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2020 la realidad de la realidad

 

 



 




Dedicada a las víctimas de la covid19

 

 

No hay mayor agonía

que llevar una historia

no contada dentro de ti

 

Maya Angelou

 














 

2020 la realidad de la realidad




Introducción



Todo empezó un veintinueve de diciembre de 2019. Esperábamos a un amigo para merendar y, en el último momento, canceló la cita porque lo habían llamado del curro.



Bueno, nos dijimos, mi pariente y yo: «Nos comemos el choco y nos vamos a dar un buen paseo». Como él no está para muchos trotes pues es un enfermo crónico con múltiples patologías, la vuelta duró cincuenta minutos. Cuando entramos en casa, un olor terroso y enmohecido inundó nuestros olfatos; el ambiente estaba enrarecido. A medida que caminábamos por el largo pasillo, comprendimos que algo no iba bien.



¡Dios! Al entrar al comedor, el techo estaba en el suelo. Justo, donde estábamos antes de salir. Ese día comprendí que 2020 entraba del revés y que la vida nos había dado una segunda oportunidad. No quiero lamentarme de las semanas que pasamos malviviendo entre escombros y albañiles. Al final, el asunto se zanjó con el dinero que nos prestó un amigo para poder arreglar el desgraciado siniestro que, de haber ocurrido una hora antes, nos hubiera sepultado.





Claro, una, se hace la fuerte. Pero, el cabello empezó a caerse, adelgacé varios kilos, el insomnio y el miedo poblaron mis horas de una vigilia sudorosa en la que, mi única preocupación, era saber por qué nos habían sucedido tantas desgracias desde que vivíamos en esta finca de marras que tanto me agradaría dejar.



Está claro que pretendía seguir como si todo fuera maravilloso, aunque era una mierda. Cuando quisimos dar portazo al fatídico asunto, llegó la covid19. Un día antes de que el presidente del Gobierno decretara el estado de alarma y el confinamiento domiciliario, comencé a llevar mascarilla. Hoy ocho de diciembre del año en curso, hace nueve meses que salgo con ella hasta para recibir al repartidor de Amazon.  Desde entonces, la vida ha dado un giro de ciento ochenta grados hacia la decadencia y la tristeza por los que nos han dejado en esta guerra contra un enemigo invisible.



La primera semana de confinamiento estuve en estado de shock, aunque intentaba que no se me notara demasiado… Salía para hacer la compra y tirar la basura. Y, mi único enlace con la sociedad, el gimnasio, estaba desaparecido en combate. El octavo día, como ese octavo pasajero llamado Alíen, decidí escribir en el blog los sentimientos que albergaban mi mente y corroían mi cuerpo. No lo hice por intentar sacar una buena tajada de la trágica situación en la que nos encontrábamos, sino para solidarizarme con esos millones de personas que, como yo, lo estaban pasando más negro que el alquitrán fundido que empapela las calzadas.



Ahora, en honor a las víctimas de la covid19, he decidido recogerlo en un solo manuscrito en el que convivirán las partes que escribí en el diario que llamé Cuarenténico con diferentes situaciones inverosímiles sucedidas a lo largo de estos meses de desolación y los poemas que salieron de mis entrañas –los apartados están fechados—. Desconozco qué pensaré al acabarla. No obstante, siento la necesidad moral de hacerlo.



Comienzo con un poema post Fine Annus horribilis, seguido de los primeros versos prepandémicos. Tan dolientes como los acontecimientos que nos devoraban a pasos agigantados.

 














Melancolía

 


Esponja

río nevado

flor malsana

 


El mundo

se agota a tus pasos

y tú te derrites con asco

 


Eres una porquería

que camina

etérea y fina

 


Sin rumbo fijo

sin cuerpo ni alma

que mira

 


No sabes a dónde vas

no sabes

decir mentiras

 

 

Tus ojos lloran

sin lágrimas

tu cuerpo tirita


 

Tu mente es de celofán

y la muerte ríe tu pena

de cerca


 

Ríe porque sabe

que le perteneces

lo demás, es pura tiricia

 

domingo 5 de febrero de 2020











 


Castigo


 

las cadenas de los muertos

se arrastran

el camposanto las mira

sueño que se torna pesadilla

campanas que repican

sin llorona que maldiga

ni boca agradecida

 

 

vida ardua y marchita

una ola que se apaga

en la playa del destino

la fragua de vulcano

yunque de la muerte

hierro forjado al aire

mentiras que tiritan

 

