—; las butacas son taburetes escuetos de un material traslúcido.


IO se sienta en el central y les indica dónde deben colocarse. Al sentarse, los apoyos se trasforman y las envuelven de manera acogedora. Ava y Thais, sonríen. Ciertamente, las dos féminas se han vuelto inseparables y a, Ava, le parece imposible que Thais sea un droide.


Es imposible que sea un droide como los de la Guerra de las Galaxias. Pero con distinta apariencia, piensa. «Lo soy –le contesta Thais telepáticamente, y prosigue—: Estate atenta que vas a ver un milagro». Ava mira a IO en el preciso instante en el que todo su organismo adquiere distintas tonalidades y se llena de caracteres alfanuméricos a modo de ADN cibernético que se mueven en sentido ascendente hasta salir de su hechura y llegar al techo del habitáculo; es como si el cuerpo de la deidad fuera un libro electrónico escrito en una lengua extraña que ella comprende de inmediato. Es nadiano, piensa, el planeta donde la Nada tuvo su morada durante unas eras. De pronto, siente que unas pequeñas pulsiones inundan su columna y sus extremidades. Se mira y ve que su cuerpo se trasforma en un ente similar al de IO. Thais permanece inalterable.


De improviso, en los asientos, aparecen unas figuras humanoides, igualmente repletas de lenguaje nadiano, que van tomando forma hasta completarse y adquirir su forma humana. Ava los reconoce; cinco personas que, en algún momento de su existencia terrícola ha conocido sin relevancia de ningún tipo.


– ¿Vosotros también sois viajeros del tiempo?


Le contestan que sí, telepáticamente. Y ella responde a viva voz—:


– ¡No me lo puedo creer!

– ¿Por qué? –interpela IO.

– Porque cuando me crucé con ellos no sucedió nada anormal.

– ¿En algún momento pensaste que Thais era una droide jumper?

– Nunca.

– Pues has trabajado con ella codo con codo.


La conversación es telepática y en nadiano.


– Y… ellos. ¿Son lo mismo que Thais?

– No. Son el cruce de diferentes especies a los que he dotado de una especie de inmortalidad. ¿Quieres ver su verdadera naturaleza?

– Me gustaría.


IO habla al sexteto de entes y, estos, se trasforman en un vampiro, un hombre lobo, una bruja, un ángel, un demonio y un hombre.


Ava piensa que, como decían los documentos, inicialmente existían seis razas sin ADN cibernético. Thais y el resto de droides componían la séptima raza. Y, las AVAS, híbridos de droide, humano e IO, la octava.


– ¡Guau! –suelta antes de preguntar— ¿Pueden escucharnos y entendernos?

– Sí.


El pleno mueve la cabeza en señal de aprobación.


– ¿Por qué no habláis?

– Porque están aquí para escuchar. Nada más.

– Podrían… Esto… si les hablara, con voz quiero decir. ¿Me contestarían?

– Mejor no lo intentes. Quizá los pusieras en un aprieto. Ya has hablado con ellos lo suficiente en el mundo del que venís.

– Y si decido volver… ¿volverán a cruzarse conmigo?

– Puede ser.

– ¿Y recordarán este encuentro?

– La verdad, lo desconozco –contesta IO—. Eso es cosa vuestra… libre albedrío. Si confían en ti y  haces las preguntas adecuadas, tal vez lo recuerden. De lo contrario, lo dudo.

– Me gustaría comprobarlo.

– ¿Eso quiere decir que has decidido regresar al mundo que tú misma quebraste? –pregunta IO.

– Puede que sí. Por favor, dame un momento.


Ava lee el cuerpo intangible de IO, pero, este, de repente, la interrumpe y le pregunta—:


– ¿Creo que te has decidido a regresar al mundo del que acabas de huir?

