Metamorfia

Me contaron que en un ecosistema avanzado hacían experimentos con seres vivos. Puro estudio sobre la adaptación al medio.

Incrédulo busqué información en Internet hasta dar con numerosas revistas científicas e incluso tesinas sobre el mismo y, por supuesto, una magnífica Web. En ella estaban los datos necesarios para conocerlos. De inmediato, me puse en contacto con ellos vía email. Me parecía poco profesional enviarles un WhatsApp sin conocerlos.

Fueron tan amables que me invitaron a visitarlos pasados unos días. ¿Cómo iba a rechazar una proposición tan sugestiva? Reservé un billete en la primera lanzadera que partía hacia la cara oculta de la Luna donde se encontraba la primera base terrícola y esa urbe tan singular llamada Metamorfia.

Cuando llegué, descubrí que la cúpula de Metamorfia era la más nítida del universo y sus edificios los más impolutos; de titanio inmaculado, vanos trasparentes y helipuertos en diversas plantas. Sin embargo, en los laboratorios comprendí que la metrópolis era la extensión más avanzada de la Tierra.

Sus ensayos –pruebas genéticas entre diferentes especies vivas—, habían conseguido híbridos de todas las familias: peces con plumas, plantas con escamas, hombres con tres extremidades, insectos con piel nívea... Solo un animal se negaba a mutar: el águila. Por más que le cortaban las alas quirúrgicamente y la lanzaran al lago artificial con el fondo marino más hermoso jamás concebido.

Al principio, la reina de los cielos, nadaba e incluso buceaba como hembra o macho alfa, seguida por todos los habitantes de las aguas; incluso los escualos más voraces la adoraban y se comunicaba con ella. Sus plumas adquirían una apariencia membranosa que alimentaba la esperanza de los eruditos del proyecto. Pero, de repente, el aguirena –así quería bautizar a esta nueva especie— alzaba sus ojos agudos y brillantes hacia la bóveda celeste, y meditaba unos minutos o quizá unos días. Después, lloraba.

Acto seguido, dejaba de nadar. A continuación, ni comía ni bebía hasta morir. Su cuerpo flotaba sobre la capa acuosa trasladado por los entes marinos como en una procesión macabra. Todos lamentaban su pérdida. Su valentía.

En las necropsias, los científicos dictaminan que la muerte se debía al suicidio provocado por la inadaptación al medio; trastorno crónico de ansiedad generalizada.

¡Qué tontos! Pensaba yo -cuyo intelecto cibernético de MENTIS-3003 podía comunicarse con las aves- al leer los datos concluyentes del análisis. No saben que las águilas pueden adaptarse a cualquier situación por adversa que sea: supervivientes natas. Sin embargo, no desean vivir en el agua u en otro ambiente distinto al cielo donde pueden desplegar sus alas y volar soberanas; saben que libertad es lo más hermoso de la vida.

©Anna Genovés
1 de diciembre de 2018



Metamorfia

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