 

mirada cansada

de una niña viva

ojos incautos

de una anciana podrida

el amor se ha extinguido

entre cipreses

y copas de vino tinto

 

 

humo de tabaco

pulmones negros

oxígeno denso que no se respira

bocanadas supurantes

oscura está la mañana

oscura está la vida

el cielo llora y la Tierra expía


sábado 29 de febrero 2020 













Diario cuarenténico - Día 8


Estamos en el octavo día de este encierro maldito en el que somos calcomanías de lo que fuimos...  La desidia iracunda –que hace mella en mi organismo—, me atrapa poco a poco. Me he levantado a las 10:30, o sea, he perreado más de la cuenta. Por la noche, antes de acostarme, me dije: «Comienza tu diario cuarenténico». Pero, no atisbo el momento oportuno.  Hoy, domingo 22 de marzo, voy a ello.



Sé que muchas personas harán lo mismo, es bueno leer los sentimientos –por lo menos eso dicen los psicólogos—. Yo lo hago porque me gusta escribir y punto.



En fin, seguiré mi rutina apocalíptica de reclusión por huevos y porque el puto coronavirus nos quiere fulminar a todos. Que se vaya a tomar por el orto que ya se ha cobrado demasiadas víctimas y las que habrán… A lo mejor mañana ya no estoy en este mundo. ¿O sí? ¿Qui le sait?



Mi partenaire es un enfermo coronario con cuatro bypass. Está dentro del grupo de alto riesgo; no puedo evitar devanarme los sesos pensando en lo que le puede pasar. Lo que nos puede pasar. ¿Qué más da? Voy a preparar el desayuno y lo despertaré para desayunar, pero de lejos. Me apetece darle un achuchón, aunque me reprimo –como todos.



Estoy que me subo por las paredes, así que voy a montarme una clase de fitness casera donde las mancuernas son botellas o garrafas de agua. Hecha. He acabado más sudada que un pollo. Así que cabalgo hacia la ducha: calentita y acogedora como un abrazo materno. ¡Mola! Reconozco que me hubiera quedado un buen rato bajo el chorro. Sin embargo, no lo he hecho: hay que gastar lo justo.



Me he tragado un bocado grande de este domingo gris y lacrimoso. La ropa tendida en el salón porque hay tanta humedad que, fuera, no se seca ni de coña. El paisaje decadente que atisbo desde la ventana, me recuerda las casas del siglo pasado o las calles de Nápoles donde la colada se cuelga en medio de las callejas. La sensación a jabón del XX y a casas humildes, me sosiega.



¡Ahhh…! ¡Qué bien! Hemos comido paella. La he comprado hecha; soy una cocinera pésima y no tengo la menor ganas de aprender a guisar. Tenemos un chiringo de comidas para llevar que sigue abierto y, cuenta con paga, nos sale más económico comprar la manduca que hacerla.



Mientras mi chico hace la siesta, me he tragado el capítulo quinto de la segunda temporada de Kingdom. Un pensamiento ha girado, incesantemente, por mi cabeza: «Asia es el futuro». Desconozco qué ha pasado más tarde, ¡ah! Ya lo recuerdo… las tareas domésticas devoraron el atardecer simplón y hastiado de esta española de a pie. Esto no puede ser. En vez de seguir la corrección de mi futura novela, he buscado gel hidro-alcohólico por la red. No puedo centrarme en SIAH: El Ojo de Dios. solo tengo ojos y oídos para la pandemia.



¡Joder! En Amazon pillé a un vendedor externo, hijo de la gran puta, que vendía el envase de 500 ml de ANIAN a 35€ más gastos de envío. Un ladronicio absoluto ya que su precio habitual ronda los 5€. He denunciado dicho fraude a la megaplataforma, y, horas más tarde, el producto ha desaparecido de la web. No he parado de repetirme, ¿por qué los humanos somos tan execrables? Quizá nos merecemos esta horrible plaga. Mis creencias son poco ortodoxas, pero haberlas, las hay. Un Dios que puede ser energía o materia, que puede llamarse YHWH, Mahoma o Buda o lo que sea. Para mí, todos son el mismo. Un ente superior que nos ha abandonado o que, tal vez, juega con nosotros. Desde luego es cruel y malvado. Sí. Para muchos soy una hereje que se merece la hoguera. Lo dicho, ¿y qué?