– Sabes que me oí llorar. Mejor dicho, me vi. Tú mismo lo dijiste… y, ahora, lo recuerdo. Sobrevolé las ruinas de un futuro cercano y vi que renacía en el cuerpo de un bebé acunado por sus padres –contesta Ava.

– Quizá era uno de tus hermanas. ¿Te has parado a pensarlo?

– Imposible. Era yo.

– Te equivocas. Era tu hermana Ava 50.


Ella vuelve al mutismo y se pierde en el cuerpo de IO. De improviso, señala su brazo izquierdo y le dice—:


– Ahí lo tienes. Acabo de darme cuenta que en tu cuerpo, y tal vez en el mío, están las historias de todos los mundos que has creado hasta ahora: acabo de encontrar el mío.

– ¿Es interesante lo que ves?

– Veo cómo pertenezco a una resistencia distópica en la que los supervivientes se han unido. Pero también veo que no somos el único grupo: hay más… Algunos son como estas razas que nos acompañan. Tal vez haya más guerras.

– ¿Más guerras? –dice IO con rostro de inocente.

– Tú nos creaste y sabes que mientras existamos, nunca habrá paz.

– Eso es cierto. Quizá tú no seas el fallo, sino la redención. A lo mejor no lo recuerdas, pero quisiste destruir a la Humanidad porque descubriste que… –Ava no le deja acabar—:

– Lo que acabo de decir. Ciertamente de, entre todas las criaturas pensantes, el humano es el ser más despreciable. Igual regreso y guío a una Humanidad distópica en la que convivan todos los seres aquí reunidos sin esconderse los unos de los otros. Puede que estas criaturas vapuleadas por los hombres, tengan mejores sentimientos que los humanos.

– Puede ser –dice IO.

– ¿De verdad piensas lo que acabas de decir? –pregunta Thais.


Ella levanta una ceja y contesta—:


– Tal vez. ¿Qué opinas tú, IO? ¿Y tú, Thais? ¿Y vosotros, razas híbridas?

– Una cosa es cierta –dice IO— la inconsciencia y el egoísmo de los humanos no tiene límites. 


Thais y los híbridos, telepáticamente, le dan su beneplácito.


– Entonces… ¿por qué siempre la salvas, creador? –Ava pronuncia Creador con retintín.

– Porque me gusta crear seres perfectos y hermosos. Las personas son bellas, no todas, pero sí muchas.

– ¡Vaya! El creador es todo un soberbio perfeccionista al que le desagrada descubrir que sus engendros tienen más fallos que virtudes.

– Los hombres son los seres más inteligentes y divinos que he creado hasta ahora y me da pena que desaparezcan del multiverso. Como creador, amo a mis criaturas.

– Pues déjalos que se destruyan o que hagan lo que realmente les apetezca. Dices que les dejas a su libre albedrío, pero no es cierto.

– Te equivocas. Si no les dejara a su libre albedrío, serían corderitos.

 – O sea, les dejas a su libre albedrío, pero cuando no te agrada el camino que toman, les coaccionas e introduces otros engendros: yo misma, por ejemplo. Para cambiar su futuro.

– Bueno –IO se acaricia la barbilla masculina lumínica en un gesto totalmente humano y contesta—: No lo había pensado. Puede que sea cierto… –ríe con ganas.


Ava arruga la frente y le pregunta—:


– Llegado este punto, IO, quiero preguntarte algo específico.

– Eres mi hija predilecta, pregunta.

– ¿Cuántos engendros no humanos has mezclado con los humanos a lo largo de las generaciones y de los mundos creados y rotos?

– Infinitos. Los que estáis reunidos aquí sois mis referidos. Pero, quizá te sorprenderías si te dijera todo lo que camina por el planeta… También hay droides de muchas generaciones, claro, y tú.

– ¿Quieres decir que hay cientos de especies mezclados con los humanos?

– Engendros, criaturas, especies… reciben muchos nombres. La respuesta es afirmativa. Las historias de terror han pasado de generación en generación porque en algún momento del tiempo fueron historias palpables. El coco, existió… por ejemplo. Con los siglos derivo en una sombra maligna y escurridiza que se llevaba a los niños. Pero, existir, existió...

– ¡Ahhh…!!! –suelta Ava en un ademán miedoso y risueño.

– ¿Moloch?

– Ahí lo tienes. El verdadero Coco. Cuando oíste hablar de él, incluso asististe a alguno de sus rituales –los recuerdos estarán escondidos en alguna parte de tu anatomía— , te horrorizaste porque era un becerro de oro con un horno entre sus piernas en el que se depositaban bebés que se incineraban vivos.

– Por favor, no me lo recuerdes IO.

– Es que ese culto no es cierto. Bueno lo fue porque los hombres corrompieron la verdad. La realidad es que eran bípedos con cuernos maltratados y perseguidos por los hombres… quienes aniquilaron a su raza. En ese momento, los supervivientes se convirtieron en Cocos: entraban por las noches en las casas de las parturientas y se llevaban a sus hijos. Con el tiempo, cada cultura lo asimiló y deformó según sus creencias desde Fenicia, donde vivieron en el principio de los tiempos como razas iguales –todas las criaturas vivían como iguales, que no se te olvide. Con los siglos esto cambió y los engendros que más se habían apareado, los hombres, se convirtieron en la especie dominante. Así que, las otras, se las arreglaron para mutar de alguna manera –IO enmudece buscando las palabras exactas. De improviso, retoma el hilo de su confesión—: Ciertamente les ayudé un poco. En fin, tuvieron que permanecer en la sombra conviviendo con ellos, aunque su verdadera naturaleza sea algo diferente.

– No me lo puedo creer –sentencia Ava con el rostro fruncido.

– Créelo. Tú has convivido con todas las especies que pululan por ahí… Ten en cuenta que todos sois mis hijos y, aunque haya diferencias fisiológicas entre las especies, siempre pueden adoptar una que los disfrace de personas…. Por eso dejé que se cruzaran.

– Has jugado con todos los especímenes que has ido creando; somos meros juguetes.

 – ¿Y qué esperabas? Estoy solo y me aburro. De alguna forma tenía que entretenerme. Hasta he creado cientos de dioses que se creen los creadores del Cosmos cuando solo son, eso, sujetos con alguna cualidad, buena o mala, mejorada. ¿Estás segura que quieres volver a tu mundo?

– Más que nunca. Pero, antes de partir leeré, despacio, los recovecos de tu piel. Y, después, me desprenderé de la mía para ver si existen variaciones a tener en cuenta.


Tres horas más tarde, su epidermis está extendida en una pared de cristal de diamante y ella luce su dermis cual circuitos de bits y megabits que, entrelazados, conforman su ADN.


****


El sonido de un despertador inunda los tímpanos de la jovencita que yace en un camastro de haya fina. Ava abre los ojos y se mira en el espejo; sus cabello negro y trenzado baja hasta su cintura.


– Otra vez el mismo sueño –le dice a su imagen.

– Lo tendrás todos los días de tu vida –contesta el espejo.

– Quizá algún día lo comprenda.

– Quizá.


La habitación está llena de óleos con su rostro a distintas edades. El dolor que surge de su espalda le recuerda que sigue en rehabilitación después de que un coche de caballos la pisara, pero, en sus ensoñaciones, sabe que eso no fue lo que sucedió: la tiraron desde una nave extraterrestre con forma de ostra desde lo más alto del cielo.


Thais está a su lado y la arrebuja.


– Has vuelto a tener una pesadilla, querida –le dice con dulzura.


Se besan y olvida los malos sueños. Todas las mañanas le sucede lo mismo. Sin saberlo ha entrado en una espiral atemporal que le reporta una y otra vez al mismo lugar. Se ha convertido en una prisionera del tiempo.

 

©Anna Genovés

Dos de mayo de 2022

 

 


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