Seguí un rato en Internet y me puse roja como una fresa madura cuando descubrí un tuit, del caballero de las letras, contestando a unos chavales que se quejaban del confinamiento. Le diría—: «Ciertamente tiene usted razón al afirmar que es un error enorme mirar el pasado con ojos del presente». Y añadiría—: «Igual de erróneo que mirar a la juventud con los ojos de la vejez». Lo siento señor Reverte, estamos pasados de vueltas.



Y, aquí estamos, tras los aplausos de las 20:00h que les profesamos a los agentes del orden, al personal sanitario, a los supermercados, a los transportistas y etcétera… A todos ellos y a nosotros los enclaustrados, que aguantamos el chaparrón con el culo apretado para que no salga la mierda. Manos que hacen ruido y arropan a este mundo perdido.



Antes de zamparme como una energúmena la tortilla de patatas de Mercadona y algunas lonchas de jamón, he bajado la basura y me ha invadido una grata sensación; las nubes se habían evaporado como por obra de magia. El aire freso y limpio ha golpeado mi rostro desde el patio al contenedor. Blande runner aún no llegó.



Domingo 22 de marzo 2020

 


Anna Genovés 2020

Todos los derechos reservados a la autora


Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de recuperación, ni transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de fotocopia, grabación o de cualquier otro modo, sin el permiso expreso del editor.












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Hola amigos 🖐🖐🖐 Esta mañana llegaron la novelas en papel. Super emoción 🤩 y muchas risas para compartir 😂😂


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Recopilación de sentimientos escritos a lo largo de 2020 en una sociedad inmersa en la primera pandemia del siglo XXI.


Un volumen escrito a golpe de emociones y sin correcciones para mantener la pureza del instante vivido: tristeza, miedo, incertidumbre, reflexiones…


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Siah es una jumper que viaja a través del tiempo hasta el Antiguo Testamento para descubrir la verdad sobre Dios.

En el trascurso de su investigación, descubre una profecía que habla de una redentora que nació para salvar a la Humanidad de su destrucción, con la que su unirá mentalmente; ya que, su ADN está modificado y posee cualidades muy atractivas.

Siah es pura Sci-fi

 

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SIAH.

El ojo de Dios

 

Anna Genovés

Derechos de autor © 2020 Anna Genovés

Todos los derechos reservados a su autora

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un

sistema de recuperación, ni transmitida de cualquier forma o por cualquier

medio, electrónico, o de fotocopia, grabación o de cualquier otro modo, sin

el permiso expreso del editor.

Diseño portado: Anna Genovés mediante Cover Creator

Imagen de fondo cedida por el profesor Simon Williamson

 

 


INTRODUCCIÓN


Posterior al fenómeno meteorológico que cubrió Israel en febrero de 2020, el satélite SPOT almacenó varias imágenes peculiares sobre el montículo arqueológico de la mítica ciudad de Jericó: una huella gigantesca con forma de laberinto unicursal y un ojo central. El mismo rastro se recogió en siete puntos diferentes del planeta.

 

LIBRO PRIMERO

Origen

 

San Benito 1988 d.C.

Frente al humilde altar de la iglesia de San Benito de Carabanchel, una pareja de jóvenes se une en matrimonio. Los rayos de sol irrumpen por la cúpula acristalada. En el momento de la Comunión un coro ataviado con togas largas, canta el Ave María de J. S. Bach acompañado por las suaves notas de un órgano de pared.


La parroquia está casi vacía. En la parte derecha, un grupo de mujeres acicaladas con prendas foscas y acusada fisonomía calé escucha la homilía. Detrás, tres bancadas llenas de hombres agitanados con algunos mozalbetes; llevan trajes desparejados y excesivamente usados. Al otro lado, un quinteto de parejas jóvenes con críos pequeños. En el último asiento, una dama de mediana edad y cabello blondo –recogido en un rodete italiano— con un Chanel tostado y un collar de perlas finas, observa desde la lejanía. Su rostro está rígido y su silueta estilizada como las bailarinas, envarada: barbilla alta y boca apretada. Se nota que está en la ceremonia por obligación. Resignada a ver aquello que detesta.


Un bebé irrumpe a llorar justo cuando el sacerdote se dirige a los novios, copón bendito en las manos para darles la Hostia Consagrada. El hombre mira hacia el banco, pero en vez de reprochar los chillidos del pequeño, sonríe.


–Sus sollozos son vida, hijos míos. No le hagas callar Mari Luz –sugiere mirando a la mamá—. Dios habita en su inocencia.


–Como usted mande padre Manuel –contesta la jovencísima madre de tez oscura y apariencia romaní.


La liturgia prosigue ante la congregación del distrito más pobre de Carabanchel –Pan Bendito— tutelada por el padre Manuel; un hombre consagrado al sacerdocio y a sus feligreses.


La iglesia, ubicada en la Calle Besolla 7, es el enclave de evangelización desde que abrió sus puertas en 1963. Diez años después de que la familia de Lourdes Green –la novia— se instalara en uno de los barracones prefabricados desde su antigua chabola. Un lustro más tarde, la familia adquirió una de las 656 viviendas cercanas al templo. Calés que convivían con los gitanos de forma respetuosa y afectiva.


Los Green provenían de un clan sefardí anclado en Castilla que llegaron al extrarradio de la capital en la segunda oleada migratoria de agricultores que marcharon de los campos a las ciudades tras la Guerra Civil y la Posguerra. El cabeza de familia se empleó como albañil y su mujer se dedicó a las composturas. Por extraño que parezca para la época, solo tuvieron una hija. Su llegada fue tan esperada que la bautizaron con el nombre de Lourdes. Una niña que creció entre agujas, hilos y telas. Era lógico que su madre le enseñara todos los secretos de las buenas modistas. Pero, por mucho que le pusieran un nombre milagroso, su sino estaba marcado por la fatalidad. Recién cumplida la mayoría de edad, sus padres perecieron en un accidente ferroviario. Aunque le llevó varios meses aclimatarse a su nueva vida, por suerte, tuvo al padre Manuel a su lado. Él llevó a cabo los trámites necesarios para que la herencia beneficiara a su protegida. Visitó las casas en las que su madre cosía e hizo que la joven se hiciera cargo de toda la clientela. Familias adineradas que la acogieron con agrado; confiaron en esa pobre huérfana que zurcía como los ángeles y era educada. La muchacha tenía un futuro prometedor, había heredado el piso de Carabanchel y recogido los clientes de su madre.


 



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El Legado de la Rosa Negra

Anna Genovés

Copyright © 2014 Anna Genovés

Todos los derechos reservados a su autora

Título de la edición: El Legado de la Rosa Negra

Autora: Anna Genovés

Corrección: Jon Alonso

Presentación: Anna Genovés

Asiento Propiedad Intelectual 09/2014/2483

ISBN: 1507697694

ISBN-13: 978-1507697696




Se parecía a esas aventuras fantásticas

que sólo los dioses y los héroes

son dignos de protagonizar.

Victoria Holt

 


Ahora que la granada de la madurez platea mis sienes, y que el tapiz de la hermosura comienza a desprenderse de mi cuerpo, he decidido escribir la gran aventura de mi vida; remarcando el fantástico episodio acaecido en mi juventud, tal como la recuerdo. Es tan romántica que me perece imposible haber sido la protagonista de esta sorprendente historia. Pero lo fui.

 

Dicen que los hechos, sobre el papel, se hacen más certeros. Quizás sea la única forma de vigorizar esta memoria marchita antes que el árido viento del desierto cubra mis palabras y las convierta en arena malograda. Mi debilidad siempre fueron los polígonos. Sobre todo, los de tres lados: los triángulos. Y todo en esta vida tiene una explicación…

 

Mi padre se llamaba Alejo y era el sexto hijo de la quinta mujer de un señorón gallego. Vino al mundo con demasiados hermanos a cuestas; tan sólo heredó el apellido y una buena educación. Al enamorarse de mamá, pensó en emigrar a una región más próspera. Madre se llamaba Rosalía y era de origen humilde. Al conocer a papá, un pretendiente galante y de ojos aguamarina, cayó rendida a sus pies. Se convirtió en el príncipe de sus sueños. A los pocos meses de conocerse, se casaron y emigraron al Levante peninsular. De inmediato, quedó encinta.

 

Padre consiguió trabajo en una fábrica de maderas limítrofe al puerto marítimo de la capital del Turia. Todo iba viento en popa hasta que Rosalía falleció tras una pulmonía. El sepelio reunió a gran parte de la familia gallega. La abuela permaneció varios meses con nosotros e intercedió para que Marina ―una de mis tías— se ocupara de mí.

 

El tiempo pasaba tan deprisa como la suave y cálida brisa de principios de otoño. El esfuerzo sobrehumano de Alejo comenzó a dar sus frutos. Aunque tuvo un elevado costo; el pobre apenas disponía de tiempo libre. Por las mañanas trabajaba en la fábrica y por las tardes, en un taller de ebanistería. Nunca se quejaba porque era feliz viéndome crecer. Con los años, la fascinación fue recíproca. Llegué a idolatrarlo como si fuera el epicentro del Cosmos.

 

Mi escolarización fue temprana; igual que mis habilidades describiendo historietas que inventaba día a día. Alejo creía en mí y decidió matricularme en un colegio de pago donde trabajaba la tía Marina: Las Hermanas Salesianas. En septiembre de 1975, con uniforme de cuadros príncipe de Gales y babero de rayas azules, comencé entusiasmada la nueva etapa educativa. Todas las jornadas, regresaba a casa con una sonrisa y nueva aventura que contar.

 

Con este cambio, Alejo ganó un ápice de libertad que dedicó a su hobby: la egiptología. Era su amante público desde la infancia. Mi abuelo le había mencionado un cuento sobre el país de los triángulos y, desde entonces, había devorado tantos libros sobre Egipto que se había convertido en un especialista. Siempre albergó la esperanza de visitarlo. A los siete años comencé a imitarlo. Leía y guardaba todos los artículos sobre aquella Civilización Milenaria. En mi doceavo aniversario, me llevó al Cine Xerea a ver Faraón, de Jerzy Kawalerowicz –film de 1966 que refleja sabiamente el poder de los distintos estamentos sociales egipcios durante el Imperio Nuevo—. Nunca lo olvidaré. Ese día decidí ser arqueóloga. Estaba tan segura de conseguirlo que inventé un juego para ser intrépida en las excavaciones subterráneas. Nuestra vivienda tenía pasillos largos; cuando papá se quedaba dormido con una novela de Estefanía entre sus manos, recorría toda la casa a oscuras. Una noche se despertó y descubrió mi pasatiempo. Pero en vez de reñirme aplaudió mi esfuerzo: «Eva Lagos de Ulloa, llegarás lejos, muy lejos. Lo presiento» –dijo sonriendo.











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Enlaces…


 

TINTA  AMARGA


 

LAS  CICATRICES MUDAS 



 


 

Tinta amarga

 

 

Copyright © 2014 Anna Genovés

Todos los derechos reservados a su autora

1ª Edición: mayo 2014

Título: Tinta amarga

Serie: Thriller neo-noir (volumen 1)

Autora: Anna Genovés

Prólogo: José Luis Moreno-Ruíz

Portada: Anna Genovés

ASIN: B00KE8KE1I

A. P. intelectual: 09/2015/425

 

 

"También Emma hubiese querido,

huyendo de la vida, evaporarse en un abrazo".

Gustav Flaubert

Madame Bovary

 

 

1

Vera Carmona era una mujer en la plenitud de la vida, rodeada de una aureola salvaje: una hembra de buen ver que atraía a los machos como la miel a los abejorros. Daba esa caída de la hermosa Raquel Welch de En busca del fuego. Divorciada desde hacía tres años, su pose era robótica; coleccionaba affaires amorosos como si fueran trofeos. Unos por placer, otros por obligación. Ser agente del CESID traía consigo demasiadas exigencias. En 2002, la unidad se reorganizó y pasó a llamarse CNI. A partir de ese instante, comenzó su andadura como infiltrada en una misión de rango internacional llamada Operación Tatuador. Para quienes la conocían en su devenir cotidiano, seguía siendo una madre coraje a cargo de una adolescente precoz y una sexagenaria. Picoteaba en todas las empresas andaluzas que necesitaban una diseñadora gráfica para sobrevivir.

Julio fue especialmente caluroso. Sevilla parecía una pasarela de tuberías llenas de agua caliente encima de un géiser islandés. En cualquier momento, la Giralda podía derretirse como una chocolatina en el bolsillo de una estudiante de primaria. Los viandantes buscaban sombra y botellines de agua con la que calmar su sed. Hacía mucho tiempo que no se conocía una ola de calor tan sofocante. Quizás esa atmósfera de bochorno, fue lo que hizo recapitular a Vera. Sabía que nada volvería a ser como antes. Dos cosas habían cambiado para siempre en su vida: primero, iba a moverse en un terreno farragoso donde un error podía resultar letal. Segundo, había descubierto que su pasado era más turbio que un buen Godello.

La canícula producía un efecto luminoso, entre el tono ambarino y el naranja chillón de un atardecer en el parque de María Luisa. El maldito calor te dejaba sin tensión ni ritmo. Las axilas de los que se aventuraban a recorrer las calles transpiraban como las de un carpintero a pleno rendimiento en su taller de Triana. Vera caminaba viendo espejismos en cada uno de los geranios que adornaban sus balcones. Se había levantado con el pie izquierdo e iba maldiciendo su mala estrella. La vida era más compleja de lo que parecía. No todo era comer, dormir, trabajar, divertirse o hacer el amor. Había mucho más. 

 

 









Las cicatrices mudas

 

 

Copyright © 2015 Anna Genovés

Todos los derechos reservados a su autora

Autora: Anna Genovés

Título: Las cicatrices mudas

Serie: Thriller neo-noir (volumen 2)

Propiedad Intelectual

V ― 489 ― 14

ISBN-10: 1517129850

ISBN-13: 978-1517129859

ASIN: B014OGOI3K

 

 

 

 

«La guerra es la mejor escuela del cirujano».

Hipócrates

 

 

Tania Pérez está mirando la excelsa panorámica de Doha desde el ático de la suite privé del Doha Marriott Hotel. Las cortinas están recogidas y una luna mayestática ilumina el golfo Pérsico; los yates del puerto deportivo, los rascacielos iluminados, y, en el fondo lejano e invisible donde solo su imaginación reside, la antigua Persia. Desde el sur de Irán, traza una línea imaginaria y recta que atraviesa Pakistán e India hasta llegar a China. Con los pensamientos centrados en el lejano Oriente, se enciende un Virginia Slim, y se recuesta sobre el confortable diván de brocado grana. Un folio de tonalidad cáscara de huevo con el encabezado del hotel, junto a una estilográfica Marte de Omas, reposan sobre sus piernas. Las volutas de humo se convierten en pequeños círculos que ascienden hasta el techo. Cuando acaba el pitillo, coge la pluma y comienza a escribir una carta:

 

Madre:

Espero que estés bien, aunque desconozco por qué te lo pregunto, siempre me contestas: «Mejor que nunca, hija.» Nunca me lo creo, claro. Bueno, tú misma. Estoy entrado en una fase vital; ciertamente, he decidió retirarme. El CNI me ha propuesto que sea instructora de los nuevos cachorros, pero necesito un cambio radical... En unas semanas, regresaré a España. La última fase de la misión que tú comenzaste en Sevilla, está a punto de finalizar en Qatar. Estoy segura que la península arábiga es solo una pieza del gran puzle que mueve el tráfico ilegal desde el Pacífico al Mediterráneo. Y desde nuestro país, al resto del mundo. La Operación Tatuador seguirá en China bajo el nombre de Operación Dragón u OD, ya sabes que siempre utilizamos acrónimos para mencionarlas. Pero yo no estaré implicada. Enviarán a otro agente al verdadero centro neurálgico: Shanghái. Desde esa monstruosa ciudad, se manejan todos los hilos.

Por otro lado, ya sabrás que me he separado. Mi ex marido es solo un vividor adicto a la cocaína, el alcohol y, cómo no, a las jovencitas; ambas sabíamos que era un matrimonio de convencía ex profeso para vigilar Qatar de cerca. Sea como fuere, he vivido a cuerpo de reina en un país sexista y ultra religioso, que únicamente mira a Occidente para su conveniencia: somos los idiotas que les proporcionamos algo más del 10% del producto interior bruto en turismo. Además, los cataríes son depravados y pretensiosos: los amos del petróleo; no los aguanto. No hace falta que me preguntes si he visto algún miembro yihadista entre los círculos aristocráticos en los que me he movido. La respuesta es rotunda: no.

 

De repente, suena el móvil de Tania. Al mirar el número, tuerce el morro: responde al nombre de Lucía Bvlgari, pero en realidad, es el CNI. Minutos después, recoge sus enseres y se marcha de la suite. Guarda la carta sin acabar en un compartimento especial donde está la copia del diario de su madre, y otras notas: todas destinadas a su progenitora. Mensajes comprometidos que un agente secreto nunca debería redactar. Ella lo ha hecho, pero nunca las ha enviado.

 

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Con esta frase defino a la prota –Vera Carmona—, una espía implacable y muy hermosa 😊